1

36 1 0
                                    

La terminal del aeropuerto vibraba con la cadencia de pasos apresurados y el murmullo de conversaciones lejanas. En medio del flujo y reflujo de viajeros, Claire Redfield estaba en la puerta, con la mirada fija en la pantalla de salida. Su cabello castaño rojizo, tocado por los mechones plateados del tiempo, enmarcaba un rostro grabado con las cicatrices de las batallas libradas y las pérdidas sufridas.

A su lado estaba Leon S. Kennedy, un fiel compañero en un mundo plagado de pesadillas bioorgánicas. Los años sólo habían fortalecido el vínculo tácito entre ellos, una conexión forjada en el crisol de la supervivencia. Mientras esperaban su vuelo a Nueva York, los ecos de misiones pasadas resonaban en sus miradas compartidas.

—Claire—, dijo León, su voz era un eco reconfortante de años pasados.

—León—, respondió asintiendo, sus ojos reflejaban la mezcla de resiliencia y compasión que definía a la mujer en la que se había convertido.

El anuncio de la partida sonó por el intercomunicador, señalando el inminente viaje a Nueva York. Mientras avanzaban hacia la puerta, Claire sintió el peso de sus responsabilidades, una carga llevada con un sentido del deber que se había convertido en una segunda naturaleza.

El dúo se acomodó en sus asientos en el avión, uno al lado del otro, familiarizados con la rutina de preparación para otra misión más. Las manos de Claire trazaron los contornos de un relicario desgastado, un reconocimiento silencioso de los recuerdos que contenía: del sacrificio de Steve y el legado que alimentó su determinación.

El zumbido de los motores del avión se convirtió en el telón de fondo de la conversación silenciosa entre Claire y Leon. Cada mirada, cada momento compartido, hablaba de una historia compartida que trascendía las palabras. Eran soldados en una guerra contra las sombras, unidos por un propósito común que había evolucionado a lo largo de los años.

Mientras el avión se elevaba por encima de las nubes, Claire miraba por la ventana, perdida en la contemplación. El paisaje urbano de abajo se desplegó como un mosaico de luces, un recordatorio del espíritu resiliente que persistió incluso frente a la oscuridad. Nueva York esperaba, una ciudad con sus propios desafíos y secretos.

El zumbido de los motores del avión proporcionó un telón de fondo rítmico mientras Claire se acomodaba en su asiento, con el desgastado relicario agarrado en sus manos. León, sentado a su lado, notó el sutil cambio en su comportamiento, una pesadez que persistía como una sombra. La preocupación grabó sus rasgos cuando se giró para mirarla.

—Claire—, comenzó León, su voz era un suave murmullo contra la sutil sinfonía del avión. —¿Está todo bien?

Claire, con una sonrisa practicada, lo miró a los ojos. —Por supuesto, León. Sólo el peso habitual del mundo, ¿sabes?

Los ojos de León, penetrantes y perspicaces, se detuvieron en ella un momento más de lo habitual. —Parece más que eso. Has estado cargando algo por un tiempo. Habla conmigo.

Una fugaz vulnerabilidad pasó por los ojos de Claire antes de que la enmascarara con una compostura bien practicada. —No es nada, León. Sólo recuerdos poniéndose al día, eso es todo.

Se inclinó, la preocupación grabada en las líneas de su rostro. —Claire, no puedes mantener todo reprimido. Hemos pasado por muchas cosas juntos. Si algo te molesta, estoy aquí.

Su mirada parpadeó y, por un momento, pareció como si fuera a abrirse. Sin embargo, como si se cerrara una contraventana, Claire desvió la mirada y un velo cubrió sus emociones.

—Lo aprecio, León. Realmente lo aprecio. Pero es mejor dejar algunas cosas en el pasado—, respondió ella, con un tono mesurado pero distante.

León suspiró y su preocupación se hizo más profunda. —Tal vez sea hora de dejarlo ir, o al menos compartir la carga.

Los ojos de Claire, una mezcla de gratitud y cautela, se encontraron con los suyos. —Algunas cargas están destinadas a ser llevadas solas, León. Así son las cosas.

La conversación permaneció en el aire, como una tensión no resuelta esperando ser liberada. El avión continuó su viaje, lanzándose por el cielo hacia un destino incierto. Leon respetó la decisión de Claire de no profundizar más, pero el entendimiento tácito entre ellos permaneció: una historia compartida velada por secretos no contados y los ecos de un pasado que se negaba a desvanecerse.

A medida que las luces de la cabina se atenuaban, sombras jugaban en el rostro de Claire, un reflejo de las profundidades ocultas en su interior. Leon, aunque no estaba seguro de la naturaleza de sus luchas silenciosas, decidió permanecer a su lado, listo para enfrentar cualquier sombra que surgiera en el horizonte, ya fueran monstruos nacidos de la ciencia o los fantasmas de los recuerdos que atormentaban el alma de Claire Redfield.

Entre Dos Mundos. Where stories live. Discover now