CUANDO LA HISTORIA SE ENTRELAZA Capítulo segundo

Magsimula sa umpisa
                                    

—Siempre me humillas con lo mismo Gertrudis. Lo que nunca logré entender fue por qué te casaste conmigo entonces...

— ¡Porque no me quedó otro remedio! Además, tú conoces la historia mejor que yo. Porque, a pesar de que nuestro matrimonio estaba arreglado, tuve la oportunidad de romper el compromiso. Tú sabes que el amor de mi vida fue Dimitrio, el capataz de la tabacalera. Cuando mi padre se enteró, amenazó con matarlo. ¡Lo amaba demasiado como para permitirlo! Por eso logré convencer a mi padre de que haría lo que él quisiera, pero que dejara a Dimitrio en paz. Nuestro plan era diferente: huir para luego encontrarnos lejos de todo y todos. Le di dinero para nuestra vida juntos y mi último recuerdo de él fue el adiós que me regaló desde la carretera...A los meses recibí una carta en donde me decían que había muerto, víctima de un robo de camino...Al tiempo me enteré de los planes de tus padres Santana y los míos De Valencia. Y de un matrimonio arreglado muy pocas veces se escapa. Te confieso que cuando te conocí, decidí que no podía seguir amando el recuerdo de un muerto. Puse todo mi empeño y logré despertar en mi un profundo afecto para ti. El suficiente como para lograr cumplir el sueño de papá de darle nietos. Al poco tiempo de la boda escuché una conversación entre tu madre y la mía: tu familia estaba en la ruina y necesitaban un préstamo para poder pagar sus deudas, la mayoría de ellas adquiridas por la nefasta inclinación de tu padre al juego y a las mujeres de esquina. Tu madre era un sol, así que la mía la ayudó hasta donde pudo. Pero mi padre nunca debía enterarse de esto. Fue un pacto entre ellas. Luego murió tu padre y gracias a tu incredulidad, ocurrió todo aquello... Gerónimo Santana dejó este mundo sin terminar de pagar sus deudas económicas y sus cuentas de vida. Y lo sabes...

—Y Augusto De Santana comenzó a tratarme con desprecio desde que se enteró de la desgracia de mi familia...

—Pero me puso como condición el heredarme si le daba un nieto...aunque no logró conocerlo...

—Y te embarazaste...

—Con trabajos... ¡pero lo logré...! Tuve que esperar 15 largos años y una cadena de desgracias y perdones para lograrlo. Lo único que fuiste capaz de hacer bien...darme un hijo...

Esta conversación se escuchaba con frecuencia en la habitación de Gertrudis. Era como un purgatorio para ella y otro nivel más en el infierno para Casimiro; una especie de autocastigo para ambos. Un mal necesario para desahogarse, para culparse mutuamente de lo asqueroso de sus vidas. Era una rutina de reclamos forzosa que siempre terminaba en lo mismo: cuando Casimiro salía de las habitaciones de Gertrudis, entraba siempre la fiel de Carmen, a limpiar las amargas lágrimas que la señora derramaba. Así era que ella se enteraba de todo: de las correrías de Casimiro, de las apuestas, de las amantes, de los negocios sucios, de las amenazas de un padre que reclamara el honor de su hija...Porque ese tipo de conversaciones solo se tenían entre esas cuatro paredes, —las cosas de la familia, solo le interesan a la familia y se hablan en privado. —Esto hacía de Carmen algo más que una simple sirvienta, siempre fue la confidente de Gertrudis. En ese cuarto Carmen se enteró de la relación de Casimiro con Irene, del embarazo de Gertrudis, de los planes de Casimiro de alejar a Irene del pueblo...Allí también se fraguaron las mejores venganzas de Gertrudis. Como cuando enfrentó a Casimiro con el embarazo de Irene.

— ¡¿Preñaste a la puta verdad?!

— ¿Cómo te enteraste?

—Una esposa siempre lo sabe todo...sé también que piensas alejarla del pueblo.

—Sería lo mejor...el que se embarazara fue un error...debería exigirle que lo abortara...

— ¡Jamás te lo permitiría! ¡Puedo aceptar muchas cosas, pero la muerte de un ser inocente no!

— ¿Y qué? ¿Piensas pasar por todo el pueblo como la más grande de las cabronas...?

