Capítulo 3: "La guitarra"

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    —...Entonces simplemente me resigné a qué estén molestas conmigo.

   La quietud y reflexión se reflejó en su semblante.

   —Vaya, pues no lo sé, ya obtendrás en ese restaurante que me dices y todo saldrá mejor, luego encontrarás algo que te guste.

   Con el paso de las horas, la lluvia poco a poco había disminuido hasta que dejó de ser una razón de la estancia de John en mi porche. John Lennon.

   También todo ese tiempo empleado en charlas, la idea de que era ese tipo de hombre que sólo coqueteaba, desapareció por completo de mi mente y con ello la tensión que sentía por pensar eso sobre él. En todas esas horas habíamos hablado acerca de nosotros, sin llegar al punto de algún galanteo y eso me mantenía tranquila.

   —A veces siento que no soy buena en algo, Lennon. —Negué con mi cabeza, dirigiendo mi vista hacia el frente, como buscando refugio en la imagen del cielo gris. Aun así, pude sentir la mirada del chico reposando repentinamente sobre mi rostro.

   —Quizá puedas ser modelo, tener tu restaurante...o ser mi esposa. —Vaciló, mostrándome una sonrisa mientras sacaba el tercer cigarrillo del rato.

    Yo volví a mirarlo, ya con seriedad y me preguntó si le molestaba que le bromeara con eso. Contesté afirmativamente y de nuevo, carcajeó.

   —Sólo digo la verdad.

   Sabía perfectamente a lo que se refería con ello. Después de todo ese rato, había hecho un nuevo comentario respecto a lo que tanto me molestaba, haciendo que luego de haber pensado bien de él, yo volviese a molestarme.

   — ¡No! ¿Cómo crees? Vamos, a mí me gusta que me coqueteen. —Chillé con el mayor sarcasmo posible.

   —Oh, bien. ¿Entonces si quieres ser mi esposa?

   Con un bufido, volví a tomar la taza con el poco té que tenía.

  —Sabes que sólo digo la verdad, pero si te molesta trataré de no decir nada. —Hizo un ademán con sus manos, como queriendo librarse de toda culpa.

   —Mejor dejemos ese tema y también sobre lo de mi madre y hermana.

   — ¿Por qué? Necesitas apoyo, aquí estoy yo.

   Me levanté al instante y tomé la taza dónde había llenado el té. Antes de abrir la puerta, le extendí mi taza.

   — ¿Quieres?

   Con una sonrisilla que hizo que sus ojos se hicieran más pequeños, me asintió con la cabeza.

   —Tú has tomado té la misma cantidad de veces que yo he fumado cigarrillos, ¿Tú no quieres uno?

   Negué, rotundamente decidida, explicándole que no me gustaba fumar, pero era una mentira. La primera vez que fumé fue a escondidas y eso dio como resultado a que el humo le hiciera daño a mis ojos y además tosí como por dos horas. Regresé con dos tazas de té, una se la di a él y otra me la quedé yo. Finalmente decidí sentarme a su lado, haciendo que la banca volviera a mecerse.

El Espectro de CalderstoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora