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                                 6:3O a.m

La mañana se presentaba tranquila y silenciosa, hasta que el estridente sonido de la alarma rompió el hechizo. Era un miércoles más, y había que levantarse para ir a la universidad. Con pereza, me incorporé en mi cama y busqué mis huaraches con los pies. Al final los encontre debajo de esta misma y me los puse. Me dirigí a mi mesa de trabajo, esquivando los zapatos de mis amigos que estaban tirados por el suelo. Abrí uno de los cajones y saqué un globo blanco que había guardado para una ocasión especial. Lo inflé con cuidado, tratando de no hacer ruido. Miré a mis amigos, que seguían durmiendo y roncando plácidamente. Sonreí maliciosamente y caminé hacia el centro de la habitación, sosteniendo el globo con ambas manos. Cuando estuve lo suficientemente cerca, lo exploté con fuerza. El globo hizo un ruido ensordecedor, como un disparo. Todos se despertaron sobresaltados, algunos se golpearon la cabeza con el suelo, otros se taparon los oídos, mientras yo me reía a carcajadas, disfrutando de la broma.

– Ya levantense bola de flojos, es hora de levantarse. – Ellos me miraron con cara de pocos amigos y me lanzaron almohadas, zapatos y lo que encontraron a mano. Yo esquivé los proyectiles y salí corriendo en dirección al baño, feliz de haber empezado el día con una buena dosis de humor.

Al cruzar el umbral de mi baño, cerré la puerta con una sonrisa y giré el pestillo tratando de mantener la seguridad evitando que alguno entre. Di unos pequeños pasos y al mirarme al espejo la cruda realidad de mis desvelos  se reflejó en mi rostro y sus superficies, marcado por ojeras que narraban noches de insomnio. No preste mucha  atención a mi imagen desgastada que mostraba el reflejo del espejo, asi que procedí a despojarme de la ropa con la cuál dormí  hasta quedar completamente desnuda.

Con la decisión de liberar mi cuerpo del peso del día de ayer, abrí la llave de la regadera, dejando que el agua fluyera. A medida que el líquido transparente adquiría la temperatura perfecta, me sumergí, sintiendo cómo los primeros indicios de calor recorrían mi piel. Bajo la ducha, mi mente se despojó de las tensiones acumuladas del día de ayer, mientras las gotas caían en cascada, llevándose consigo la carga invisible que había llevado a cuestas.

Mis manos se convirtieron en instrumentos de renovación al empezar a masajear suavemente mi cuero cabelludo con shampoo, liberando la presión acumulada. Cada rincón de mi cuerpo recibió la caricia del agua y jabón. Salí de la regadera con una sensación de alivio, envuelta en el halo efímero de la frescura y la calma. Sin embargo, al buscar la ropa que había traído para vestirme, no estaba, mi mirada se posó en diferentes lugares del baño, pero al no verla, me di cuenta que se me había olvidado.

Con un gesto rápido, tomé mi celular que estaba en el lavamanos. Lo desbloqueé con mi huella digital y busqué la aplicación de chat entre mis iconos. Rápidamente, busqué el contacto de Agust en mi teléfono y le envié un mensaje.

– Agust, ¿Estás ocupado?

– No, dime.

– ¿Podrías traerme ropa? Se me olvidó por completo traerme. – Mientras esperaba una respuesta, improvisé una toalla alrededor de mi cuerpo. Pronto, el sonido de su respuesta llegó.

– Claro, ¿Qué te llevo?

– Te diré la contraseña del armario, 062024005.

– ¿Por qué tan larga? No es una caja fuerte.

– Solo ingrésala y sácame un pantalón negro y mi sudadera favorita.

– Claro, enseguida te la llevo. ¿también ropa interior?

– si, pero no veas demasiado. Gracias, no dejes que nadie más vea la contraseña.

– Bien.

Coloqué el celular en el lavamanos y aguardé ansiosa a que Agust tocara la puerta. Al escuchar el sonido del golpeteo en la puerta, asomé la cabeza, y estaba el de pie con mi ropa en sus manos, con una linda sonrisa y su cabello negro sin arreglar,  extendí una mano y le agradecí antes de cerrar la puerta rápidamente. La situación, aunque un tanto embarazosa, tenía un toque cómico que no pude evitar apreciar.

Inmune a los Zombies Where stories live. Discover now