Capítulo 12: No soy un príncipe.

44 6 82
                                    

Arco Sol de primavera

Mes doce, año 1106 d.c.

Claro de luna, Zuxhill

Farid Surem

El castillo en el que se encontraba era distinto al que vivía en sus memorias, tan distante y ajeno como lo eran los días soleados de primavera, aquellos capaces de envolver a las flores y ayudarlas a abrir sus pétalos. Flores. Ya no se sentía como una flor del sur, puesto que ellas, sin importar las circunstancias, se abrían a la vida haciéndola hermosa, dotándola con una fragancia sin igual, mientras que él se secaba como una hierba ligera, como una hoja desprendida del árbol por el viento. Quizá ya no podía serlo. Quizá nunca lo había sido. Ese sobrenombre era el indicado para describir a sus hermanos. Fargo y Farnese eran los que llenaban su hogar de una dicha sin precedentes. Era ella, en especial, la que sin importar nada los adoraba con intensidad y los hacía sentir alegres y en armonía. Sus ocurrencias, su risa, su amor por los demás.

La extrañaba. Mucho. Y prestar atención al presente lo destrozaba en gran medida. ¿Qué quedaba de ella? Solo los entredichos y las críticas de las personas que se dejaban guiar por los prejuicios. ¿Qué quedaba de sus padres? Esa era la cuestión, su muerte le trajo mil preguntas que jamás podrían ser respondidas. ¿Qué caso tenía su muerte? ¿Alguna muerte lo tenía? La de su tía Faneli, sus hijos y nietos, ¿qué sentido había en ellas? ¿Los dioses los castigaron de alguna manera? ¿A él? ¿Qué delito habían cometido para merecer algo como eso?

«Desimi», repetía su nombre cada día, noche y momento que su recuerdo llegaba a su mente, no quería olvidarla, pero al mismo tiempo hacerlo era como una tortura creciente en cada instante,

Todos atribuían la culpa y los cargos a un demonio, uno que, deshaciéndose de su humanidad, se atrevió a provocar la destrucción de los suyos. Un maldito traidor. En un principio, escucharlos le revolvía el estómago y calentaba su sangre. Se negaba a responsabilizar a su hermano en su totalidad. Era Farnese, ¿cómo podía ser visto como un ente maligno? Incluso después de la muerte de Fargo intentó creer en él. Sin embargo, le fue difícil seguir creyendo en alguien cuya ausencia prevalecía en su corazón, cuyas acciones desembocaron una enorme pena que torturaba su ser.

Los eventos del pasado se mezclaron con las afirmaciones de los demás y no encontró manera de continuar apelando por una inocencia que probablemente jamás había existido. Su hermano, aun siendo el heredero, en ningún momento se comportó como tal. No enfrentaba sus problemas ni deberes reales y se refugiaba en el alcohol y en la pereza. No podía hacerse tonto ni ciego. Por más que le doliera, por más que fuera su familia, el Farnese que atesoraba con cariño ya no existía.

»—¡Era un ebrio de mierda! —le había gritado a Artemis después de que él le preguntara si no encontraba algo extraño en lo que sucedió—, ¿recuerdas cómo se descontrolaba y se ponía agresivo cuando el vino invadía sus venas?

»—Lo sé. Pero, piénsalo bien...

»—No hay nada qué pensar. ¿Te has olvidado ya? Dime, ¿no recuerdas cuántas veces tú y yo tuvimos que sacarlo de peleas y lo dormimos para que no asesinara a nadie?

»—Siempre me costó creer que él realmente fuera capaz de hacerlo, Farid.

Una carcajada amarga se escapó de su garganta.

»—Sé que era tu mejor amigo, que ambos se acompañaban en los vicios y que tú... —no se atrevió a decir lo que le había venido a la mente en ese momento—, tú... Estás acostumbrado a un tipo de vida distinto al nuestro. Aun así, no puedes seguir cerrándote a la verdad, Artemis.

El otro enmudeció y a él las lágrimas le nublaron la vista.

»—¡Él la mató! —la furia le quemó la garganta—. Él y solo él es el culpable de todo esto. De todo lo malo que hay y habrá en mi maldita vida.

Vientos de fuego y cenizas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora