Al volverme el duque a una edad temprana cayó sobre mis hombros un ejército de unos miles de hombres, todos con un entrenamiento pesado, con las mejores habilidades y máquinas de matar. Los soldados de Gorh, eran reconocidos por su fuerza, bestialidad y ser los últimos que quedaban de pie en el campo de batalla. Al convertirme en duque, solo podía pensar en cómo mantener al ducado en pie, n conservar lo que nos hacía los mejores y mantener la riqueza de la que habíamos gozado durante años. Al comienzo era difícil, las cosas iban en picado y nadie quería escuchar a un niño.

—Estas son las nuevas mujeres que han entrado, todas vendidas por sus familias o algún amante que quería librarse de ellas—Cloe se coloca delante de una fila de veinte mujeres, todas de diferente altura, contextura y tono de piel.

Cada una diferente a la otra, pero lo único en común eran los temblores que le recorrían cuando me vieron, la mirada galla y los hipidos que salían de sus bocas al saber quién estaba delante de ellas.

—Soy Damian de Gorh, el actual duque de Gorh—comienzo, la garganta me arde a medida que hablo— ¿alguna de ustedes quiere salir de este lugar? Pagaré sus deudas, le daré todo lo que deseen, pero con una condición. Tienen que convertirse en mi esposa, la duquesa de Gorh.

— ¿Esposa? —murmura una voz apagada, casi enferma. Busco entre las mujeres quien ha hablado, entre dos rubias con curvas y labios rosados se esconde una pequeña mujer de cabello del color del barro, la piel oscura con puntitos dorados esparcidos por las mejillas huecas.

La mujer, de piel curtida y cabello como paja, se veía más pequeña y lamentable que las demás. La ropa de seda blanca que envolvía su frágil cuerpo rechinaba con su apariencia actual. Al dar un paso delante, los temblores se intensificaron y por un momento pensé que se iba a desmayar, pero la morena alza la cabeza y me encuentro observando un par de ojos marrones, del mismo tono de la arena del desierto.

—Sí, una esposa. Necesito una esposa. ¿Sabes quién soy, mujer? —ella niega y tiene sentido que sea la única en hablar, la única en dar un paso adelante y mirarme a la cara—. Te doy una pista, me llaman el duque demoniaco. El verdugo del reino y la bestia de las fronteras.

— ¿Va a matar a la mujer que tome como esposa? ¿Hará que otros hombres la usen y traten como ramera? O ¿la venderá cuando ya no le sirva? —pregunta su voz libre del habitual carraspeo, aquellos ojos de arena se humedecen, sin embargo, las lágrimas se mantienen en su lugar, capturada en aquellos grandes pozos de dolor.

—No, ¿quién crees que soy? La mujer que se case conmigo, será intocable, no importa de donde venga o quién haya sido en el pasado. La protegeré y le daré todo lo que desee.

—Damian, suficiente—la voz de Cloe se alza sobre nosotros, la cortesana mayor da un paso adelante tomándome del brazo y alejándome de las mujeres. Sin embargo, las demás no me interesa, aquellos ojos de arena son lo único que me importa, la mujer que los porta y parece a punto de romperse en cientos de pedazos—. Ella es nueva, llego hace unos días y apenas se está recuperando. No importa si me das una parte de tu fortuna por ella, no se irá hasta estar recuperada.

—Sabes que conmigo estará cuidada y a salvo.

—No tienes idea de lo que ha vivido y de donde viene, esa mujer no es la indicada para ser la duquesa que necesitas. Desiste, Damian, busca a alguien que no tenga una carga tan pesada.

Cloe me llevaba hacia la salida, no intento volver hacia las mujeres, porque no tiene sentido; pude escuchar a la perfección los suspiros de alivio que dejaron salir cuando ya no estaba en la misma habitación. Podían volver a moverse, hablar y respirar con normalidad; entre todas comenzaron a preguntarle a la mujer morena si había perdido la cabeza, y puede que ella este igual de dañada, que no le importe retar a la muerta, para descubrir si tiene salida alguna. Las palabras de Cloe provocan una genuina curiosidad en mí, antes de abandonar la casa de placer, le pido a mi vieja amiga y amante que le pregunte a la morena si quiere salir de este lugar. Ella asiente, pero lo hará cuando la mujer esté bien. Recuperada.

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