oxvii. capítulo diecisiete

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Mientras la música de Sebastián Yatra llenaba el ambiente con su ritmo pegajoso, se dio cuenta de repente de que su ausencia se había extendido más de lo previsto. A su lado, Hugo Arbúes, el actor amigo de Gaia, seguía moviéndose con ella en la pista de baile, manteniendo una sonrisa constante en su rostro. A pesar de su encanto natural y sus conversaciones amenas sobre la vida y el trabajo, Ainhoa no lograba prestarle la atención debida. Sus ojos, una y otra vez, eran atraídos hacia el otro extremo, donde Gavi la observaba con una mirada cargada de deseo y un deje sutil de reproche.

El sevillano abrazaba a la chica castaña que se había colado entre ellos, tratando de seguir el ritmo de la canción. No podía evitar sentir un destello de resentimiento irracional hacia la desconocida que le había usurpado su lugar, mezclado con una pizca de compasión. Tanto ella como Hugo se encontraban atrapados como simples peones en el juego de miradas entre Gavi y Ainhoa, miradas que chisporroteaban como brasas ardientes, desafiándose y anhelándose mutuamente con una intensidad palpable, incapaces de disimular la pasión latente que se entretejía entre ellos.

A pesar de sus intentos por mantenerse firme, sentía cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, contradiciendo su aparente indiferencia. Los ojos penetrantes y avasalladores de él la desarmaban por momentos, haciendo que su voluntad titubeara ante la intensidad de la mirada que le dirigía. Sin embargo, decidida a no ceder terreno, sostuvo aquel duelo visual con valentía, desafiante y con la determinación de no mostrar debilidad.

Pese a las palabras valientes que pronunciaba en su mente, sabía que él lograba traspasar sus defensas con una facilidad perturbadora. Aquella mentira flagrante que intentaba convencerse a sí misma se desvanecía con cada segundo que pasaba, dejando su vulnerabilidad expuesta a la fuerza magnética de aquellos ojos color miel que parecían contener un universo de desafíos y secretos.

Era imposible ignorar lo atractivo que estaba el muy sinvergüenza esa noche. Con su jersey negro ceñido y su presencia magnética, parecía una figura salida de sus sueños más salvajes. La luz tenue acentuaba las líneas de su cuerpo, creando un juego de sombras hipnótico a su alrededor.

Mientras tanto, sus manos se deslizaban con atrevimiento por las curvas de aquella chica, que se había pegado a él como una lapa. Ainhoa no pudo evitar sentir un estallido de envidia al pensar en cómo esas manos, que ahora recorrían la cintura de otra, habían explorado cada pliegue de su vestido apenas unos momentos antes.

Presionando los labios con fuerza, intentó ahogar esos pensamientos absurdos que le aguijoneaban la mente. Sabía que no debía permitir que la celosía y la envidia nublaran su juicio, pero el tumulto de emociones en su interior la impulsaba a reprimir un mar de sentimientos contradictorios. Se recriminaba por permitir que su mente divagara por senderos peligrosos, pero la atracción ardiente que sentía hacia aquel niñato la llevaba a explorar terrenos desconocidos y provocativos.

— ¿Estás bien?

Al girar la vista hacia Hugo, se encontró con un destello de preocupación reflejado en sus ojos, impregnando su voz con un tono de genuina inquietud. No podía culparlo. Durante casi cinco canciones, lo había dejado de lado por completo, sumergida en la presencia de otra persona, olvidando que él era su compañero de baile. La gentileza con la que se había detenido para preguntarle si estaba bien en lugar de marcharse de inmediato era algo que pocos hubieran tenido la paciencia de hacer en su lugar.

—Lo siento, estoy siendo una maleducada—se excusó con un tono apenado, inclinando la cabeza en señal de vergüenza.

—No te preocupes, en absoluto—le tranquilizó él con suavidad—. Simplemente tengo la impresión de que este lugar no es para ti. Me refiero a esta fiesta. ¿Me equivoco?

CONTRAATAQUE ━━ pablo gaviOnde histórias criam vida. Descubra agora