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Aquella noche, Liam Payne hizo algo que no solía hacer, entrar a un bar en medio de una semana laboral, mucho menos sólo

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Aquella noche, Liam Payne hizo algo que no solía hacer, entrar a un bar en medio de una semana laboral, mucho menos sólo.

Vaciló frente a la entrada del Driftwood Bar and Grill, en Orca Bay, y dudó entre seguir adelante o darse la vuelta y regresar a la habitación del hotel. No es que estuviera desesperado por tomar una copa, es que no soportaba la idea de volver a la habitación, sentarse ante aquella mesa minúscula y ponerse otra vez a trabajar.

El Driftwood era un local famoso por sus cócteles y sus comidas, los pescados eran su especialidad, y servían una palometa excelente con salsa de curry, y una gama sorprendentemente amplia de platos de mejillones.

Por fin, Liam sacó fuerzas de flaqueza, entró en el local y caminó hacia la barra. Había una docena de taburetes, todos de metal con asientos de cuero negro, y una pareja había juntado tanto los suyos que tenían las piernas entrelazadas.

Se sentó en el extremo opuesto, miro a su alrededor y dejó su cartera en el taburete contiguo, como una especie de aviso contra posibles interesados. Era la primera vez que visitaba el establecimiento, aunque conocía su reputación. Le extrañó que estuviera tan lleno un miércoles por la noche; casi todas las mesas estaban ocupadas, fundamentalmente por parejas que no tenían aspecto de encontrarse allí por asuntos de negocios, sino por motivos más románticos.

—¿Qué quiere tomar?

En ese momento preciso, Liam cayó en la cuenta de que todo el bar estaba decorado con corazones de papel maché. Parecía la pesadilla de un cardiólogo.

—Oh, no. No me diga que hoy es el Día de San Valentín...

Se giró hacia el camarero que acababa de dirigirse a él y se encontró ante los ojos más bonitos que había visto en su vida. Era un hombre impresionante, de cabello negro y una cara morena que parecía reírse de él sin mover la boca.

—Muy bien, no se lo digo —declaró el pelinegro.

Liam alcanzó su teléfono móvil y comprobó el calendario. Efectivamente, era 14 de febrero.
—Mi secretaria me lo debería haber recordado —protestó.

—¿Ha olvidado enviar flores a alguien?

Liam sacudió la cabeza. —No, pero habría sido más cuidadoso—respondió—. Ahora seré la única persona aquí, sin pareja entre un montón de enamorados.

Liam miró otra vez a su alrededor y comprobó lo evidente: gente que se acariciaba, gente que se besaba y gente que pronunciaba en voz baja todas las variaciones posibles de las declaraciones de amor.

El camarero rió con una voz profunda y sexy. Liam contempló su camisa arrugada y pensó que, de haber sido suya, habría estado planchada a la perfección. Pero a él le quedaba bien así, encajaba con su aspecto desaliñado, como si se acabara de levantar de la cama.

—Lo comprendo muy bien —dijo él.

—¿En serio?

—Por supuesto. Yo me encuentro en el mismo caso.

amor en una copaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora