—Trabajo en unos almacenes... —Toji chasqueó la lengua, irritado —. Megumi, déjalo en paz. ¿No te he dicho que vayas a tu habitación? Deja a los mayores hablar.

—Perdón —musitó el crío, bajando la cabeza, avergonzado. No le gustaba que le riñeran delante de los demás.

—No me molesta —insistió Satoru, quitando los brazos de encima del niño cuando lo notó revolverse —. No molestas, cielo, te lo prometo.

Megumi se levantó, titubeante. Los adultos siempre prometían cosas que no cumplían. Así que se encogió de hombros y salió de la cocina. Primero se quedó en el pasillo, por si acaso hablaban sobre él, pero escuchó a Toji comentando algo sobre trabajo y estudios, por lo que acabó yendo a su habitación.

Al menos allí no olía a humo.

Cerró la puerta tras de sí, masajeándose el pecho, donde seguía doliendo. Su corazón latía muy fuerte.

Se tumbó en la cama, encogiéndose en una pequeña bola de tristeza, al borde del llanto. Entre cuarto desgastadas paredes azules y sin ningún peluche. El último que había tenido se había estropeado porque lo había metido en el programa equivocado en la lavadora, y había tenido que tirarlo.

Echó de menos tener algo que abrazar, algo mullido y suave como el peluche de Satoru con el que había dormido esa noche. Aquella habitación era tan cálida, y la suya tan fría. Lo que había ocurrido —la lluvia, la carretera, la casa de Satoru, la cena— se sentía tan lejano como un sueño al que anhelaba regresar.

Un sollozo torció su boca con un quejido. Era invisible. Invisible para su padre, y ahora invisible para Satoru. Nadie hablaba de él, nadie lo echaría de menos.

En la cocina, Satoru tenía las mejillas sonrosadas. No podía enfrentarse a esos ojos mucho tiempo y viceversa, apartando la mirada y sonriendo, perdido en ese bonito sentimiento.

—La pulsera que me hiciste... aún la tengo —confesó —. Está guardada en un joyero, en mi armario.

—Joder —hacía años que Toji no se sentía tan lleno —. Yo perdí algunas cosas, pero conservo el colgante que compramos en Shima, y las fotografías de la cabina.

—Eso es... genial.

Tenían que ponerse al día de tantas cosas. No era casi como que Satoru hubiera llegado ahí de la mano con el niño para hablar de algo completamente diferente.

—Es una larga historia —respondió Toji, después de haber sido preguntado cuándo tuvo al niño —. No me gusta hablar de ello.

—Es que, Megumi...

—Ni de él tampoco, Satoru —una nube de humo ocultó sus rasgos un momento —. Es complicado.

Satoru era débil si se trataba de Toji. Y Toji también lo era si de Satoru se trataba, fue por eso que decidió responder cuando su antiguo novio insistió.

—Anoche se quedó conmigo.

—Ah, me alegra —Toji inhaló otra calada. Así que ese era el amigo que Itadori había mencionado —. Empezaba a preocuparme un poco porque no aparecía y pensé que tendría que enfadarme con él. Le doy bastante libertad para salir y todo eso. Confío en que no hará nada malo.

Qué estrés. Toji esperaba que Megumi no hubiera abierto su bocaza para contar nada de todas las mujeres que habían pasado por allí. No tenía problemas en admitir que era una mierda de persona con problemas económicos que se aprovechaba de los demás, pero cuando era Satoru a quien tenía delante...

Las cosas cambiaban. No quería verse mal.

Se preguntaba si Satoru podría perdonarlo, mirarlo con ese mismo brillo si supiera que, después del centro de delincuentes juveniles, estuvo dos veces en la cárcel.

Cold, cold, cold || TojiSatoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon