III

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La cena paso, y no se toco ningún tipo de tema de lo ocurrido instantes atrás. Oliva se fue con su padre, Jim organizó para hablar con Estrella en algún otro momento, y solo quedaron ellas tres hablando de las vacaciones y de lo que harían en tiempo que Liara estuviera allí.

—Alquilemos un auto, y hagamos un viaje de carretera —propuso Liara.

—Si, mamá, hagamos eso —dijo Arabella.

Estrella lo pensó un instante.

—Eso suena bien, hace mucho que no paso tiempo con otras personas que no sean Milo —dijo y dió un sonrisa cargada de nostalgia.

Casi no se detenía a pensar en lo sola que llegaba a estar. Las veces que pasaba tiempo con Liara, se olvidaba de aquello, y se dedicaba a disfrutar de su compañía, sin imaginar cuando ella se vaya.

Ahora dormían, Arabella y Liara en un cuarto con dos camas, Estrella en su habitación, y los familiares en el sillón.

Aunque era Estrella a quien más le costó conciliar el sueño. No dejo de dar vueltas en la cama pensado en la última vez que vio aquel rostro, esos ojos ámbar tan amistosos, y esa sonrisa tan cálida. No lo podía dejar de hacer por el solo hecho de lo vivido días atrás, y días después.

Cuando al fin pudo despejar su mente de esa noche en que lo conoció, cayó en un sueño muy profundo. Uno que no había sentido hacia muchos años. De repente todo a su alrededor se torno oscuro, y frío. Cómo alguna vez soño, y solo le producía miedo.

—Eres la única capaz de controlar el caos sin dar nada a cambio ¿Cómo haces para vivir como una simple mortal? —cuestiono una mujer—. ¿Cómo haces para vivir sin saber quién eres realmente, estrellita?

Al abrir los ojos se encontró con su piel brillando como el fuego, llegando a ver los huesos de sus brazos a través de la misma.

—No no no —comenzo a negar, tratando de mantener la calma.

Salió de la cama, y buscando sofocar su magia con lo que sea. Nada lograba apaciguar la llama que se encendía, fue por Arabella. No quería despertar a su hija y que la viera así, pero pronto el fuego mágico que nació sin ser buscado comenzó a hacerle doler, iluminando todo a su alrededor.

—Arabella, ayúdame —exclamo entrando de golpe.

Las dos que dormían despertaron por el escándalo, y Liara dió un grito de miedo al ver a su madre brillar como si fuera una brasa encendida.

—Quedate aquí —ordeno la rubia.

Con cuidado saco a Estrella del cuarto, y la dirigió a la sala donde los dos felinos saltaron del susto al ver a la hechicera arder.

—Ay no, se va a incendiar todo —señalo la gata blanca.

—No, nos va a robar el aire —dijo Milo.

—Cierren los hocicos —ordeno Arabella—. Bien Itza, sabes lo que debemos hacer.

La nombrada se hizo hacia atrás, encogiéndose de tan solo pensar que la solución era muy dolorosa.

—Debe haber otra forma —dijo consternada.

—Si la hay, más tarde buscaremos —dijo, y tosió—, ahora debemos hacer esto o Milo tendrá razón.

Sin miedo a quemarse, o que su propia magia sea dañada por la de Estrella, Arabella la tomo de la mano.

—Itza, estaré contigo —dijo, y le sonrió.

Fueron al baño, y al contar hasta tres la de cabellera oscura se metió en la ducha, y la rubia abrió el agua. El vapor y gritos de dolor inundaron la habitación, impidiendo ver, escuchar o hasta respirar con tranquilidad.

Hechicera.Where stories live. Discover now