Capítulo: 014 - Entre las llamas del pasado - Parte I

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TW: mención de suicidio. Si sos muy sensible ante estos temas, te recomiendo leerlo con moderación.

Los dedos de Allen apenas podían moverse. Solo un ligero tembleque permanecía empecinado a aprisionar sus huesos, hostigando su cuerpo y sumiendo su cabeza a un dolor latente. Su silente presencia se chamuscaba con el debilitamiento de sus frágiles músculos, quienes, extenuados, perduraban en aquel revuelto de desesperación; de vigas caídas y madera chamuscada; de humo que dificultaba la respiración y fuego que no quemaba. El ardor en sus piernas arremetía como miles de pinchazos desordenados. Un sinfín de agujas y cuchillos hirvientes que se clavaban en la tierna carne de sus extremidades. Tal dolor fue causado por la presión ejercida del enorme pilar y tablones del techo que cayeron sin piedad sobre su constitución. Obligándola, así, a estamparse contra la suciedad del suelo, cuya estructura inestable ya se había desmoronado casi por completo.

Luego del atroz alarido que llegó desde abajo ―el cual fue capaz que mover el suelo y las paredes, profundizando las grietas y puntos de inflexión de la desgastada estructura milenaria―, Allen fue capaz de abrir las celdas; de ayudar a escapar a los prisioneros; de explicarles, de una manera nerviosa y pausada, lo que tramaban ambos vampiros que los esperaban abajo; que, por ahora era peligroso bajar. Hasta que, similar al llamado del mismo caos, llamaradas comenzaron a arribar en el segundo piso, alertando a sus hermanas y a los sirvientes que se escondían allí. Sin ser capaces de aguardar la calma, estas mismas personas, no tardaron en provocar una aglomeración catastrófica para huir, para salvarse del incendio voraz que, aunque inofensivo, inició un derrumbe en la vieja instancia.

Los cuerpos desesperados de aquellas criaturas que fueron obligadas a llamarse a sí mismas «sacrificios» no tardaron en despedir un desbordante pánico ante la repentina situación, y sin esperar un minuto más, también se aplastaron a sí mismos en un intento por escapar, acumulando y lanzando sus cuerpos a través de la pequeña abertura en el suelo.

La pequeña Conejita, que en brazos cargaba con un raquítico elfo de floja respiración, fue empujada por el innumerable ganado, aquel que se encontraba impaciente por librarse de las garras de los lobos; impacientes por correr en las praderas una vez más. Nuevamente, nadie la vio entre la bruma; entre la prefectura de llamas, de humo y desesperanza que empezaba a agruparse en esa sala de jaulas, en ese inmenso ático de putrefacto olor y olvidados sueños, yacientes en las esquinas cochambrosas que contenían las emociones más podridas de los seres del mundo.

El techo cedió y los trozos cayeron, provocando una lluvia de restos que proporcionó una mayor ansiedad en los corazones de todos. Fue tanta la turbación, que hasta el agotado Nathan se vio obligado a despertar. Su visión, borrosa y somnolienta, solo le dejó reconocer en qué brazos se encontraba ahora. Frunció los labios, el aturdimiento recorriendo su expresión mientras, las extremidades que lo sostenían tan obstinadamente, se balanceaban y azoraban a la par de los cuerpos que se estrellaban contra ellas.

El Cordero de Ojos AmarillosWhere stories live. Discover now