—No le digas eso, Toji —Satoru acarició el pelo del niño hacia atrás, arrodillándose frente a él. Pasó los pulgares por su rostro, apartando los pedacitos de confusión —. Gracias, cielo.

—¿... gracias? —su sonrisa se borró otra vez —. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Te lo explicaré más tarde, ¿vale?

Megumi quería una explicación ya. Se suponía que no estaban allí para abrazarse y hablar en voz baja, pero de repente ambos adultos entraban en la casa. Tuvo que empujar la puerta porque su padre estuvo a punto de dejarlo fuera y no se había fijado en que él también estaba ahí.

—¿Quieres algo de beber? —ofreció Toji, guiando al albino por la casa.

—No, gracias, estoy bien.

Se sentaron en la cocina. La ventana estaba abierta. Su padre se dejó caer sobre una de las sillas. Se sacó un paquete de tabaco del bolsillo de sus pantalones de deporte grises y la dejó sobre la mesa, tamborileando los dedos sobre el cartón con la cicatriz curvada en una agradable sonrisa.

Megumi se quedó de pie, mirando. Esperando a... cualquier cosa.

—El niño es mío... —señaló Toji, abriendo la cajetilla para sacar el mechero —. Uh, no hagas preguntas sobre eso. Cuéntame cómo has estado, ¿quieres?

Satoru rio. Era como si nada hubiera cambiado entre ellos. Casi podía ver que estaban volviendo a la habitación de su hotel, en Shima, después de haber cenado. Incluso se sentía nervioso. No podía parar de moverse y mirarle con mariposas en el estómago.

Toji había cambiado físicamente. Ya no era tan bajo ni flacucho. Se había convertido en un hombre fuerte y atractivo. No sabía a dónde mirar, qué vergüenza.

Su aliento rozándole la oreja mientras le decía que le había echado de menos, la forma de sus brazos encerrándole en un abrazo. El cerebro de Satoru estaba sobrecargado de cosas en las que pensar.

—Bueno... —jugueteó con sus dedos, entrelazándolos sobre la mesa, feliz —. Todo estuvo... —mal, sin ti, pero no podía decir eso sin desmoronarse —. Más o menos bien, supongo... no lo sé. Estaba confuso, Toji, siempre me preguntaba dónde estabas.

—Lo siento —Toji apartó la mirada, encendiendo un cigarrillo. Su tono se volvió angustioso —. Lo siento mucho, Satoru.

Megumi tosió con el humo. Satoru le hizo un gesto y acudió a sentarse sobre su regazo como un perro deseoso de mimos y atención.

Satoru pegó un respingo. Había esperado que el crío se sentara en una silla, no sobre él, pero no lo quitó. Le rodeó el cuerpo con los brazos, apegándolo cariñosamente y apoyó el mentón en su cabecita, sonriendo como todo un bobo en dirección al mayor.

—No pasa nada. Todo fue un malentendido.

—... ya —Toji apretó la mandíbula. Cambió de tema por su maldita salud mental —. Entonces, ¿qué estás haciendo?

La distancia de la mesa era el recordatorio de que eran dos adultos que acababan de encontrarse. Aunque gustosamente se hubieran acurrucado en el sofá con una manta, no sabían de la vida del otro. A Toji le interesaba saber si Satoru estaba saliendo con alguien, y viceversa, porque, joder, no iban a dejarse escapar esta vez.

—Soy profesor de infantil en una escuela privada —contó Satoru, pensando en que si estiraba las manos podía llegar a alcanzar a rozar los dedos de Toji —. Vivo solo...

—Ah, ¿si?

—Sí —sonrió —. ¿Y tú?

Quiso estirar las manos, pero el crío las tomó y las volvió a poner donde estaban, sobre sus piernas.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now