𝐃𝐀𝐑𝐂𝐘 𝐀𝐍𝐃 𝐓𝐇𝐄 𝐒𝐄𝐂𝐑𝐄𝐓 𝐃𝐎𝐎𝐑 || En donde Darcy y su hermana Coraline se mudan al Palacio Rosa por el trabajo de sus padres, una casa en una ciudad lejana, donde no se imaginaban que esa casa podría desatar horribles demonios.
❝──Ni...
CAPÍTULO TRES. . . . special halloween !! ❱ single act ❛ la puerta secreta ❜
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DARCY LLEGÓ CASI A LA HORA DE LA CENA, se despidió con un beso en la mejilla de Wybie -que logró dejarlo con las mejillas rojas- y entró a su casa con una pequeña sonrisa.
Fue lindo haber pasado la tarde con él, y hablaron mucho. Wybie era un chico realmente agradable, aunque a veces sus nervios se apoderaban de él lo que lo hacía ver un poco torpe.
Se había olvidado por completo la hora y se acordó recién cuando vio el rostro enojado de su madre en cuanto cerró la puerta.
—¿Dónde habías estado, jovencita?
—Por ahí —se encogió de hombros Darcy con simpleza, quitándose su impermeable y dejándolo en la perchera, para después intentar pasar por su lado.
—¡Eh, eh, eh! —pero su madre la agarró del brazo, deteniéndola—. No vas a ir a tu cuarto empapada, así que ve al baño a darte una ducha. Yo te llevo ropa. Anda.
Miró con una pequeña mueca su vestimenta mojada y se dio media vuelta hacia las escaleras, lo más seguro para ir a buscarle ropa.
Darcy resopló mirando sus botas con barro, por lo que se las quitó y las dejó a un lado del perchero; más tarde las limpiaría.
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Después de su ducha y de haberse puesto su pijama calentito y hecho su coleta floja para dormir, la mayor de las hermanas bajó a la cocina a cenar con su familia.
Coraline ya le había comentado sobre la puerta secreta que había encontrado en una de las habitaciones vacías, en su recorrido. Pero que estaba sellada con ladrillos.
—Qué pena. No te podré encerrar cuando te pongas pesada —fue lo que dijo, logrando sacarle un gruñido.
—¿Ves lo que digo? —preguntó la menor hacia su yo pequeño, es decir, la muñeca igual a ella—. Insoportable.
Darcy rodó los ojos.
—¡Oh, mi nenas lindas son, qué consentidas están. Les doy siempre su avena y su helado va después! —decía su padre en un mal intento de canto, a la vez que dejaba caer al plato de Coraline una... sustancia extraña.
No sabían ni qué era.
—¡Ahg! —exclamó Coraline con una mueca, alejando su plato—. ¿Por qué tú jamás cocinas, mamá?
