A su lado, Sukuna se inquietaba y había tensión en el ambiente. De vez en cuando, alguien se burlaba desde el fondo, o silbaba.

Estaba convencido de que los niños matones se convertían en adultos insípidos y estúpidos como su profesor. Es decir, había niños que no merecían crecer.

Megumi apretó los puños mientras leía.

El animal olió su mano con cautela, miedoso

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El animal olió su mano con cautela, miedoso. Satoru sintió los puntiagudos bigotes rozando su dorso, al tiempo que una pequeña nariz rosada tocaba su piel.

Apenas unos minutos después, el gato se dejó tocar por primera vez. Puso la mano lentamente sobre su lomo y lo acarició con mucha suavidad. Su pelaje era largo y despeinado, rebelde. Cauteloso, el animal bajó la cabeza, algo intimidado.

Satoru susurró algo en voz baja, dulce, y finalmente apartó la mano.

Cuando salió de la sala, la voluntaria del centro de adopción le mostró los pulgares en señal de victoria.

—¡Ha sido genial! —exclamó ella —. Parece que por el momento te tolera. Poco a poco todo irá mejorando.

Aquello le hizo sentir tan feliz. Aquel acercamiento había tomado media hora, y al principio no había sido nada fácil. Convencer a un animal abandonado y maltratado lo que era el cariño tomaría tiempo, pero valdría la pena.

Estaban un paso más cerca de ser amigos. Lo sacaría de esa celda y le daría un hogar, a cambio obtendría su compañía. La soledad se acabaría para los dos.

Había comprado por Internet una pequeña cesta donde tenía pensado poner esa manta rosada con la que el gato dormía. Todavía no tenía nombre, y a pesar de que había creado una nota en su teléfono para poner algunos, no se le ocurría nada de nada.

—Nos vemos mañana —se despidió de la voluntaria, y ella le devolvió el gesto muy amable. La campanilla de la puerta sonó con gracia, anunciando su salida.

Por fin había parado de llover.

El cielo llevaba colapsando toda la mañana, lloviendo y lloviendo sin parar, llenando la ciudad de charcos enormes y profundos. La mañana había pasado rápido en clase, lejos del frío y con la calefacción puesta en un ambiente escolar ciertamente hogareño.

Debería volver a casa para corregir varias fichas de trabajo, pero se detuvo en seco en mitad de la calle. Entonces, se preguntó cómo estaría Megumi.

Lo encontró en el mismo sitio que el día anterior, sentado en el bordillo, fuera del supermercado.

—Hey —saludó Satoru, sentándose a su lado —. ¿Otra vez aquí?

El chiquillo pegó un respingo con su repentina presencia, lanzándole un vistazo de arriba a abajo. Había algo extraño en esos ojos azules, junto al mar de melancolía que se movía en ellos. Tal vez también llovía en su interior, y algo se arrastraba patéticamente por su corazón.

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now