Capítulo 3 Estudiante y asistente.

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Ana comenzó a trabajar de manera ardua con Leonel para que él pasara sus asignaturas sin descuidar sus propios estudios. Eso la mantenía muy ocupada y no la dejaba pensar en el amor que sentía por su cuñado y por el cual luchaba con todas sus fuerzas para olvidar.

En cierta tarde a la joven se le hizo tarde para ir a estudiar con su amigo y su hermana la detuvo al ver las prisas que esta tenía. Llevaba días tratando de hablar con ella sobre un asunto, pero no lograba coincidir con el tiempo.

—¿A dónde vas? — preguntó Edith al ver a su hermana salir con un bolso sobre el hombro. Ya eran pasadas las cuatro de la tarde y le preocupaba el bienestar de la pequeña princesa como la llamaba Walther.

Ana la miró con curiosidad.

—Voy a la biblioteca — dijo cortante, le urgía salir porque se le hacía tarde con la cita que tenía con Leonel.

—¿A esta hora?— Edith miró su reloj – a esta hora no hay biblioteca abierta y si está ya no alcanzas a llegar. Dime la verdad ¿qué es lo que te está pasando?

Ana resopló molesta con su hermana.

—Estoy estudiando duramente para ganar una beca —le contestó con ironía en su voz —Quiero salir de este pueblo para estudiar y ser alguien más adelante. Así como lo está haciendo tu novio.

Edith la tomó del brazo y la llevó hasta la habitación donde ella estaba durmiendo.

—¿Qué es lo que realmente te pasa con Walter? Dime la verdad – insistió la joven mayor — ¿estás enamorada de él? ¿Es eso?

Las mejillas de Ana se pusieron coloradas.

—¡¿De qué estás hablando?!— dijo con una risita nerviosa.— Tú sabes mejor que nadie que él es mi amigo... que se hizo novio tuyo... hasta ahí se fue para la ciudad. Hasta ahí es mi historia con él. Así que no me vengas a meter cucarachas en mi cabeza, acusándome de cosas que yo no he hecho.

Edith se sentó en la cama y la hizo sentar a su lado.

—¡Me alegro de que no estés enamorada de él! — dijo ella con una sonrisa triste – porque quiero pedirte un gran favor, Ana.

La joven la miró a los ojos y frunció el ceño.

—¿Te has metido en algún problema? — preguntó la menor sin dejar de mirarla a los ojos. Ambas tenían sus ojos cafés y el cabello castaño, siendo lacio el de la mayor y ondulado de la menor — yo no te puedo ayudar, no tengo dinero.

La mayor rio al oír a su hermana.

—No estoy en problema— le tomó la mano con cariño — simplemente le dije a Walter que quiero tener una relación con él a través de cartas románticas. Como era en el pasado.

Ana arqueó los ojos para mirar el techo, a ella le gustaba que su hermana le hablara de su relación amorosa con el hombre que ella amaba.

—Bueno, me alegro por ti. Al menos ya no tendré que escuchar esas largas conversaciones tan tardes en la noche —dijo ella con cierta amargura en la voz.

—Pero Anita, estoy en serios problemas y necesito de tu ayuda. ¡Ayudarme, por favor! — suplicó Edith.

La joven miró el reloj y vio que ya eran las cuatro y diez y se le hacía tarde para su cita con Leonel, así que para quitársela de encima se comprometió y prometió a la ligera.

—Sí, sí, sí yo te ayudo en lo que tú necesites. Te lo prometo — dijo la joven y se puso en pie para marcharse, pero Edith volvió agarrar la mano de su hermana y la miró a los ojos.

—Gracias, Anita. Yo sabía que podía contar contigo— la abrazo y la besó.

—Si, bueno, ahora me tengo que ir— dijo afanada.

Edith la miró con cariño. Ella era la única que la podía ayudar en un asunto muy delicado.

—¿Qué debo hacer?— preguntó la joven desesperada por acabar con esa conversación.

—A partir de hoy tú contestarás todas mis cartas de amor a Walter— los ojos de Edith cayeron sobre el rostro dulce de su hermana. Su mirada era extraña, pesada, cargada de melancolía — Recuerda que lo prometiste.

Ana quedó muda por un momento y luego reaccionó con brusquedad. ¿Cómo su hermana le pedía algo como eso? ¿Acaso ella tenía que sangrar su corazón para poder olvidarlo? ¡Esas cartas iban a ser su perdición!

—¡Estás loca o es que estás metiendo cosas raras – le dijo la joven mientras caminaba hacia la puerta de la habitación para salir —¿cómo voy a escribirle yo a ese fulano de tal cartitas de amor? Si ni siquiera sé lo que es el amor. Pareces boba.

Y salió enfadada.

Edith la alcanzó y la cogió del hombro.

—Lo vas a hacer por correo. Ahí están todos los mensajes que nos hemos estado enviando estos días— le acaricio la cara con cariño— Anita, lo prometiste.

Ana quedó con la boca abierta debido a la sorpresa y la vio marchar dejándola sola en medio del quicio de la puerta.

—¡Esto es inaudito!— casi gritó mientras buscaba la salida de la casa para llegar a su cita.

Esa tarde la joven no pudo trabajar como lo había hecho las otras ocasiones porque sus pensamientos estaban girados hacia Edith y Walter.

—¿Qué te pasa?, nena — dijo Leonel mirándole a los ojos seriamente — ¿tienes algún problema en casa? ¿Te puedo ayudar?

Ella lo miró y sonrió

—No es nada. Simplemente que mi hermana es loca y yo por estúpida le hice una promesa, que ahora me veo obligada a cumplir— sonrió de medio lado.

Él la miró.

Sabía que Ana era de las personas que cuando prometían algo lo cumplía, porque hasta el momento todas las promesas que ella le había hecho a él se las había cumplido al pie de la letra. La admiraba de una manera muy especial.

—Quería hacerte un regalo mañana, pero me va a tocar viajar hoy en la noche — le dijo el joven tomando la mano de la chica para que lo mirara a los ojos.

—¡Ay no digas que ya te vas de la escuela!— dijo ella con tristeza— me dijiste que íbamos a terminar este año para irnos juntos a la ciudad.

Él se echó a reír

—Sí me voy de la escuela, pero solamente faltan unos pocos días para terminar este año lectivo —él la miraba a los ojos para ver la reacción que se había imaginado de ella cuando le diera la noticia que le llegó esa mañana— y quería informarte que la otra semana mi madre va a ser la entrevista de los nuevos estudiantes para la escuela de diseño.

Ana abrió los ojos grandemente y se puso roja de la emoción.

—¿En serio?— preguntó con un hilo de voz y el corazón palpitando en la garganta— me voy a morir de la emoción al ver a Edna Guerrero. De verdad admiro mucho a esa mujer.

Leonel soltó una carcajada.

—Pero tenemos un pequeño problema— sonrió perverso y vio como ella se removía en su silla— tú no vas a estar en esa reunión.

Él se la quedó mirando fijamente.

—Pero tú dijiste que me habías conseguido una beca para estudiar en la escuela de tu mamá — dijo la joven casi al borde del llanto – hicimos un trato. Yo te ayudaba con el examen de la universidad y tú me ayudabas con la beca. Un trato es como una promesa. ¡Se cumple!

Leonel se pasó la mano por la cabeza y recargó su espalda en la silla y se la quedó mirando fijamente.

—Ana, le he hablado tanto a mi madre de ti y de lo que tanto amas el diseño que mi madre quiere que tú seas su estudiante y asistente personal. Así que vas a aprender mucho más.

Ana se hiperventiló por la emoción que tenía.

—¡Me voy a morir!— gimió llorando— ¿Alguien ha muerto de felicidad? ¡Qué horror, voy a ser la primera muerta de felicidad!

Leonel reía al ver el show que hacía su buena amiga.

—¡Cálmate!— le agarró la mano para que le prestara atención— Así que la otra semana te espero para que comencemos juntos este nuevo camino.

Tu  felicidad es mi regalo de NavidadWhere stories live. Discover now