Todo con lo que había intentado llenar el vacío de su corazón no había servido. Ninguna de esas mujeres a las que les puso las manos encima, en el buen y en el mal sentido; ninguna de esas partidas en las máquinas; ni siquiera el dinero sucio para mantener sus vicios. Nadie era Satoru, nadie tenía sus mismos ojos, ni su mismo temperamento. No se había hecho fotografías en una máquina con nadie más, y no se había abrazado a ningún cuerpo de la misma forma en que había abrazado el de Satoru.

En ocasiones se preguntaba si Satoru habría estado con alguien más en esos años. Si alguien le habría provocado mariposas en el estómago, sonrisas nerviosas y palabras torpes. Se preguntaba si alguien se lo habría llevado a la cama y habría disfrutado de lo que le había pertenecido.

Se preguntaba si Satoru había confiado en alguien más de la forma en que había confiado en él.

—Papá —una bola de pelo negra le miró con grandes ojos azules, restregando la mejilla contra su costado. Megumi parpadeaba en su dirección, somnoliento —. Has venido...

Alejó el cigarro y lo dejó sobre el cenicero de la mesa, suspirando. No hizo caso de la forma en que su hijo estiraba los brazos hacia arriba, buscando que lo alzara, no le apetecía hacerlo, así que se agachó a su altura, notando la mirada de Satoru encima.

—Claro que vine a verte. Satoru me dijo que estabas enfermo —se esforzó en sonreír, dándole una palmadita en la cabeza.

—Yuuji y Sukuna me contagiaron —se quejó el niño, haciendo un puchero.

Esos malditos demonios. Toji puso los ojos en blanco.

El contrato había llegado a su fin, era hora de buscar un nuevo trabajo

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El contrato había llegado a su fin, era hora de buscar un nuevo trabajo. En la organización le ayudaron a sacarse un curso de soldadura, también a hacer un currículum. Rápidamente le consiguieron una entrevista de trabajo.

Toji se miró antes de entrar. Se había peinado el pelo hacia atrás y se había molestado en vestir de camisa, una blanca y pulcra, nueva, que se apretaba en su torso. El objetivo era conseguir el puesto para no tener que sobrevivir con lo mínimo hasta lograr que le aceptaran en algún lado. Claro, Satoru le ofrecía dinero de vez en cuando, pero lo rechazaba amablemente —no iba a comportarse como un parásito—.

Finalmente, dio la hora. Toji entró al lugar, unas oficinas de la empresa de mantenimiento donde había principalmente oficinas. La entrevista fue en el segundo piso y duró veinte minutos.

La gente siempre le miraba de forma extraña. No sólo era la pronunciada cicatriz en su rostro lo que llamaba la atención.

—Genial, le llamaremos si nos interesa —se despidió la entrevistadora, con una sonrisa afable.

Toji salió de la sala con el corazón en la garganta y las manos sudorosas. No aguantaba estar en esa clase de ambientes donde todo era tan formal, donde lo juzgaban en silencio y valoraban a sus espaldas. Seguro que lo sabían, sabían dónde había estado, qué había hecho.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now