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            Pueblo chico, infierno grande. Es lo que solía decir mi abuela cada vez que llegaban a nuestros oídos lo más recientes acontecimientos, por no decir chismes. Fue así que los rumores de la llegada de un pirata al pueblo se esparcieron en tiempo récord. Para cuando llegó mi turno de escuchar describían a alguien temible, un delincuente de lo peor que lucía igual de espantoso como sus supuestos crímenes...incluso, había quienes se creían que era un monstruo e iba por allí secuestrando niños (ningún niño había desaparecido durante su estadía, aclarando) pero ni esa descripción digna de novela de terror me prepararon para la primera vez que conocí a Portgas D. Ace.

Entró al lugar cegándome al instante. No era para nada como lo pintaban las palabras que iban y venían por las calles.

El sol que entraba por las ventanas coloreaba su piel ya bronceada de un dorado inigualable, el cabello negro azabache caía desordenado pero aún así encontraba su camino. Usaba un peculiar sombrero naranja estilo vaquero que de cierta manera hacía juego con el collar de perlas rojas de su cuello. Mantenía la mirada en el cristal que tenía una linda vista hacia el mar. Lo admiré por lo que parecía una eternidad al no haberlo visto antes, estoy segura que una presencia así no se me olvidaría. 

Mantenía mis pies cruzados y barbilla en la palma de mi mano desde el otro lado del mostrador. Los distintos postres eran exhibidos enfrente mío, el lugar estaba concurrido como de costumbre pero de alguna manera mi mente los borraba, solo existía un cliente y estaba recibiendo su orden junto a la ventana. Una sonrisa se dibujó en su agradable rostro como respuesta a la mesera, más sus ojos no tardaron en encontrar los míos.

El bullicio se apagó. El tiempo se detuvo. Todo se esfumó. Una sola luz permaneció brillando. Enfocándolo a él y solo a él. Click.


—¡Svetlana!


El sonido volvió. Todos se movían, cubiertos chocaban contra platos. Las luces iluminaban donde el sol no llegaba dándole un aura cálido al lugar más popular del pueblo. Dirigí mi mirada a la mesera frente a mi, lista para recibir la cuenta y que la cobrara.


Aunque la sensación seguía en lo más profundo de mi pecho, creciendo con cada latido y apoderándose de todo mi interior como si de hiedra se tratase. No lo sabía en ese entonces pero terminaría cayendo cada vez más profundo en el color oscuro de sus ojos cansados.


Tampoco me hacía falta preguntar para saber de quien se trataba, era demasiado obvio que ese era el pirata al que todos temían en el pueblo. Con una sonrisa así ¿quién le tendría miedo? Me parecía totalmente ilógico. Esa mínima interacción me persiguió por el resto del día, el espíritu de su calidez invadía mi pecho cada que pensaba en él. Supongo que fue lo que me mantenía mirando a todos lados esperando encontrármelo en mis trayectos a casa más nunca se me daba, así que terminé rindiéndome.


—¿Segura que quieres cerrar sola? Con eso del pirata rondando por allí...—comentó Greta, una de las meseras tomando su bolso.


Rodé los ojos con una sonrisa. Quizá era error mío, pero a mi parecer ese pirata no había hecho nada malo. Al menos desde que llegó al pueblo por más chismes que se inventasen.


—No te preocupes. Tus hijos ya estarán esperándote—le respondí limpiando la última mesa.


Me agradeció y supe que estaba sola cuando la campanilla de la entrada hizo eco al cerrarse la puerta. La tienda de postres era de las tantas propiedades de mis abuelos y la más importante para la familia por su valor sentimental, al ser la nieta más grande me habían encargado administrarla aunque me gustaba estar presente en el lugar más allá de solo supervisar de vez en vez.


Terminé de dejar limpio el lugar para el siguiente día y tras apagar las luces, salí para cerrar la puerta con llave. La calle estaba vacía y la lúgubre luz de los faroles iluminaban mi paso por las piedras adheridas al pavimento. Podía escuchar el ruido de las olas chocando contra la arena...y una botella de cristal rodando.


Me detuve bajando la cabeza siguiendo la trayectoria de dicho objeto hacia mis pies, la silueta del dueño apareció de entre las sombras con una expresión nada amistosa. Apreté mis puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta, expectante a su siguiente movimiento. Lo reconocía de vista, era un vecino conocido por ser activo en la comunidad pero nunca le había visto de esa manera. Tan inestable, tan inconsciente, tan ebrio.


—Señor Mei, ¿todo bien?—pregunté quedándome bajo la luz del farol como si eso pudiera protegerme. Balbuceó una oración que la verdad ni siquiera me gustaría haber entendido mientras se acercaba a mí—está asustándome, creo que debería llamar a alguien.


Mis palabras parecían no existir para él. De todas las cosas que podía haber hecho elegí la peor sin estar consiente: me congelé.


—¿Qué no la escuchó?—una voz masculina emergía de entre las sombras, deteniéndolo a un paso de distancia mía. El tono se volvió un poco juguetón conforme seguía hablando—hoy estoy de buenas, las estrellas lucen más brillantes que ayer así que le doy tres para correr.


Podía escuchar otra ronda de pasos detrás de mí y el rostro del hombre ebrio cambió por completo de color al notar esa misma presencia que se nos unía. Una ligera sensación cálida por encima de mi hombro fue lo último antes de que se echara a correr torpemente en dirección opuesta.


—Sabia decisión.


Observé la sombra que se proyectaba junto a la mía y entonces lo supe. Era como si las estrellas que mencionó me hubieran escuchado luego de días sin nada. Me di media vuelta topándome con su camisa oscura abierta, levanté la cabeza para encontrarme con esos ojos que no dejaron de embrujarme desde el primer segundo que los vi. Mis labios se separaron pero ni un solo sonido salió de mí. En cambio los suyos se curvearon en una sonrisa de lado.


No dijo nada. No dije nada. Lo observé regresar por donde vino, perdiéndose en la oscuridad de nuevo. No sólo en la que me rodeaba si no que en la de mis pensamientos también.

dark paradise   🏴‍☠️   portgas d. aceDove le storie prendono vita. Scoprilo ora