—En otras palabras, me estás diciendo que tenga cuidado con Nathan enfrente de Nathan —concluyo.

Alex se encoge de hombros y sigue comiendo.

—Bueno sí —sentencia Alex finalmente.

—No tienes cara —se ríe Nathan tras echarse hacia atrás en la silla y lanzar la cabeza hacia atrás, incrédulo.

Mi guardaespaldas no dice nada, solo termina de comer su plato de comida en silencio, mientras Nathan y yo nos lo quedamos viendo, extrañados.

No sé si estoy compartiendo la mesa con el enemigo o el mejor aliado posible. La ambigüedad de la situación se refleja en las miradas intercambiadas entre Nathan y yo.

Honestamente, a estas alturas, ya no sé si fiarme de los dos. Aunque me ha quedado muy claro que Alex tiene un cierto resentimiento hacia la familia Telesco.

Los chicos pasan todo el día en mi casa y, como no me gusta estar encerrada, terminamos en el jardín trasero que tiene una piscina enorme.

Allí, entre risas, música y una cerveza que Nathan consiguió por medio de un contacto suyo, intentamos hacer que el duelo de mi madre sea más llevadero. El sol cae suavemente sobre nosotros, creando una atmósfera distendida que contrasta con el peso que llevo en mi interior.

Aunque aprecio la distracción que me ofrecen, también anhelo momentos de soledad. Desearía poder hacerme un bollito en la cama y no levantarme de allí nunca.

Siento que estoy viviendo otra realidad, como si no manejara mi cuerpo y mis palabras. Como si estuviera desconectada de todo lo que está ocurriendo a mi alrededor.

Darya atraviesa la puerta de cristal a paso de modelo de pasarela. Luce un trikini negro que realza sus curvas con elegancia. Su cabello rojo está recogido meticulosamente hacia atrás, dejando despejada su frente y enmarcando su rostro con sofisticación.

—Hijos de puta, están bebiendo cerveza y no me han avisado —se quita los lentes de sol negro de un tirón, expresando su escandalizada sorpresa tras ver a Alex y Nathan en la piscina, y yo sentada en una de las típicas sillas de playa plegables para exteriores.

Se acerca a mí, quitándome la botella que tengo en la mano y bebe desesperada. En un abrir y cerrar de ojos, se baja todo el contenido sola. Darya suspira, limpiándose la comisura de los labios con la muñeca y me sonríe.

—Hola, Brown —finalmente me saluda, satisfecha.

—Veo que es poco común la cerveza en el pueblo —le sonrío.

—No es difícil de conseguir, pero sí es muy mal vista porque engorda —se sienta a mi lado—. Amo tu bikini de cordones.

Observa mi bikini amarillo con tanta admiración que ahora me he percatado de que me está mirando el escote.

—¡Darya no! —me echo a reír, cubriéndome los pechos con mi brazo.

Darya examina mi bikini con una sonrisa antes de dirigir su atención nuevamente a la escena frente a nosotros. Bebe un sorbo de la botella nueva de cerveza después de destaparla.


—Definitivamente no precisas aumentar tus pechos —confirma—. ¿Y estos idiotas estuvieron en tu piscina todo el día o qué? —me pregunta, señalando a Nathan y Alex, que siguen disfrutando del agua.

—Sí.

—Y tú sin dormir —adivina ella, apenada.

—¿Cómo lo sabes?

—Cariño, murió tu madre. Por supuesto que no vas a dormir.

Ahora que lo pensaba, estaba despierta hace ya un día entero y aún sentía que estaba despidiéndola en el cementerio.

—No creo que pueda dormir sin saber qué ocurrió realmente —tuerso el labio.

—Vas a estar bien.

—¿Por qué todos me dicen eso?

—Nadie tiene las palabras correctas para dar consuelo, Evangeline, y yo tampoco las tengo —me frota la espalda con su mano—. No vamos a dejarte sola, eso también quería decirte.

—Gracias por ello.

—¿Y tu padre?

—En Francia.

Me mira, sorprendida.

—¿En Francia?

Asiento con la cabeza y le quito la botella para darle otro trago al amargo contenido.

—En Francia —repito en un suspiro—. Si no fuera por ustedes, estaría más sola que un perro.

Darya está a punto de soltarme algo, pero se detiene al ver algo en el interior de mi casa a través de la puerta ventana.

Frunce el ceño.

—¿Esperabas visitas, Evangeline? —me pregunta—. Hay una mujer rubia y muy gorda entrando a tu cocina como si buscara algo.

Me levanto de la silla y miro en la dirección que señala Darya. La botella que sostengo resbala de mi mano, cayendo directamente al césped. El corazón me late con fuerza al reconocerla.

Mis ojos se encuentran con los suyos, y la sorpresa se mezcla con un atisbo de melancolia.

—Es mi abuela—susurro y no tardo en correr hacia donde está.

En las sabanas de un TelescoKde žijí příběhy. Začni objevovat