—¿Y si nos descubren?

—El dinero silencia incluso lo que grita y no habla. Honestamente, deseo callar tanto como sea posible para morir en paz. Mi enfermedad no tiene cura, así que no le tengo miedo a morir con honor con tal de protegerte, nieta.

Mi abuela se retira a una de las habitaciones, convirtiéndola en su refugio. Resulta que ella era el regalo que mi madre me dejó.

Conocía la profundidad de mi cariño por mi abuela y la preocupación que me embargaba al abandonar California, sabiendo que su salud estaba en peligro. Ella misma se encarga de hacer su cama.

—Allen, permite que sea tan independiente como desee —le comunico a la ama de llaves—. Si lo haces, es posible que no te envíe a la mierda.

—Permítame decirle que su abuela es una mujer de mucho carácter —se asombra.

—No solo tiene carácter; si haces algo mal, podría quitarte un ojo con un tenedor —corrijo—. Y no quiero que salgas lastimada.

Allen no sabe si tomarlo como un cumplido o como una advertencia. Y yo tampoco. La muerte de su hija ha transformado a mi abuela, volviéndola más impulsiva y agresiva que antes.

—No puedo permitirle que toque los tomates —me responde Allen.

—Mi padre te aumentará el sueldo si acatas las normas de mi abuela —le informo.

—¿Me lo está jurando una niña de diecinueve años? —suelta con sarcasmo.

Me quedo mirándola, sorprendida. Su comentario me saca de los estribos.

—Vi algo del reglamento de The Moon que decía que si un miembro de la familia no estaba conforme con el ama de llaves, esta era despedida de inmediato —le notifico—. Por favor, no me hagas notificarlo y que te despidan.

Abandono la cocina con un sabor amargo en la boca. No sería capaz de hacerle algo así, pero a estas alturas ya no soy dueña de mi juicio.

***


La cena transcurrió en un silencio reconfortante, solo roto por el tintineo de los cubiertos y el suave murmullo de la abuela. Mi abuela, ahora la dueña indiscutible de la cabecera de la mesa, despedía una presencia imponente que no me atrevía a desafiar. No me importaba cederle ese lugar de honor; de hecho, me resultaba cómodo dejarla liderar la conversación.

Sin embargo, el sosiego se desvaneció cuando ella decidió romper el silencio con una noticia que alteró mi tranquilidad.

—Me han notificado que mañana debes regresar al palacio de la élite —anunció, su disgusto resonando en cada palabra.

Tragué el puré de patatas con dificultad, dejando el tenedor en la mesa con pesar. Mis ojos se encontraron con los suyos, reflejando mi propia contrariedad. Sin esperar mi respuesta, solté un suspiro frustrado.

—Me lleva la mierda —maldije, expresando abiertamente mi descontento.

Ella no reaccionó al insulto, como si estuviera intentando empatizar conmigo en lugar de reprenderme. Traté de buscar una solución, aunque sabía que las opciones eran limitadas.

—Podríamos extender tu estadía conmigo, diciendo que no te encuentras en condiciones y...

—Puedo estar muriendo y de todas formas tengo que ir a vivir allí —la interrumpí, anticipándome a su intento de salvarme—. No se puede, abuela. Yo también he pensado en ello.

El eco de nuestras palabras resonaba en la habitación cuando la puerta de la entrada se abrió. Los murmullos de Allen se entrelazaron con la sorpresa de ¿mi padre? La abuela y yo nos levantamos de la mesa, expectantes, para recibirlos.

Sin embargo, al llegar a la entrada, nos quedamos estupefactas al verlo ingresar con una mujer, entrelazando su brazo con el suyo.

La pareja irrumpió en la habitación, llevando consigo una tensión palpable.

Mis ojos se encontraron con los de mi padre, quien parecía llevar consigo más secretos de los que podía imaginar. La mujer a su lado, elegante y enigmática exudaba un aura que dejaba entrever un pasado desconocido.

La mujer que acompañaba a mi padre entró con una sonrisa en el rostro, sus ojos color zafiro explorando cada rincón de la habitación con asombro. Sin embargo, su expresión cambió al encontrarse con los míos, pasando de sincera admiración a una sonrisa falsa.

Su cabello cobrizo caía en largos mechones ondulados perfectamente definidos, y su presencia era imponente. Alta y con curvas exuberantes, aparentaba tener al menos cuatro años más que yo. Vestía un provocativo vestido negro descotado y un abrigo de piel blanco.

—Papá, ¿quién es ella?

Mis ojos se desviaron hacia las manos de mi padre, notando con desconcierto que llevaba dos anillos de compromiso en el mismo dedo corazón que compartían con mi difunta madre.

Pero lo más sorprendente fue descubrir que la chica también llevaba un anillo de compromiso.

—Es la nueva esposa de su padre, señorita Brown—anunció Allen, con tanto orgullo como si ella hubiese ganado el juego.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now