VEINTICUATRO

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Damian GorhRatas

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Damian Gorh
Ratas.

Mantengo la distancia con los demás nobles, solo presentando un seco saludo al representante de la familia real en el evento de caza. Los soldados imperiales protegen los extremos del terreno, portando espadas y el emblemático escudo de la armada central. Aunque las armaduras ostentosas y llamativas los hace parecer fuerte e indomables, no son más que lamentable reflejo de lo que debe ser un guerrero, un guardia imperial. No son más que los hijos menores de las familias nobles que han decidido hacerse un nombre bajo el escudo de las fuerzas imperiales.

Niños mimados con espadas, eso es la guardia central. Se mantiene con el guardia en alto, evitando temblar cuando camino a su lado, pero el subir acelerado de su caja torácica los delata, los dedos tensionando alrededor del mango de la espada y el leve titubeo de su barbilla al querer bajar la mirada y evitar verme directamente.

—Anna—susurra una voz masculina alterada, jadeando con la respiración entrecortada y una desesperación que se escapa en aquel tono grave.

Reconozco aquel tono, no pertenece a nadie más que Williams Vinscord, el mismo hombre a quien le eche a Stein en sus brazos. El mismo maldito conde que fue a mi territorio exigiendo que dejara en paz a su prometida; la cual no ha hecho más que negar dicho compromiso y, ha pedido con desesperación que la tome y aleje de su lado.

—Anna—gime Williams.

Escuchar con claridad la excitación, ansiedad, desesperación y deseo en la voz de Williams; se siente decepcionante, duele de una manera que nunca me hubiera imaginado. Saber que todas las palabras que Stein ha tenido son falsas, que ninguna de sus promesas o comentarios desafiantes es real y probablemente ella me vea como los demás; como un jodido salvaje y un hombre horrible que no merece ser observado. Stein no es diferente, solo desea huir de las manos de su prometido por una razón que no conozco. No le importa si para ello debe correr hacia los brazos de su enemigo. De un demonio.

Tener esperanzas en una dama de la alta sociedad, es lo peor que he podido hacer; albergar una mínima ilusión sobre ella estando a mi lado y siendo más que un compromiso falso, fue mi perdición. Williams lo había dicho, Stein nunca sería mía.

No obstante, egoístamente dejé que mi corazón y mente creciese con la posibilidad; es imposible no desearla cuando ella revoluciona cada aspecto de mi estadía en la capital, cuando su boca es capaz de desafiarme y lanzar comentarios tan descarados e irrespetuosos. Stein no merece estar al lado de un cobarde y poco hombre como Williams; pero existe una abismal diferencia entre lo que ella merece y lo que desea. Lamentablemente, no soy ni lo primero, ni lo último.

—No, señorita Stein, Conde. Recuérdelo, ya no somos una pareja comprometida y si sigue llamándome por mi nombre alejará a la persona qué deseo atrapar —replica, y aquel comentario desafiante me recuerda quién es la mujer que se halla detrás de los arbustos.

—No recuerdo que me pidieras espacio cuando te tomé en mis brazos, cuando tu cuerpo se derretía por mis caricias—grazna Williams con soberbia, sospechaba que entre ellos había algo más que un compromiso concertado; la posesividad que mostraba el conde hacia la dama no era solo de un prometido. Era la de un amante al cual le estaban robando. Eso me hace sentir celoso, jodidamente, celoso—. No recuerdo que hayas pedido espacio, cuando tus manos estuvieron sobre mí, cuando me besabas con aquella arrebatadora pasión. No recuerdo escuchar las palabras, no de tus labios, cuando me dejabas conocer tu cuerpo, señorita Stein.

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