PARTE 01

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Acostado sobre los cartones, observo otra vez aquel techo que, desde hace ya mucho me da los buenos despertares. Mis ojos enrojecidos a causa del insuficiente descanso, se adaptan con lentitud a la oscuridad de la habitación. Es este el momento en donde más vivo, y muerto puedo estar, como si mi existencia se tornara un péndulo, el cual se desplaza constantemente de un estado al otro. 

Soñoliento, mi conciencia aún es presa del mundo de los sueños, pero el peso del sudor que se anida en mis párpados, y la saliva densificada en mi boca, le hacen reaccionar. Un deseo corpóreo que se filtra entre mis delirios de manera tan sutil, que mi cuerpo comienza a sentir la presencia de ambos, y este le demanda a la mente que se deshaga de ellos. Resulta esto entonces una molestia interminable, y no es de extrañar que deba ser así, pues el cuerpo no se encuentra conectado con la mente, por lo que no puede actuar sin que esta lo dictamine, y la mente, es incapaz de decidir por encima de los deseos del alma. Así estamos formados todos nosotros. Ambas poseen un pensamiento distinto sobre lo que le conviene al alma, la entidad suprema de esta carcasa que llamamos hombre. Aunque les parezca irritable la amargura en la garganta, y el sudor en el rostro, se está en estos momentos, más ocupado en saber qué hacer, para revivir este cuerpo sin propósito.

Pero no siempre fue así, antes la vida era buena, antes la vida aunque no fácil, valía la pena ser vivida. Ahora solo me estoy vivo por el recuerdo de una mujer, la más grande de todas de hecho, que aún en estos momentos donde soy dueño de nada, me aferro a sus recuerdos. Los vigilantes me llaman soñador, y algunos me han apodado como "El preso más enamorado ", a causa de la añoranza de poder volver a verle. Beatus ille. Ya un poco más lúcido, me dí por relajar la mandíbula separando un poco mis labios, tragando de paso, un cuajo de saliva de la noche anterior. El amargo líquido que se adentra por mi garganta, activó mis sentidos, por lo que comencé a absorber una bocanada de aire, que retendría en mi pecho. Aquel aire maloliente y con un ligero polvo, traído por la brisa costera, infla mis pesados pulmones. Todo esto aconteció mientras mi mirada, aún es esclava del techo de hormigón.  Por primera vez en la mañana, cerré mis ojos, y en aquella oscuridad momentánea, dejé escapar el aire que había inundado mis pulmones. Exhalé lentamente, sin prisas, sintiendo como mi pecho pierde tamaño y mis entrañas, comienzan a pedir más oxígeno. Los había vaciado por completo, impidiendo que llegase a mi cerebro, el oxígeno en sus cantidades adecuadas. Entonces sentí que se me iba la vida en ello, algo que a decir verdad, podría haber aceptado con cierta alegría, pues la ilusión de ella frente a mí al momento de abrir los ojos, aquel delirio, hubiese sido un gran modo de dejar este mundo. Este ritual que interpreto cada mañana, me da la fuerza necesaria, para levantarme del suelo día tras día. Es gracias a él que, aunque a manera de ilusiones, puedo verle otra vez. No sería capaz de soportar la carga de otro día más, como un ser cuerdo, o al menos, sin ser el más loco de este mundo de locos, si no lo llevase a cabo. El  canto de la marea me acompaña, junto a las olas que mueren en las piedras de la costa. Un sonido que me calma, que me hace imaginarme allí, sentado en esas mismas piedras, donde podría ver al océano retroceder, para volver a embestir infinidad de veces. Con un suspiro se escapa de mi interior, decidí girarme sobre mi costado en dirección de la ventana. Las madrugadas son mágicas, así como también son dolorosas. Es este el momento donde el mundo de los sueños, se filtra a este plano físico, haciendo más fácil la tarea de imaginar, todas las cosas que se encuentran en nuestra cabeza.  La parte complicada, es adaptar al cerebro a esa breve ventana de tiempo, donde el pensamiento de sus labios, se vuelve tan real que podría sentir el labial que les recubre. Se torna tan adictivo, que poco a poco eres incapaz de diferenciar entre realidad, e ilusión. Volví a girar sobre mi costado quedando boca arriba, donde desde los fríos cartones que me hacen de cama, estiré mi brazo en dirección opuesta a la ventana. Este se vió envuelto hasta el codo, por el velo blancuzco de la luna, y al estar el resto de él fuera de su alcance, fue absorbido por la oscuridad de la celda.

- ¿Estás ahí? Beatriz.

- Aquí estoy, Mateo. 

De entre las sombras, mi brazo regresó a la luz sujetado por sus dedos, de modo tal que, me tratan con delicadeza, a causa de la debilidad notable en mi cuerpo. 

- ¿Has vuelto a dejar de comer? Preguntó ella, mientras acaricia el dorso de mi mano con suavidad.

- No, estoy comiendo bien. No haz de preocuparte por eso cariño. 

Ella giró su cabeza observando el plato de arroz y sopa fría, que se me dió de cenar y apenas probé.

- Me has atrapado. Volví a recaer, y tampoco me siento bien Beatriz, ya nunca me siento bien.

- Mi pobre Mateo, lo siento mucho por todo esto, debes ser fuerte, hazlo por mí, por favor.  Su rostro se asomaba de entre las sombras y el polvo, para arrodillarse a mí lado, donde la luna le ilumina completamente. La luz le acarició el cabello oscuro que roza sus tobillos,  dando brillos plateados, en las ondas que caen en su espalda y hombros. La brisa que entra desde la playa, sacude su vestido blanco mientras acerca mi mano hasta su rostro, permitiéndome acariciarle con la yema de mi pulgar. 

- Con tal de no ver en tu rostro, una expresión de tristeza al igual que esta, comeré mejor. Respondí acariciando su rostro con suavidad, buscando no lastimar aquella imagen tan hermosa, que me visita cada noche, y se va, con la llegada del alba. 

- ¿Te cuento un secreto Beatriz? Creo que nunca llegué a decírtelo.

- Por supuesto, aunque solo espero que no sea nada malo.

- Siempre he disfrutado del café amargo, esto debido a que no soy muy amante al dulce, pero nunca pude resistirme al café de tus ojos, que me acarician el alma con cada una de sus miradas. 

Beatriz se ruborizó con mis palabras, revelando un rosa en sus mejillas que iba a juego con su piel clara y sus labios rojos y carnosos.

- ¿Tanto tiempo juntos y aún te sonrojas cuando te digo algo lindo?

Beatriz dejó salir una carcajada, que cubriría con su mano libre sobre su boca, para luego devolverme una dulce mirada.

- Ojalá siempre hubieras sido así.

Mi alegría se desvaneció con estas palabras, que recordaban un pasado amargo, mucho más que el presente del cual vivo. Beatriz vió como se borraba la sonrisa de mi rostro, y colocó un rostro serio, sintiendo compasión por mí.

- No quiero que te vayas Beatriz, ¿Podrías quedarte un rato más? Por favor. Le dije acercando mi mano hasta la que tiene libre, apoyada en su regazo, dejándola caer encima de esta, pero sin suficiente fuerza como para que pudiese retirarla, si ese era su deseo.

- Estaré aquí por siempre Mateo. Estaré siempre contigo, solo contigo.

- No sabes cuánto me alivia escuchar esas palabras. Liberé su mano de la mía, y Beatriz comenzó a inclinarse hacia mí, mientras sujeta mi mano para que no deje de acariciarle. 

- Estaré, estaré aquí por siempre. Hubo un susurro antes de que su rostro coincidiese con el mío, y todo se tornó nublado cuando atravesó mi cuerpo en lo que debió haber sido un beso. Desapareció en el aire como humo, quedando mi mano encima mi pecho, y en aquella posición estaría cuando volví a abrir mis ojos, despertando de aquella Ilusión.

El PRISIONERO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora