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Era esa emoción otra vez.

Disparó calor a través de mis venas.

—Dijiste que yo era tu primer beso.— Me tomó por la nuca y me registró los ojos.

—¿Lo fui?

Asentí y lo besé una vez más.

—Más besos, menos charla.— Le dije.

Dejó escapar una risa sin aliento pero obedeció por un minuto. Aunque no había terminado de hablar. ¿Sería porque era un maestro?

—Tengo miedo de hacerte daño, Jimin. En realidad, también tengo miedo de salir lastimado en el proceso.

Fruncí el ceño, mi mirada encapuchada se negó a dejar sus labios profundamente besados.

—¿Cómo vas a hacerme daño?

No pregunté cómo lo lastimaría, porque eso era ridículo. Nunca le haría daño.

—Perdiendo la cabeza y aprovechándome—, murmuró. Tarareé en reconocimiento y empecé a besarle el cuello y el esternón. Si él insistía en perder el tiempo con palabras, yo podría divertirme mientras tanto. —Tú, sentado en esa maldita toalla, me volviste loco.

Oh.

—Lo escondiste bien.— Le lamí el punto detrás de la oreja antes de bajar a su pecho.

—Dios...—

Le di una mirada, sintiendo algo que se me revolvía en las tripas. Era lujuria. Pura y jodida lujuria. Probé más. Lamí y besé sus definidos músculos. Rocé los dientes alrededor de sus pezones.

JungKook siseó.

—¿Qué es lo que quieres? Pedí que se acabara de una vez.

Sacudió la cabeza y me acercó de nuevo.

—No preguntes eso.— Me besó fuerte y profundo, empujando su lengua dentro de mi boca.

Yo estaba en el cielo. Conseguí lo que quería y nos besamos como adolescentes. Me hizo perder la noción del tiempo. Mis defensas internas se olvidaron, algo tomó su lugar. Un frenesí. No podía tener suficiente.

La frustración se acumuló.

—Necesito... algo—, gruñí.

Como si supiera qué, me palmeó el culo y me empujó hacia abajo, aplastando su entrepierna contra la mía, y me prendió fuego, joder.

Me ahogué en el placer y casi pierdo la cabeza.

— ¡Joder! Oh, Dios...— Me fundí en otro beso drogadicto, y me moví con él. No podía describir las sensaciones.

Mi polla estaba dura, y todo porque sentía la suya. Necesitaba un poco más, y pateé el grueso edredón que había entre nosotros. Nunca miré hacia abajo, pero pude ver que no llevaba nada.

Me excitó más, casi tanto como sus gemidos sexys.

—Tenemos que parar—, gimió.

—No, realmente no lo haremos.— Me lancé hacia adelante y me estremecí violentamente. No era completamente estúpido; si seguía así, me haría venir.

Pero se sentía tan bien...

—Lo haremos.— Me agarró con fuerza las caderas y me inmovilizó. Me dejó sin aliento, parecía casi dolorido. —Estoy a dos segundos de rogarte que me folles, así que sí, tenemos que parar.

Pestañeé.

¿Pidiéndome... que yo lo folle... a él...?

Por primera vez, miré hacia abajo.

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