El resto de la tarde se fue intentando dar con alguna lógica para algo que pareció ser exclusivo de Marcos. Para Leidy y Vicenta se trataba de un episodio de demencia ya acabado, para suerte de todos. 

Mejor se iba a su casa. Se despidió de ambas y se fue huyendo de todo con un fuerte dolor en el brazo, dejando sola al par de amigas que se quedó conversando sobre el episodio psicótico. Pobre de Mac, se lamentaron, justo en su cumpleaños. A Vicenta le quedaba preguntarle a Leidy por qué no le entregó el regalo a Marcos que Leidy sacó de su bolso a última hora. Entre las hoja de una edición del primer número de Death Note se asomaba un sobre con el nombre del cumpleañero. 

― No sé ―dijo Leidy ―. A la noche se lo entrego.

¿Qué película van a ver? dijo la mamá de Marcos mientras levantaba la losa dejada en la mesa y el resto de torta celebrada que el retoño único dejó después de zamparse tres trozos enormes. Tan flaco, tan chico ¿Dónde le cabe tanto?

―Silent Hill ¿por?

―Por saber, no más. ¿Te llamó tu papá?

―En la mañana.

―Ya.

―Siempre me saluda para mi cumpleaños. No sé qué tanto desconfías.

―Desconfío po. Nunca se sabe con los hombres. Oye. Espero que no estés ocupando mi delineador. Mira, que es nuevo.

Marcos se apresuró en terminar, en pocos pasos, ese delineado que, según él, lo igualaba a la imagen de Gerald Way pegada en un rincón de su pieza. Metió un polerón a su bolso y se despidió de su madre quien, antes de salir, le encargó que, por favor, le trajera una salsa de soya del minimarket. Toma, te puedes quedar con el vuelto para que no rezongues.

Tendría que caminar un par de cuadras, no demasiadas. El minimarket no era más que un negocio de barrio, agigantado porque decir ampliado quedaba corto, lo mismo pasaba con sus luces. A Marcos le parecía que iluminaba toda la cuadra, incluso, opacaba el cibercafé de la esquina.  Mucha opulencia desde el cartel hasta la entrada en la que se topó con Marlin, quien lo saludó con el afecto que se saluda a un hermano. 

―¿Cómo está mi guachito?

―En busca de salsa de soya.  ¿Tú? ¿En qué andai?

―En lo de siempre no más.

La mano de Marlin se puso entre Marcos y la puerta a la par que, con la otra, le acercaba la cajetilla de cigarros.

―Fumémonos uno. Así aprovechamos de conversar ―La voz de Marlin se oscureció. Marcos no se pudo negar ―. Saca uno.

Marcos recordó el augurio dictado por la gótica del Eurocentro, estaba arrepentido de obedecer a su mamá y encontrarse con Marlin que le decía que se quedara tranquilo, que ya podría entrar al negocio y comprar sin problema, que tenía que tener paciencia. Aprovechó de extender la conversación, preguntando por los padres de Marcos, alegrándose con genuino sentimiento por su bienestar.

Era cuestión de esperar a ese único cliente, el objetivo de Marlin. Si aguantaba lo suficiente saldría de allí sin problemas. Un par de caladas a su cigarrillo después el sujeto salió, topándose, primero, con el rostro de Marcos y luego con el de Marlin quien lo persiguió local adentro y agarrándolo a centímetros del mesón en el que se escondía la dueña, se agarraron a combos, revolcándose por el lugar, desparramando la mercadería entre caídas y empujones. Marcos debió salir pero siempre hay confusión entre lo que se debe hacer y lo que en realidad se hace.

Los moretones y las llagas dejaron constancia de que fue Marlin era quien dominaba los movimientos, los combos y los agarrones, lanzando al otro hacía las javas de cervezas arrimadas. Todo con esa música tropical de fondo que tanto le gustaba a la dependienta que los empapelaba a chuchadas desde su escondite. Marlin no contaba con que, en algún punto del enfrentamiento, la balanza se inclinara hacia su contrincante, torciéndole la muñeca, quitándole la navaja que con firmeza sujetaba la mano izquierda, mareándolo con un cabezazo que lo botó de espaldas. El puñal apuntaba a su pecho, tal vez a su cuello, Marlin no estaba seguro, el cabezazo le difuminó la vista. A continuación se escuchó una botella romperse sobre la cabeza del sujeto, el sonido se escuchó por sobre todo lo demás. 

Marlin retrocedió, se tomó un momento para recuperar la visión y atender a lo ocurrido. El sujeto yacía en el suelo, inmóvil, desangrándose por el cráneo. Ante él, la imagen de Marcos, sosteniendo el resto de la botella desde el gollete, respirando rápido y profundo, sin saber qué hacer.

El hombre le quitó la botella de las manos. Tranquilo, le dijo, está todo bien, ahora tenemos que irnos, ¿vale? Ok, ¡vamos! Ambos salieron del local, escuchando los gritos de la dueña de fondo.

¿Qué le habrá pasado a Mac? Era cosa de mirarle la cara a Leidy para notar que estaba algo derrotada. Eran casi las once de la noche y Marcos no llegaba. Tal vez ya no llegó, como decía Vicenta. No contestaba el teléfono, lo esperaron, por si acaso aparecía, pero a esas alturas parecía inútil, el suelo, el clima; todo resultaba baldío. Leidy sintió un poco de rabia, solo un poco, la suficiente por haberse arreglado para él, por imaginar que de alguna manera las cosas iban a pasar como ella lo planeaba o fantaseaba. ¿Qué le habrá pasado a Mac?

Delineado con navajaWhere stories live. Discover now