Capitulo 03

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La habitación solitaria del cuarto de estudio, permanece con archivos y papeles eternos, encima de la mesa y regados por los muebles, que tan pronto uno se hace cargo de unos llegan más. Me incorporé enderezando mi cuerpo, alejándome del escritorio en el que me había quedado dormido. La pantalla del computador, iluminaba mi rostro con su brillo, aún tenía trabajo por hacer, pero lo continuaría por la mañana a causa del cansancio. Como ya era costumbre, estoy en un agotamiento eterno, agobiado por el tiempo, el trabajo y las responsabilidades que me impiden el descanso. Pero, ¿Qué otra cosa podía hacer? La gratificación fugaz, que me daba el cumplir mi trabajo, trivial, pero, del que sentía que mi ser era útil. Mi existencia, se tornó en un ciclo de productividad, donde mi valor como persona, como ser humano, dependía de qué tanto pudiese hacer. Para aquél momento, no era consciente del daño que me hacía, de este ciclo de productividad, en el que buscaba ser más productivo, para después de eso, ser aún más productivo, y luego de ser ya bastante productivo, serlo aún más. Mi idea de la felicidad, se vió trastornada, el placer, la satisfacción, tomaba la forma del dolor, y el agotamiento. Me podría estar desplomando en mi escritorio, tras una jornada sin descanso, y verme a mí mismo como un hombre exitoso, pero aquello nunca fue cierto. Seguía vacío, siempre que no estuviera trabajando, me sentiría vacío.

Observé al techo, que me cubre con su infinidad desde las sombras, y me devuelve la mirada como un silencioso espectador. Se me cruzó Beatriz, por la cabeza. Observándome desde el marco de la puerta, apoyada a él desde un lugar, en que no podía distinguir su rostro, pero sabía que estaba allí, preocupada, entristecida de su ausente esposo.

Retomando la postura de mi espalda, me dirigí rumbo a la sala de estar, observando con tristeza la casa vacía. Los cuadros familiares, de una familia que ya no existe, una familia que yo aniquilé.

Despierto estoy antes que el sol mismo, en un día donde quisiera dormir hasta las cuatro, fantaseando con todos ellos, en una ilusión donde consigo ser feliz, plenamente feliz, sin depender de estar haciendo algo para sentir que soy útil. Caminé hasta la cocina, buscando con la creciente luz del amanecer, lo necesario para un café sin azúcar. Mientras acataba esta tarea, permanecí absorto a mi entorno, con el pensamiento de que esta era la batalla más difícil de todos mis días. Pensaba de hecho, en el bien que podría hacer, si algún día simplemente desapareciera de esta vida, eliminando los rastros de mi existencia, siendo suplantados por algo más, algo más hermoso que mi existencia dañida que corroe y oxida lo que toca. Pensé en Beatriz, en Margareth y el pequeño Ícaro. Mis tres tesoros, que seguramente estarían mucho mejor sin mí.

Regresé al presente, alejándome de mis pensamientos, recibiendo el sol que ya se asomaba por encima del horizonte, brillante y enorme. Este día aparenta ser cálido, aunque lleno de una tranquilidad inexistente, pues siempre hay algo aquí que me mantendrá inquieto. Observé a mis manos pálidas, que sujetan aquella carta incompleta y el lápiz en medio de ella, entonces adopté la misma posición que usé antes, para así terminar de escribir.

¿Te acuerdas Beatriz, de Morgan? Con todo el tiempo que llevo aquí, solo me he hecho amigo de dos personas, Miguel Ángel y Morgan, pronto va a despertar y quizás, si no está muy cansado, podremos hablar durante un largo rato. Me preocupa su salud, no sé qué haría yo si le llegase a perder. Le considero un gran amigo por ser el único ser humano, en este lugar, junto a Miguel, que me ha tratado como un hombre, y no como un perro, o peor que ello. Tan mal estamos acá que lo mínimo ya no es lo mínimo, entonces apreciamos mucho cualquier acto de humanidad hacia nosotros. Gracias a él, he conseguido ralentizar la expansión de la locura en mi psique, tener con quien hablar siempre será, la mayor salvación de alguien (Especialmente la mía). Le conté de ti, amor mío. Le conté nuestras historias juntos, incluyendo altos y bajos momentos. Sé que no debería hablar de estas cosas con un extraño, pero si cualquier día de estos muero, al menos alguien mantendrá nuestras memorias vivas, de esa manera perdurará un poco más nuestro amor en este mundo, cargado de tristeza y dolor. Realmente no hay mucho para hacer aquí, conversar, es el hobby habitual, ahora comprendo mejor cuando veía a los ancianos, que se reunían siempre en un mismo lugar, hablando de las mismas historias que ya se conocen, contando los mismos chistes sin gracia, recordando a personas que ya están muertas, y que poco después les estarían acompañando.

Por fortuna se me tuvo algo de piedad, dándome hojas y lápices para escribir. Creo que esta es, la número, ¿545? ya no lo sé, realmente ya no importa. Antes escribía un número en cada carta para tener el conteo, pero estos días han sido tan caóticos, los guardas cada vez más crueles y la comida, igual de pésima que desde el inicio, pero no te atrevas a decirles eso, o a la siguiente vendrá la bandeja vacía. Me gustaría decir que estoy bien pero, te necesito como nunca lo he hecho en mi vida. "Debo irme ya, pronto vendrá un guardia para recoger mis cartas y si no la tengo lista se irá y deberé esperar hasta la siguiente semana o cuando deseen hacerlo de vuelta. Te amo."

Fueron mis últimas palabras en aquella carta. Cuando el guardia encargado llegó a mí, ansioso le entregué aquel papel con la esperanza de que esta vez llegue a su destino. Él simplemente lo tomó entre sus manos y lo rompió en múltiples pedazos, tan diminutos que no podría juntarlos devuelta para recuperar su contenido. Se retiró riendo entre dientes mientras los restos de mi carta, se desaparecían en el pasillo. Aquello me dejó devastado, tanto esfuerzo para llegar a solo eso, un picadillo de lamentos, de amor, de ilusiones en un pasillo sucio y abandonado. Ya ni siquiera se esfuerzan por esconder un poco, ese desprecio por nosotros los presos. Antes las metían al bolsillo y cuando regresaban, les preguntaba por las cartas pero solo respondían "Nuestro sistema de correo es lento, muchas cartas se pierden en el camino". De allí, a simplemente tirarlas en el pasillo o directamente no recibirlas. Así transcurren los días en este lugar abandonado por Dios. Ni siquiera sé cómo he aguantado tanto sin tu presencia, aunque eso no significa algo bueno precisamente, estoy enloqueciendo, más de lo que yo podría alguna vez llegar a imaginar.

El PRISIONERO Where stories live. Discover now