O8 : Leche de fresas y moras

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El silencio entre ellos es espantosamente incómodo; ninguno de los dos ha pronunciado palabra alguna desde su despedida con Gyeong-su e I-sak en la parada de autobuses. En realidad, no se han dirigido la palabra desde su discusión en el restaurante, y la ansiedad que ha empezado a roer el pecho de Cheong-san desde entonces se está haciendo cada vez más insoportable.

Por cada paso que dan, el ruido a su alrededor parece intensificarse hasta el punto de remarcar la total falta de la conversación que deberían estar compartiendo como es lo usual cuando dos amigos caminan de regreso a casa.

Cheong-san es consciente de lo mal que salieron las cosas por su impulsividad y, después de pensarlo por más de dos segundos como debió hacerlo en un principio, cree que haber dejado caer una revelación de ese calibre de una forma tan descuidada fue un poco cruel; él mismo ha experimentado la amarga incertidumbre de guardar con extremo recelo una confesión de amor por miedo a la respuesta, al resultado, al cambio inevitable que ésta provocará.

Después de todo, además de Gyeong-su, nadie supo alguna vez de su enamoramiento por On-jo en los primeros años de secundaria. En el fondo, Cheong-san sabe que fue la mejor decisión para ambos, sin embargo, aún recuerda lo doloroso que le resultaba ocultarlo; saber que no tenía oportunidad alguna, que nunca podría decirlo en voz alta, confesarselo a ella, le dejaba una sensación en extremo amarga que podía joder su día de la nada.

Y lo único que podía hacer era preguntarse por qué.

¿Por qué On-jo, de todas las personas en la vida de Cheong-san?

¿Por qué resultó así, aún cuando no podía ser?

¿Por qué le importaba tanto si lo único que estaba recibiendo era amargura?

Pensar en arruinar la amistad que han compartido desde que tiene memoria por su completa incapacidad para tener bajo control algo tan estúpido como un enamoramiento era... doloroso. La culpa nunca dejó de ser un sentimiento habitual, igual que una piedra en tu zapato que nunca puedes encontrar cuando la buscas para sacarla.

Siempre presente.

Siempre molesta.

Cheong-san no sabe qué hacer con esta revelación. Ni siquiera tiene idea de cómo llegó a una conclusión que, a pesar de haber confirmado sin querer, aún le parece ridícula. Aunque, puede que sí lo haya hecho queriendo, con toda la intención de confirmar o desmentir la ridícula conclusión de su mente.

Quizá sí esperaba que ella lo negara.

Quizá sí esperaba creerle cuando lo hiciera.

Quizá sí quería estar equivocado.

Puede que su verdadera intención fuera aplastar la maldita culpa que amenaza con enterrarse en lo profundo de su pecho, evitando que pueda disfrutar un solo segundo de su jodida vida.

A Nam On-jo, su mejor amiga de la infancia, le gusta Lee Su-hyeok, uno de sus mejores amigos y, para colmo de males, la persona responsable de acelerar su corazón.

Nam On-jo, una de las personas más importantes en su vida, quería darle chocolates de San Valentín a Lee Su-hyeok, el bobalicón cursi que alegra sus días con su sola presencia.

Nam On-jo, la mujer que camina a su lado en completo silencio, fue rechazada por la persona que le gusta, Lee Su-hyeok, porque él está en el medio.

¿Qué se supone que debería hacer Cheong-san?

—Te gusta —dice On-jo de repente.

—Ah, ¿qué? —responde Cheong-san de forma automática.

Ella se detiene a unos pasos de las escaleras que llevan a su piso y Cheong-san, aún sin saber qué hacer con esta situación, hace lo mismo.

—Tú fuiste quien le dio chocolates hace un mes, ¿verdad?

A pesar de estar parados uno junto al otro, la atención de On-jo permanece puesta en el frente, negándose rotundamente a darle un simple vistazo a Cheong-san.

No la juzga, en verdad, pues él tampoco ha sido capaz de dirigirle la mirada en todo este tiempo, prefiriendo, en su lugar, enfocarse en el asfalto del camino. Sin embargo, de alguna forma sabe que ella es tan consciente de su presencia como él de la suya, por lo que, en lugar de responder con palabras, Cheong-san sólo asiente en respuesta a la pregunta que ella ha dejado suspendida en el aire.

—Te gusta —repite On-jo después de un par de segundos en silencio—. Su-hyeok, te gusta Su-hyeok.

No es una pregunta.

—Sí —responde Cheong-san, siendo la primera admisión en voz alta que ha hecho sobre el tema, incluso a sí mismo.

—Y a él le gustas —continua ella.

Cheong-san se pregunta cómo parece estar tan segura de lo que dice cuando ni él lo está. Por fortuna, On-jo no parece querer, o necesitar, una respuesta.

—¿Desde cuándo?

El silencio no funcionará como respuesta, aunque Cheong-san desearía que así fuera.

—No lo sé. —Es lo único que se le ocurre decir.

En respuesta, On-jo deja escapar un largo suspiro a la par que levanta su cabeza hacia el cielo.

—Si haces algo estúpido, juro que te voy a romper una pierna, Lee Cheong-san.

Sorprendido por completo, Cheong-san dirige toda su atención a On-jo, quien sigue sin mirar en su dirección.

—¿Lo estás defendiendo? —pregunta él—. Se supone que tu mejor amigo soy yo, ¿cómo es que estás de su lado?

—Él es mucho más guapo —dice On-jo con simpleza y una expresión de total serenidad dibujada en su pequeño rostro.

Después de atravesar un extenso dilema interno, además de procesar la revelación que él mismo adivinó y soltó sin ninguna consideración, Cheong-san no tiene idea de qué hacer ahora.

—Si pasa algo malo, lo sabré —continua ella, gracias al cielo. Su atención ha descendido hacia sus dedos inquietos que parecen jugar nerviosamente con la tela de su suéter—. No me provoques.

—On-jo...

—Eres mi amigo, Cheong-san, ambos lo son. Sólo... no lo arruines, ¿sí?

A pesar de estar hablando con él, hay algo en el comportamiento de On-jo, quizás en su postura encorvada o en el temblor en su voz, que le hace preguntarse a quién le está diciendo eso en realidad. Sin embargo, también hay algo en todo esto que parece aliviar el peso que oprimía el corazón de Cheong-san momentos atrás, y es eso lo que le hace sonreír al tiempo que intenta ignorar el repentino picor en sus ojos.

—On-jo —él la llama con voz suave, sin dejar de sonreír.

—¿Qué?

—Gracias.

Cheong-san no espera una respuesta.

On-jo no le da una.

En su lugar, agarra la bolsa de comida que Cheong-san estuvo llevando todo este tiempo y entra al edificio sin pronunciar palabra, y es gracias a eso que el corazón de Cheong-san ahora está lleno de una profunda calma que alivia el dolor dejado por la culpa pasada, y con una respiración profunda, junto a un último agradecimiento silencioso, camina de regreso al restaurante de sus padres.

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