Prologue.

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Había vivido infinitas vidas que la cuenta se había perdido, había probado de la manzana de Adán tantas veces que tenía grabado el sabor en su boca, había visto reinos e imperios completos caer y destruirse en pedazos. Había tenido amigos y familia, a todos y cada uno de ellos los había visto morir, pero había algo que no cambiaba y era el dolor de perderlos.


Cayó de rodillas al suelo viendo que a unos metros de ella estaba un pequeño conejo de peluche lleno de sangre, el blanco del pelaje había desaparecido y ahora era sustituido por un carmín lastimero.


Madre.


El pensamiento llegó a su cabeza como una bala, atravesándola tan violentamente que sintió todo su cuerpo morir, olvidándose completamente del dolor exterior que estaba sintiendo, este era peor. Apartó los ojos del peluche y escaneó la habitación hecha pedazos, buscando algún indicio de la mujer. Un gemido salió de su garganta cuando localizó las hebras de su hermoso cabello. Atrajo al conejo de peluche a su pecho, detectando la pequeña aura de luz que este desprendía.


Tenía que salvarla, tenía que hacerlo.


—Mamá –murmuró poniendo el conejo en el piso, pasando rápidamente la mano por su nariz, limpiando apenas la sangre que resbala de está–. Vas a estar bien, aguanta por favor –temblando cerró los ojos, soltando un suspiro para empezar a murmura el pequeño hechizo–. Instaurarent vulnera, advenientes aptabis, facere reparat omnes rencarnar -canturreó con voz debil-. Instaurarent vulnera, advenientes apta-


—Te encontré, princesa –murmurón a su espalda, interrumpiéndola. Su pulso incrementó al sentir como la apartaban de un golpe y su espalda chocaba con uno de los muebles–. Tuviste una oportunidad –habló el arcángel sonriendo con arrogancia–. La desaprovechaste.


Gemma escupió sangre, intentando ponerse de pie —Y-yo nunca desaprovechó nada –soltó mirándolo con reto y valentía.


Pero apenas sus ojos lo miran, es ahí, en ese preciso momento en que sus orbes se centran en el hombre que su alma inexistente abandona su cuerpo, la respiración se le acelera y su corazón empieza a latir con fiereza.


— ¿Estas segura de eso, cariño? –jugueteó con el conejo en su mano derecha, mientras que con si brazo y torso sostenía un oso de peluche. La mueca arrogante en su cara diciendo claramente he ganado–. ¿Quién crees que debería ir primero? –cuestionó apoyándose en la puerta, sus alas escondiéndose detrás de el–. ¿Ese demonio o tú?


Mi madre no, por favor. No vas a tocarla.


—No te atrevas –entendió el brazo al mismo tiempo que sus uñas se afilaban y fuego salía de esta, sin embardo un jadeo salió de su boca y la piel de su brazo quemo y no por el fuego.


El aire escapó de sus pulmones, dejándose caer una vez más al piso, el dolor invadiéndola.


—Recomendaría que te quedaras donde estas –el arcángel volvió a sonreír cuando terminó de pasar la flecha que tenía en la mano izquierda por el felpudo brazo del oso, sangre saliendo como si no estuviera lleno de algodón.


—¡Voy a matarte!.


Él la ignoró mirando hacia el cielo, como si estuviera cuestionando algo.


—Se dice que los demonios no tienen alma ni corazón –inquirió pensativo–. Yo no estaría tan seguro de eso, creo que están equivocados todos –chasqueó la lengua–. ¿Qué opinas tú? Eres de esos demonios especiales, princesa, más que especial, diría yo –frunció el ceño para después mirarla–. ¿Te parece si lo comprobamos? Así ninguno se queda con las dudas, ¿con quién empiezo? –observó a los peluches con interés–. Este oso se ve de mejor estado que el conejo.


—Vete a la mierda.


—Mala respuesta.


Todo pasa en cámara lenta y los ojos de Gemma apenas fueron capases enfocar y de captar sus acciones, ya que con un ágil movimiento de mano, el arcángel suelta la flecha y toma una de las dos espadas brillantes que yacen en su cadera, tira del conejo al suelo, el cual cae como pluma y seguidamente con el sonido del aire cortándose, entierra la hoja metálica a la altura de su pecho, justo en su corazón. Del peluche salte más sangre antes de arder en llamas y el cuerpo que yace a unos metros se convierte en polvo.


Un grito salió de la boca de Gemma quien reuniendo todas sus fuerzas, se abalanzó dos metros hacia delante, cayendo de bruces al suelo mientras las lágrimas caían como lluvia de sus ojos.


— ¡No! –chilló sus ojos poniéndose negros–. ¡Voy a matarte, Miguel Ángel! ¡Voy a destruirte!


-— ¡Ahí está mi punto! –espetó riéndose, sus pies avanzan y aplasta el peluche caminando hacia donde ella esta–. A veces el jefe exagera con esto, debería de ser menos dramático.


— ¡Voy a matarte! –sollozó.


Me la habían quitado. Se la había llevado.


—No si yo lo hago primero –se hincó a su altura, mirándola con sus expresivos ojos–. Siempre voy a divertirme con esto, cariño, lástima que sólo quede una última vez después de esta –le tomó de la cara con fuerza, las lágrimas cayendo por sus mejillas–. Tienes sólo una última oportunidad, princesa, sólo una. Esfuérzate a la próxima para encontrar al heredero, cariño, porque eres demasiado lenta –sonrió de lado antes de que le mostrara los dientes–. Aunque ambos sabemos que para la próxima va a ser tan fácil para nosotros, vamos a encontrarte y destruirte primero antes de que eso pase. Eso sí los efectos de tu ultima oportunidad no se presentan primero –bisbiseó con gracia–. Ahora –le soltó la cara, tirando al oso al piso y sosteniendo la espada con fuerza–. Penúltimas palabras.


—Nos vemos en el infierno.


La hoja de metal se entierra en el peluche provocando que Gemma soltara un grito de dolor ante el inminente frio empezó a colarse por su ser y a causa del dolor que su cuerpo apenas es capaz de soportar, su sangre pica y poco a poco su vida es arrancada de sus manos. Escuchó la risa del arcángel y todo su interior tiembla. Entonces le da un último vistazo al oso ardiendo en llamas en el suelo y siente sus ojos tornándose completamente negros logrando tener un último pensamiento antes de que todo rastro de vida la abandone.


Cariño, yo ya había encontrado al heredero.

Gemma ➳The Originals.Where stories live. Discover now