9. El mismísimo Rey esta aquí.

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El día tan esperado a empezado, apenas había empezado

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El día tan esperado a empezado, apenas había empezado. 

El bullicio de la gente empezaba a resonar, las risas, la alegria se centraba en la visita de una sola persona al edificio mas importante de nuestra ciudad. La emoción de Marcus y su padre se reflejaban en su rostro de satisfacción, al verlos así, uno al lado de otro con la misma sonrisa de orgullo, me hace dar cuenta de la gran similitud entre los dos. 

Sonrió mientras tomo el brazo de Marcus, lo mismo que hace la madre de Marcus junto a su esposo. La gente nos mira llegar sobre la alfombra blanca que decora las festivas calles. Lirios celestiales decoran en lo alto, amarrados a las esquinas de las casas. De los balcones niñas de 6 o 7 años tiraban pétalos de Rolios Blancas, la típica flor que crece en cada rincon de Celestia, conocida por crecer en zonas de nubes, tambien por la suavidad de sus pétalos bañadas en la humedad de las lagrimas de los algodones de las calles. 

el vestido blanco incomodaba, pues era demasiado largo y temía pisarlo y hacer el ridículo frente a toda la ciudad, que vitoreaba entusiasmada por observar al dueño de la gran catedral de la ciudad, a su esposa, a su hijo y a la prometida de su hijo. 

detrás de nosotros iban los imponentes soldados de brillantes armaduras de plata, que nos seguían con el paso suave, decidido y rítmico. haciendo resonar sus armaduras, llamando la atención del alegre gentío. 

y mas atrás, los hermosos y elegantes caballos de pelaje blanco, alas alargadas y un tesoro puntiagudo en su cabeza, que llegaría a costar lo mismo que la mismísima corona del rey. Pero que esta totalmente prohibido de quitar o arrancar, pues cuenta la leyenda que antes los caballos de Celestia no existían, si no aquellos ángeles de alargadas alas que cometían fechorías, y el dios de la sabiduría Atene, se vio en la obligación en transformar aquellos infieles seguidores en la forma mas cruel y bella que puede existir. 

Y manteniéndolos vivos eternamente, gracias al precioso cristal puntiagudo que descansaba en su cabeza, la fuente de su vida, de su alma. Esa joya preciosa que cualquier egoísta desearía tener en sus manos, pero que se vuelve imposible. 

Son intocables. Inmortales. Escasos. Infieles. Culpables. Hermosos. Muy hermosos. 

Esos eran los hermosos caballos que llevaban el majestuoso carruaje de plata, que en su interior escondía al mismísimo Rey de nuestra Celestia. Mis manos temblaban de solo pensar en conocerlo por primera vez, compartiendo la misma emoción de alegría que el resto de habitantes, o incluso de Marcus. 

Cuando ingresamos a la catedral, dejamos de escuchar las armaduras de plata, el galopar de los caballos, el sonido del carruaje contra las calles de suaves nubes. En mi mente trataba de calmar mis nervios, mientras esperábamos impacientes la entrada del rey a la catedral. 

Cuando hizo su gran entrada, pude ver como los ojos de Marcus y de su padre brillaban por la emoción. Pues, no todos los días el rey de Celestia quiere visitar una ciudad en la otra punta del continente entero. 

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