.

1 1 0
                                    

Cuando el maestro salió por la puerta, empecé a guardar las cosas en mi mochila con rapidez. Metí mis libros, mis cuadernos, mi estuche y mi botella de agua en los compartimentos correspondientes. Luego, cerré bien la cremallera, asegurándome de que no se quedara nada afuera. Me puse de pie y me la coloqué en mi hombro derecho, sintiendo su peso sobre mi espalda. Salí del salón con paso firme, esquivando a los demás estudiantes que también se dirigían a sus clases. Caminé por el pasillo, mirando el reloj de la pared. Solo me quedaban cinco minutos para llegar a mi siguiente clase.

Se que la carrera de medicina es difícil, pero no pensé que fuera TAN difícil.

Caminé por el campus, respirando el aire fresco de la mañana. Me dirigí a uno de los edificios de medicina, donde tenía mi segunda clase del día. Era un edificio antiguo y gris, con muchas ventanas y puertas. Entré y me encontré con un pasillo lleno de gente. Algunos iban y venían, otros se quedaban charlando o revisando sus apuntes. Yo seguí mi camino hasta llegar a las escaleras, que estaban al fondo del pasillo. Las subí con prisa, saltando dos escalones cada vez. Tenía que llegar al cuarto piso, donde estaba el salón de sistema inmunológico. Lo encontré al final del corredor, junto a una máquina de refrescos. Entré y vi que el salón estaba casi vacío. Solo había unas pocas personas sentadas en las butacas, que eran de color blanco y estaban dispuestas en forma de semicírculo. El salón tenía un pizarrón blanco, un proyector y un escritorio. También tenía una gran ventana que daba vista al jardín. Tomé el asiento que estaba al lado de una compañera, ya que eran mesas compartidas. Era una chica de cabello negro y ojos grises, que llevaba una blusa blanca y unos jeans.

– Hola, qué tal – me miró y me mostró una linda sonrisa. – Me llamo Saya, ¿cuál es el tuyo?

– Nisha – respondí y procedí a sacar mi cuaderno y lapicera de mi mochila.

– Un gusto, Nisha. ¿Qué edad tienes? – preguntó feliz.

– 20 – volví a responder a su pregunta, sin darle mucha importancia.

– ¡Yo igual! ¿Cuál es tu color favorito? – volvió a preguntar, viéndome con una sonrisa.

– ¿Eres detective o por qué me haces un interrogatorio? – respondí, ya irritándome un poco. No me gustaba que me hicieran tantas preguntas personales.

La chica se quedó callada, sorprendida por mi respuesta. Luego, bajó la cabeza y se puso a jugar con su lapicera.

– Lo siento, no quería molestarte. Solo estaba tratando de ser amable. – Dijo con voz suave.

– No, perdón, yo fui grosera. Es que no estoy de humor hoy. – Me disculpé, sintiéndome culpable por haberla tratado mal.

– ¿Te pasa algo? ¿Quieres contarme? – Me preguntó, levantando la vista y mostrando una expresión de preocupación.

– No, no es nada. Solo estoy cansada y estresada por las clases. – Le mentí, sin querer revelarle lo poco que me había afectado la clase anterior.

– Te entiendo, yo también estoy así. Estas materias son muy difíciles y exigentes. A veces me dan ganas de rendirme. – Me confesó, suspirando.

– No digas eso, tú puedes con esto y más. Eres muy inteligente y simpática. Seguro que te va a ir muy bien. – Le dije, tratando de animarla.

– Gracias, eres muy amable. Me alegra haberme sentado contigo. Creo que podemos ser buenas amigas. – Me dijo, sonriendo.

– Sí, yo también creo eso. Me caes muy bien. – Le dije, devolviéndole la sonrisa.

En ese momento, entró la profesora al salón. Era una mujer de mediana edad, de cabello rubio y ojos azules. Llevaba un traje gris y unas gafas de pasta. Se presentó como la doctora Linares, y nos dijo que era la encargada de la materia de anatomía. Luego, nos pidió que sacáramos nuestros libros y que abriéramos la página 34, donde empezaba el tema de los huesos del cráneo.

Inmune a los Zombies Where stories live. Discover now