La cachetada que viajó desde la mano de Gertrudis hasta la cara de Casimiro, le dolió lo que le restó de vida...era la primera vez que ella lo cacheteaba.

Lo tomó fuertemente por un brazo e inmediatamente dictó sentencia. —Más que eso, escucha bien lo que vas a hacer. Le ofrecerás dinero y a cambio quiero que se comprometa a dar a luz sola y te entregue lo que tenga el infortunio de parir.

Gertrudis estaba hecha una fiera. Si algo no podía tolerar es que las cosas se le escaparan de las manos. Y cuando eso ocurría, las repercusiones que esto acarreaba muchas veces tomaban proporciones bíblicas. Y esta situación no sería la excepción a esos alcances.

— ¿Y qué vas a lograr con eso?

—Humillarte más. Recordarte cada día de tu mugrosa existencia quien manda aquí.

La palabra de la señora era ley y la última que se decía. No había nacido nadie que la contradijera, incluyendo su marido. Así que Casimiro fue con el rabo entre las piernas a proponerle el negocio a Irene. Ella, que su moral y su consciencia tenían precio, no vaciló un segundo en dárselo a su embarazo. Hecho el acuerdo, Casimiro le hizo firmar un trato con papel hecho de culpa. Irene por su parte, solo tenía que esperar pacientemente su alumbramiento.

En el pueblo solamente se hablaba del embarazo de la puta del pueblo; por las esquinas y en susurros, y de lo hermosa que se veía la señora de encargo, a viva voz por todos lados. Gertrudis evitaba salir a la calle lo más posible. No toleraba que ella y la mal parida infeliz de Irene fueran el tema de conversación de Las Cumbres. ¡Gente sin escuela ni oficio! ¡No soporto que me pongan al mismo nivel que a esa! Y el infeliz de Casimiro... ¡maldito seas mil veces! ¡Espero que cuando te mueras, te pudras en el infierno!

Como las cosas buenas y malas vienen en pares, la esposa y la amante de Casimiro Santana se fueron de parto la misma noche, pero Irene comenzó sus dolores con 30 minutos de diferencia. En menos de un suspiro, todos en el pueblo sabían que Irene estaba de parto. Lo que ocurría en Los Rosales sería la noticia de la mañana siguiente. Carmen y Gertrudis habían hecho las cuentas. Si todo salía como el cálculo lo indicaba, la señora estaría de parto al menos una semana después que Irene. Eso daría tiempo para que la naturaleza hiciera lo propio con ella: que Irene pariera, Carmen llevara a escondidas a la criatura a la hacienda y la ocultara lo mejor que se pudiera. Gertrudis entonces daría a luz y se daría la noticia en el pueblo de sus «gemelos». Si la cuenta fallaba, entonces ya la partera del pueblo tenía instrucciones de las prioridades que debería tener. Solo se esperaba que el destino fuera benévolo con Gertrudis y que el plan no se complicara. El que las dos mujeres salieran de parto la misma noche no estaba contemplado en la mente de nadie. Y este infortunio significaba, por lo tanto, que ambos planes tendrían que cambiar.

Cuando la noticia de que Irene estaba de parto llegó a la casa grande, ya Carmen estaba de salida a buscar la partera. Quedó fría en medio de la cocina. Se persignó y se regresó al cuarto de su señora. Había dejado a María a cargo de Gertrudis y ésta a su vez le pidió a otra de las muchachas que la acompañara por si a la señora se le adelantaba el parto.

— ¡Salgan, salgan!

Por primera vez en su vida, Gertrudis se sentía dominada por alguien. Y sintió miedo. Miró a Carmen fijamente, pidiendo una explicación muda.

— ¡Irene está de parto Gertrudis! ¡Maldita puta! ¡Hasta en eso quiso ser la señora de Casimiro Santana!

Las contracciones de Gertrudis se detuvieron por un instante. El suficiente como para entender que la vida le estaba jugando una mala pasada, pero ella una vez más sería vencedora. Se limpió el sudor de la frente con el revés de la mano y le pidió a su fiel Carmen un papel. Escribió en él varios minutos. —Entrégale esto a mi marido a la primera oportunidad. Dile que hay cambios...que esta es la misiva que va a entregar. Él ya entenderá. ¡Pero ahora vete a buscar a Tomasa!

La Maldición de Los SantanaTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon