—Sé perfectamente que no quieres casarte, Evangeline, y odias este sitio —respondió con sinceridad—. No voy a obligarte a hacer algo que te niegas a hacer.

No dije nada, solo apreté los labios. Me sentí avergonzada por haber sugerido algo tan impulsivo en cuestión de minutos.

Su móvil volvió a sonar, y saltó de la cama para revisar la pantalla.

—Carajo. Una llamada de mi padre —anunció, y abandonó la habitación en cuanto respondió, dejando la puerta abierta detrás de él.

Continué meticulosamente organizando mi ropa dentro de la cómoda, tratando de distraer mi mente del dolor persistente en mi mejilla, recordatorio físico de la confrontación con Carla. Cada prenda que colocaba en su lugar era como un intento de ordenar también mis pensamientos tumultuosos.

No podía evitar sentirme culpable por la ruptura del matrimonio de Alex, como si mi mera presencia hubiera sido suficiente para desencadenar una cadena de eventos desastrosos. Sin embargo, en medio de mi autocastigo, una voz interior insistía en que él merecía algo más que una unión forzada por un apellido.

Deseaba fervientemente no haberle arruinado la vida por completo. Aunque, en el fondo de mi corazón, sabía que había dejado un rastro de devastación en la vida de Carla. Sus ojos, cristalinos y llenos de dolor y traición, seguían grabados en mi mente como un recordatorio constante de las consecuencias de mis acciones.

El peso abrumador de la culpa se apoderaba de mí, y me encontraba buscando desesperadamente una forma de redimirme de lo que había hecho. Cada suspiro parecía llevar consigo la carga de lo irreparable, y me preguntaba si alguna vez encontraría la manera de reparar el daño que había causado.

Antes de buscar redimirme, sentí la urgencia de hacer una visita. Dejé todas mis pertenencias cuidadosamente ubicadas en la cómoda y me dirigí hacia la habitación de Dan. Mientras me acercaba a la puerta, noté que la habitación contigua se abrió y Adiele salió de ella. La música que sonaba en mi antigua habitación pareció opacarse en comparación con su presencia en el pasillo.

Adiele estaba distraída con su móvil hasta que me vio. Sus ojos color zafiro se encontraron con los míos, y aunque trató de disimularlo, pude notar una chispa de sorpresa en su mirada. Tenía el cabello pelirrojo recogido en un desordenado moño, y llevaba puesto un vestido casual que combinaba perfectamente con unos tenis.


Noté que el vestido dejaba ver su muslo, donde aún se apreciaba la marca de la quemadura que le había hecho su madre.

—Una quemadura no apaga lo hermosa que soy —carraspeó Adiele, bajándose el vestido para tapar la herida con gesto desafiante—. Esperaba que fueras una mosquita muerta, no una rompe hogares, Evangeline —cambió abruptamente de tema.

Sus palabras resonaron en el pasillo, cargadas de acritud y resentimiento. Me encontré de nuevo frente a la misma Adiele que se había encargado de torturarme en el establo junto a su grupo de seguidores, y no a la que había venido a darme las condolencias en el funeral de mi madre.

—No sabía que estaba casado —me defendí, tratando de justificarme.

Eso la hizo reír de tal modo que rodé los ojos por darle el gusto de humillarme.

—¿Te estás escuchando? Dame la excusa más patética a la hora de tener que defenderte de una infidelidad —meneó la cabeza, incrédula—. Carla Telesco es la mujer más buena que he conocido y no merecía lo que le hiciste.

—Insisto en que no sabía que Alex estaba casado, Adiele.

Adiele frunció el ceño con escepticismo, como si no estuviera dispuesta a aceptar mis palabras. Sus ojos zafiros parecían penetrar en mi alma, buscando cualquier indicio de falsedad en mi declaración.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now