El Juicio - Parte 1

18 2 0
                                    

Voy conduciendo mi carro, veo a una persona a la orilla de la carretera, un anciano mayor con las piernas atadas con alambres de púas. Mi primer instinto es detenerme en seco, bajarme con urgencia, alertado por socorrer la agonía de aquel otro hombre (mi igual).

Me dice que no sabe lo que pasó, que no recuerda quienes lo habían tirado en esas condiciones con ansias de que muriera. Le digo que espere, que iré a traer algo para ayudarle.

Cerca hay una tienda de primeros auxilios, donde después de explicar la situación no logró recibir la asesoría dadas las complejidades del caso. Agradezco, y me llevo unas botellas de agua.

Llego, lo hidrato. Le comento que no he podido conseguir nada para lo que necesita y le digo que deberíamos empezar por llamar a la policía. Sus ojos se abrieron estrepitosamente mientras me gritaba un "¡no!" errático. Su reacción me enfría por unos instantes.

Le pregunto entonces a quién puedo llamar, y a través de sus ojos vi que no pudo pensar en nadie con quien contar en ese momento.

Pasa una van llena de unos chicos a los que detengo con una seña para que me ayuden con la situación, pero solo se ríen y dicen "qué vamos a ayudarnos a ese viejo hijueputa, más bien tome para que deje de ser tan" mientras le tiran botellas de cerveza en sus piernas heridas por las púas del alambre. No logro detenerlos cuando se van, riéndose de ver el dolor de aquel hombre.

Hace frío, pero solo tengo un abrigo. Sin dudarlo le ofrezco mi abrigo mientras me siento a su lado.

- Bueno, parece que estaremos mucho tiempo acá. Cuénteme, ¿Quién es usted?

- Mi nombre es Lenin, soy un campesino del sector. He sobrevivido siempre del día a día, usted sabe que cuando uno viene de un hogar pobre y sin educación las puertas no se abren, y toca mirar como sobrevivir.

Siento un gran pero fugaz pesar por aquel hombre, no puedo ni imaginarme las cosas que ha tenido que vivir, o a lo mejor si puedo, pero no quiero porque escojo involuntariamente la tranquilidad que me brinda la ignorancia. Muy egoísta, ya lo sé.

- Pero cuénteme de usted, no quiero que lo último que tenga en mi mente antes de morir sea el sin sabor de mi amarga vida.

- Soy estudiante de filosofía, estoy a punto de graduarme.

- Ja!, estos muchachos de ahora estudian unas carreras sin sentido.

Me lo quedo mirando con una expresión que mostraba confusión y ofensa hacia lo que había dicho esperando una disculpa, pero nada pasó, "es de ese tipo de personas", pensé. Algo clasista si, pero mi prejuicio encajaba perfectamente con la personalidad y mentalidad que aquel sujeto me estaba mostrando. Es decir, estoy acá para ayudarlo cuando ni siquiera tengo qué hacerlo y ¿es capaz de soltar un comentario así?, que personaje...

Decido entonces adoptar una postura cortante.

- Vamos a esperar a que pase alguien para pedirte ayuda.

Creo que nota mi enojo, porque se me queda viendo unos segundos y luego voltea la mirada lentamente, como cuando sabes que te pillaron en el acto.

Puedo ver que a lo lejos viene alguien, es una persona joven, un chico. Me levanto con un impulso pero antes de que pudiera decir algo, mi habla se corta de repente y freno en seco mi impulso de acercarme a él cuando me doy cuenta que es el mismo chico que arrojó la botella de cerveza a las piernas del anciano.

Se percata de mi presencia. Me mira, y yo a él como diciéndonos mutuamente conla mirada "¿qué vas a hacer?". Decido romper el silencio.

- ¿Qué quieres?

- Quiero que sufra.

Dice señalando al anciano con su índice, mientras que con el resto de su mano sostiene una botella de vino barato.


El juicioWhere stories live. Discover now