—Me mataré haciendo cardio todos los días para conservar mis abdominales.

—¿No se supone que haces cardio en la máquina de correr? Aunque, claro, solo caminas.

Durante lo que parece cinco o seis segundos no recibo respuesta de su parte, por lo que añado:

—O no sé, soy muy ignorante en temas de gimnasio.

De nuevo, silencio.

Entrecierro los ojos y doy media vuelta para preguntarle qué pasa. Sin embargo, mis ojos viajan directo a su mano y al mechón de cabello que sostiene en ella.

Me quedo paralizado.

—¡No, no, no, no, no, no, no...!

Sale disparado hacia el cuarto de baño y logro salir de mi estupefacción para ir detrás de él y detenerme en el umbral. Ha tirado en el lavadero el mechón de cabello y está frente al espejo, buscando el agujero en su cabeza, hasta que otro mechón de cabello se sale y, tras mirarlo en su mano, lo suelta con una expresión de horror.

—¡No, no puede estar pasando! —manifiesta con voz temblorosa y aferra ambas manos al lavadero.

Lo observo a través del espejo. Su pecho sube y baja, con una respiración agitada, como si estuviera intentando tomar todo el aire posible en sus pulmones y a la vez soltarlo porque le hace daño. No obstante, se me cae el alma a los pies cuando rompe en llanto y baja la cabeza para que no lo vea llorar. Me quedo débil, escuchando sus sollozos frente al espejo mientras él se cubre el rostro con las manos.

Decido ir a su lado y coloco una mano en su espalda baja para acariciarlo. Christhoper retira las manos de su rostro y vuelve a aferrarse al borde del lavadero sin levantar la mirada. De manera consciente, se toca otra vez la cabeza y de esta se sale un nuevo mechón de cabello. Sus sollozos se intensifican y espero a que se calme para consolarlo.

Tras unos minutos en los que parece haber cesado su llanto, hablo casi en un susurro:

—Tranquilo.

Él niega con la cabeza, incapaz de mirarse al espejo.

—No quiero quedarme sin cabello —logra decir, aun con los sollozos saliendo de su boca.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuerpo y corresponde mi abrazo, descansando su cabeza sobre mi hombro. Acaricio su espalda con mis manos, dejando pasar el tiempo necesario para volver a pronunciar una palabra. Quiero que entre mis brazos se sienta protegido, que sepa que no está solo en este momento en el que la enfermedad le arrebata más cosas. Soy ese pilar del que se puede sostener cuando no le quedan fuerzas para seguir en pie. Y está bien. Este es un camino de altibajos, no todo será uniforme.

Aunque me encuentro desconcertado al igual que él, no puedo derrumbarme.

—Sé que amas tu cabello y lo cuidas mucho, pero ambos sabíamos que esto iba a ser parte de los efectos secundarios de la quimioterapia.

—Ya no saldré de la habitación, me veré horrible.

—Para mí seguirás siendo guapo. —Dejo un delicado beso sobre su cabello y acaricio su espalda de vuelta—. Chris, el cabello crece, no te quedarás así de por vida. Por suerte, estamos entrando al invierno y puedes usar gorras, es una buena opción.

—No suelo usar gorras.

¿No? Pienso que, si te la pones debajo de la capucha de la polera, quedarás más guapo.

No creí que el tema de la caída del cabello le iba a afectar tanto. Intuyo que quizá es cuestión de tiempo para que lo asimile y acepte su nueva apariencia. Después de terminar de consolarlo, considero oportuno darle su espacio y dejarlo solo unos minutos para que reflexione sobre lo sucedido.

Solo de los dos, Christhoper © [Completa ✔️]Where stories live. Discover now