—Tengo un hijo ahora —musitó Toji, rumiando las palabras —. No me gustaba estar así... violento.

—Oh —Utahime alzó las cejas con sorpresa —. ¿Tienes un hijo? Vaya, ¿cuántos años tiene?

Necesitaba saber aquello. Era importante, más aún cuando sabía todo por lo que Toji había pasado. Su padre había sido un alcohólico violento que pegaba a su esposa frente a sus hijos, y también a sus propios hijos.

Recordaba que Toji le había comentado cómo, en un taller que una asociación impartía allí, le era imposible cerrar los ojos y respirar en el ejercicio de relajación que hacían al final de cada sesión. Cómo recibía las visiones, el miedo, la ansiedad.

Hmm —el hombre reflexionó —. Creo que... cinco. Tiene cinco. Cin...

Co.

Utahime sintió lástima. Toji no era la clase de persona que tuviera las aptitudes necesarias para ser padre, desde luego. No había que ser profesional para saberlo. Aquello le entristecía. Era de esa clase de sucesos que podían cambiar la vida de uno para bien o para mal.

Esperaba que ese niño fuera una fuente de esperanza para Toji, que le ayudara a tener una rutina, una responsabilidad, algo de lo que encargarse para madurar emocionalmente, pues Toji era negligente consigo mismo, incluso. Necesitaba cambiar, o caería en la espiral y no dejaría de verlo por allí durante el resto de su vida.

Toji parecía inclinado a hablar del niño. Le preguntó cómo se llamaba. Megumi. Un nombre precioso. Le preguntó con quién se había quedado mientras él estaba allí. Con su novia, aunque estaba seguro de que ya no se querían y tendría que irse de su casa cuando saliera en libertad.

—Nunca estamos solos. Siempre hay... mujeres —agitaba la mano vagamente, tosiendo un poco —. Ellas me dicen que no lo quieren así que me dejan... a mí tampoco me quieren por mucho tiempo.

Dudaba que Toji se quisiera a sí mismo.

—¿Por qué crees que no quieren a Megumi?

—Es una carga —a Toji le costó abrir los ojos tras parpadear. Se quedó en un estado intermedio, con los párpados medio abiertos, hasta que se recuperó y pudo abrirlos —. Nadie quiere las cargas de los demás, supongo.

A Toji le perdía ser querido —y el dinero—. No sabía estar solo, no sabía vivir por sí mismo. Necesitaba estar con alguien igual de destrozado. En esos años había conocido mujeres en situaciones parecidas a la suya, manteniendo relaciones para nada sanas o estables.

—¿Y es para ti una carga?

—... no lo sé —el hombre se relamió los labios, con la boca seca —. Yo... no soy bueno y él... cuesta mucho dinero, pero... —la miró directamente al pecho. No fue incómodo. A veces no era capaz de hacer contacto visual —. No quiero ser... esa clase de padre.

—Los niños cuestan mucho dinero, tienes razón —Utahime movió la mano por la mesa y tomó un bolígrafo, llamando su atención —. ¿Qué clase de padre no quieres ser?

—El mío.

—No eres tu padre, Toji. Sois dos personas distintas —le aseguró ella, apreciando aquellas lágrimas acumulándose en los ojos de Toji —. Seguro que lo quieres, ¿verdad?

—No lo sé —Toji sintió frío de repente. Se frotó los brazos —. No me gustan los niños. Me dan miedo...

Utahime descubrió que Toji sentía un gran rechazo por los niños, también por los bebés. No le gustaba estar cerca de ellos, escucharlos llorar era una tortura interminable. Aún así, se había quedado con Megumi en vez de abandonarlo en un orfanato.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now