Satoru lo entendía.

—Así es —puso los ojos en blanco, respirando pesadamente.

Sus manos se calentaron alrededor de la taza, los dedos de Satoru y suyos de tocaron un instante cuando el albino se la dio.

—Megumi es un buen niño —Satoru se sentó cerca de él, sus rodillas se tocaron bajo la mesa.

—Ya —hizo una pausa para beber. Joder, estaba delicioso. Era justo lo que necesitaba.

—Terminó pronto sus deberes y luego estuvimos jugando y dibujando. Lo pasó genial.

—Lo adoras, eh —soltó, trazando la circunferencia de la taza con un dedo.

Quería dejar ese tema cuanto antes. No le apetecía hablar del crío, había tenido suficiente con verlo cinco segundos y aún tenía que pensar en cómo llegar a fin de mes. Se atrevió a rozar la mano de Satoru, suave. Acarició su dorso, reconociendo el tacto delicado.

Satoru estaba hablando de algo. El mundo se tornó sordo, ocultando esas palabras. Toji sintió la jodida necesidad de besarlo. Era tan guapo.

No estaba en un buen momento. Su control de los impulsos careció de cualquier clase de fuerza cuando se volvió hacia Satoru y se inclinó hacia él peligrosamente rápido, como un depredador sobre su presa.

—Espera, tú... —nervioso, Satoru respiró con fuerza, alzando las manos —. ¿Estás con alguien? ¿Estás... comprometido con alguien?

—No.

Satoru cerró los ojos con fuerza, con una flor enraizada en la garganta que no le dejaba respirar y que, al mismo tiempo, quería hacer florecer. Se forzó a aceptarlo porque, honestamente, él también quería besarlo. Quería abrazarlo, tenerlo, volver atrás y continuar su relación, aunque no podía evitar sentirse mal, muy mal.

Había algo malo en todo eso, en la forma en que Toji acunaba su rostro y le llegó el olor a tabaco de su aliento. Iba a pasar, ¿cierto? Todo sucedía muy rápido, demasiado. Iba a pasar, iban a besarse, y olvidaba, otra vez, lo que tenía que decirle sobre Megumi, sobre el alcohol, sobre la violencia en casa, las películas inapropiadas, sobre que debía ponerle más verduras, ¿y qué había de la copia de las llaves de casa?

Estaba mal, horriblemente mal, porque Megumi seguía sin tener su copia, y Satoru sintió que estaban de nuevo en las escaleras, en el momento en que Megumi se cayó y le miró como si fuera su culpa. Su culpa, su maldita culpa. Siempre suya. Suguru apalizado, Toji golpeando a alguien, Megumi haciéndose daño. No era idiota, no lo era.

Una vocecita surgió de detrás, interrumpiendo.

—Papi.

Ambos pegaron un respingo, apartándose. Satoru bajó la cabeza, rojo como el infierno. No se habían besado, sólo había sido un ligero roce. Uf, tenía ansiedad. ¿Por qué? Sólo era Toji. Su Toji. El Toji de siempre. O el mismo Toji que había pateado a Megumi frente a él, sin remordimientos.

Las cosas eran difíciles si Satoru tomaba eso en cuenta. No quería seguir ignorando los problemas tan sólo porque estaba enamorado. Era un adulto, no un adolescente. Le había dado muchísimas vueltas a eso la noche anterior, antes de dormir. Había llorado de impotencia, sintiendo que no estaba siendo suficiente para Megumi.

Toji miró al niño, que se apoyaba contra el umbral de la puerta.

—¿Y tú qué quieres? —gruñó, chasqueando la lengua. Había interrumpido el momento, estúpido —. Estamos ocupados, mocoso.

—Toji —Satoru frunció el ceño ante aquello. Fue algo protector, impulsivo, salió de él antes de poder pensarlo—. No le hables así.

—Cállate —escupió el hombre, de vuelta.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now