Bajo los Sauces

5. Interrogatorio

Apenas abrir los ojos, Io estuvo a punto de saltar de la cama y empezar a vestirse rápido para irse al colegio creyendo que se había quedado dormido, hasta que la ropa de gimnasia que usaba los viernes y que estaba ahora arrebujada a los pies de la cama después de quitársela el día anterior le recordó que era sábado, y se vio asolado por una curiosa decepción. No era que le agradara tanto asistir a clases, a excepción de los partidos en los recesos; más bien que cualquier excusa para salir de casa era válida.

La mañana estaba fría. Io sintió sobre su cuerpo el peso de las cobijas, aunque no recordaba haberse cubierto con otra cosa que el delgado edredón de su cama la noche anterior, y al erguirse del todo y sentarse sobre la cama, la chaqueta de Logan resbaló por sus hombros y cayó sobre sus piernas. Io la levantó en sus manos y después la acercó a su rostro. Olía a tabaco, hierba y a alcohol... pero también tenía el olor de su hermano; un aroma que a veces, muy en el fondo, extrañaba sentir cerca. Como cuando era niño...

Escuchó a su lado los ronquidos de Logan y cuando miró hacia la cama conjunta solo pudo ver el enorme bulto que era su hermano moverse al ritmo de una respiración quieta bajo los edredones. Io lo observó dormir por algunos instantes. Logan con dificultad se mostraba afectuoso con él. Y aun así la noche anterior había cancelado todos sus planes y se había quedado en casa a esperarlo. Y era el único que se había preocupado de su desaparición hasta tan tarde. Su temible hermano mayor podía severo, propenso a la ira, y mostrarse apático la mayor parte del tiempo, pero él sabía que, talvez a su propio, muy particular modo, Logan le quería. Io estaba seguro de eso, aunque él nunca se lo dijera. Era la única persona allí para él. Solo se tenían el uno al otro, después de todo.

Se levantó y se vistió en silencio, y después salió del cuarto de ambos cerrando la puerta. Cuando pasó por la habitación de su padre la encontró vacía y se preguntó si él no habría llegado en toda la noche. Y al salir del pasillo le halló tendido cuan largo era en el sofá. Toda la sala apestaba a alcohol, tabaco y sudor nocturno. Liam Schark dormía boca abajo, con el cuello torcido en un ángulo incómodo, y sujetaba una botella en la mano que le colgaba por fuera.

Io se acercó para quitársela, temiendo que rodara y cayera sobre ella, pero en cuanto lo intentó su padre cerró por reflejo los dedos alrededor del gollete, rehusándose a dejarla ir y levantó con dificultad la cabeza en su dirección. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados, y los labios resecos y pálidos. Soltó entonces la botella, dejándola caer al piso y se frotó la mandíbula ensombrecida por una barba incipiente tan oscura como el cabello agolpado en su rostro.

—Pequeño —balbuceó con voz pastosa—, ¿qué hora es?

Io verificó la hora en la pantalla rota del móvil sobre la mesa de café:

—Las ocho y cuarto.

—¿Vas tarde al colegio? Logan te lleva, ¿verdad?

—Es sábado.

Su padre se le quedó viendo unos segundos, como si asimilara las palabras una a una. Después dio una cabeceada y volvió a acomodarse:

—Claro... Sé un buen chico y tráele a tu padre una cerveza.

Io sintió una corriente de ira recorrerlo. Tuvo ganas de golpearlo hasta hacerlo despertar por completo. O de traerle una botella solo para darse el placer de echarle todo su contenido a su padre encima, aún si eso significase salir corriendo y jamás volver a casa. En cambio aguardó unos segundos; a sabiendas de que aquel volvería a dormirse pronto. Y así lo hizo. Io pudo marcharse solo entonces.

Estuvo deambulando por el barrio esperando encontrar alguna cara conocida; pero era demasiado temprano y hacía demasiado frío. Io frotó sus brazos un momento intentando calentarse. Aunque tenía tan erizada la piel que los poros le dolían, no quiso volver por su chaqueta temiendo que su padre se hubiese despertado otra vez y dado cuenta de que nunca le llevó su cerveza, así que optó por intentar no pensar en ello.