EVANGELINE BROWN.

Nathan y Alex son los primeros en caer rendidos, dejándome sola en la vigilia en esta oscura noche. El reloj marca las tres de la madrugada, y el silencio reina en la sala. Habíamos pedido comida china, y aunque estaba deliciosa, era sorprendentemente ligera. Incluso en la casa de comidas rápidas del pueblo, todo parecía llevar el sello de chefs de alta categoría, sirviendo platos que más que saciar, deleitaban con su exquisita mezcla de sabores.


El menú carecía de opciones típicas como pizza o hamburguesas.

La luz de la televisión continuaba encendida, proyectando su resplandor sobre ambos durmientes. Nathan, con el sueño más profundo, reposaba en el sofá con la boca entreabierta y la cabeza descansando en el respaldo.

La presencia reconfortante de tener a ambos a mi lado me brindaba un poco de tranquilidad. En comparación, si dependiera de mi padre, seguiría enfrentando todo este proceso en completa soledad.

Sintiendo la necesidad de conectarme con él, tomo mi móvil de la mesa ratona y busco su número en mi agenda.

Decido marcar y esperar pacientemente a que responda al otro lado de la línea.

—¿Eva? —su voz suena distante, sin rastro de sonidos de fondo, lo que dificulta que pueda ubicarlo.

—¿Dónde te has metido? ¿Me vas a dejar sola en este momento de mierda por tu trabajo? —le reprocho sin dudar.

—Cariño, créeme que quiero estar contigo en este momento más que aquí.

—¿Dónde estás? —insisto.

—En Francia.

Me levanto de un salto del sofa y me arrastro con mi manta hasta la cocina para no despetar a los chicos.

—¿Cómo que, en Francia, papá? Un boleto cuesta...

—Podemos pagar el boleto, Evangeline, no te preocupes —resopla—. Estoy aquí porque necesito firmar unos papeles de confidencialidad.

—Por favor, explícate, porque me voy a volver loca, papá —me llevo una mano a la frente.

—Hay un convenio de nuestro negocio también aquí en Francia, y mi ausencia podría levantar sospecha de donde vivimos, por lo que se debe firmar un acuerdo de confidencialidad.

—Aún sigo sin saber de nuestros negocios.

—Bueno, te explico para que estés en paz; ahora todo el dinero se ocupará de fábricas textiles en todo el mundo —me cuenta—. Las fábricas Brown se encargarán de producir ropa muy costosa, que las Kardashian dudarán si comprarla o no por su alto costo.

—Entonces, nuestras fábricas están involucradas en un negocio de alta costura internacional —pronuncio, tratando de asimilar la información.

—Exacto, cariño. La exclusividad y el lujo son las claves. La ropa que producimos se venderá a precios exorbitantes, dirigida a un mercado selecto y adinerado. Es un sector en el que podemos expandirnos y asegurar un flujo constante de ingresos —explica mi padre, buscando mi comprensión.

Mientras escucho sus palabras, no puedo evitar sentir una mezcla de sorpresa y confusión. La vida que conocía hasta ahora se revela como un manto de secretos y operaciones empresariales. Aún en medio de la confusión, intento procesar la información.

—Pero, ¿por qué mantenerlo todo en secreto? ¿Por qué no decirme antes de qué se trata? —inquiero, sintiendo una punzada de decepción.

—Quería protegerte, Evangeline. La exposición en este mundo podría traer complicaciones, y quería que crecieras sin las preocupaciones de nuestro negocio —justifica mi padre.

La revelación me deja en silencio por un momento. Mis pensamientos dan vueltas mientras intento reconciliar la imagen que tenía de mi vida con esta nueva realidad.

—Pero ahora, ¿qué pasa conmigo? ¿Qué papel juego en todo esto? —pregunto con una mezcla de ansiedad y curiosidad.

Mi padre sonríe con ternura.

—Eres parte de nuestra familia, Evangeline. Y ahora, con la expansión de nuestro negocio, tu papel será el que elijas desempeñar. Puedes involucrarte en la empresa o seguir tu propio camino. Lo más importante es que estemos juntos en esto.

—Te recuerdo que no es el momento de hacer negocios, papá. Mamá murió —insisto—. ¿Por qué no me dijiste que viajarías a Francia? Pude haberte acompañado.

—No me permiten sacarte del pueblo, hija. Créeme que insistí en que vinieras conmigo —explica con un tono agotado—. Te juro que en cuanto regrese, pasaremos ese tiempo juntos para conmemorar a tu madre.

ELIJAH BROWN.

Una vez que termina de hablar con su hija Evangeline por teléfono, guarda el dispositivo en su saco.

—Creo que no hay más demandante que las hijas mujeres. Son como garrapatas —comenta uno de los sujetos sentados a su lado.

—Evangeline es una buena niña, nunca me ha traído problemas.

—Bueno, esa racha a veces se termina, Elijah —agrega Morrison, su hermano, pasándole un abanó que no tarda en agarrar para fumar.

Elijah Brown se encontraba en Francia, no precisamente para participar en un desfile de modas, sino para lo que podríamos considerar como una versión moderna y extravagante de "El soltero". En una habitación roja, que probablemente estaba destinada a confundirse con una película de David Lynch, las mujeres, desnudas y con poses que desafiarían las leyes de la física, esperaban ansiosas su turno para ser seleccionadas por el "afortunado" Elijah.

La iluminación cálida de las paredes, cuidadosamente diseñada para resaltar cada matiz de la escena, convertía el evento en algo que podría describirse como una mezcla entre una película de arte experimental y un episodio de reality show.

Las mujeres, conscientes de que Elijah podría ser su boleto de oro para abandonar el mundo de la prostitución, posaban con la esperanza de ser "la elegida" que cambiaría su destino.

El perfume pesado en el aire se mezclaba con el humo del abano, un toque de clase en esta peculiar subasta matrimonial. Elijah, agradeciendo con una sonrisa falsa el abano ofrecido, dejaba que el humo se dispersara en la atmósfera cargada de ironía y expectativas.

Mientras observaba las poses exageradas y los gestos dramáticos de las mujeres, Elijah reflexionaba con sarcasmo sobre la absurda complejidad de la elección que se le presentaba. Era como si estuviera participando en un juego retorcido de la vida real, donde el premio principal era una esposa.

—Esa tiene buen trasero y un par de tetas que yo mismo me ocuparía de chupar si no la escojes—comenta Morrison, quien amenaza con babear en cualquier momento.

—Yo me quedo con la rubia de ojitos bonitos—agrega el otro.

La escena alcanzaba un nuevo nivel de vulgaridad mientras Morrison y su acompañante comentaban abiertamente sobre las partes anatómicas de las mujeres en la habitación roja. Elijah, por otro lado, se encontraba en una especie de trance, más preocupado por el fantasma de su difunta esposa que por la carne y hueso que se exhibía frente a él.

Las palabras lascivas de Morrison, que amenazaban con cruzar la línea de la decencia en cualquier momento, se mezclaban con las risas burdas del otro hombre. Mientras discutían cuál de las mujeres seleccionarían, Elijah estaba sumido en sus propios pensamientos, consciente de que su difunta esposa, Sophia, no estaba precisamente de acuerdo con su peculiar búsqueda de una nueva compañera.

La imagen de Sophia, respirándole en la nuca de manera figurada pero no menos real, le recordaba la realidad de su situación. Elijah se sentía como si estuviera traicionando la memoria de su esposa difunta al participar en esta especie de subasta matrimonial.

Claro, pero ese pensamiento de culpa jamás se le atravesó cuando Sophia lo vio mientras se comía el coño de otra mujer en aquel burdel bajo tierra del pueblo The Moon.

En las sabanas de un TelescoWhere stories live. Discover now