—Tus últimas palabras.

—Señor, piedad, por favor.

—La piedad es para los santos, y en esta tierra no existen.

Anuncio dejando caer el filo de la espada sobre su delgado cuello, la sangre sale disparada bañándome en ella y ensuciando toda la habitación; la cual ha terminado teñida de rojo, las puertas se abren y por ellas pasan algunos sirvientes y dos soldados, quienes bajan la mirada hacia el cuerpo desangrándose y la cabeza rodando en círculos.

—Limpien todo.

Los pensamientos desordenados le acompañan todo el camino hacia el lago, ese que queda detrás de la mansión del ducado y está escondido entre un espeso sector del bosque. Aquel lugar que impide el paso de la luz y el ambiente siempre es húmedo, desolado como me siento. Las prendas cargas de sangre se van secando ante la brisa fría de la noche, la piel se reseca y el asco le domina. Mantengo los ojos abiertos, soltando un suspiro al detallar la orilla del lago. Gruño, gruño con fuerza, la garganta retumba y a medida que me quedo sin fuerza todo el cuerpo me duele. Si tuviera lágrimas lloraría, pero no tengo ninguna, hace tiempo mi humanidad murió.

Me desprendió de la ropa, la piel reacciona ante el frío de la noche. Y me dejó caer en el agua helada, esperando borrar el horror de esta noche, lo indigno que me siento con la sugerencia de mi madre; con aquella idea de tomar como esposa a una niña que podría ser mi propia hija. Al pensar en ella como mi posible hija, el asco crece aún más y el deseo de morir se hace presente. Su ergo la cabeza debajo del agua, me hundo y el aire se escapa de los pulmones poco a poco. Nado a lo largo del lago, borrando las sensaciones y dejando la cabeza en blanco mientras el olor de la sangre se va y ella desaparece de la piel. Borrando la suciedad.

Estoy maldito, mientras más trato de buscar una mujer que acepte ser mi esposa, las posibilidades se van cerrando volviéndose escasas y ahora con la presencia de aquella niña sé que ha sido mi final. No habrá mujer en Oblitus que desee casarse conmigo, si antes no la había, ahora menos.

—Señor, ha llegado una carta desde la frontera—murmura una voz delicada y femenina, pasos cortos y tranquilos se acercan a la orilla del lago.

Alzo la cabeza, descendiendo del agua, encontrándome con la mirada neutral de Camelia, la mujer de cabello blanco como la nieve y ojos violetas me observa desde arriba sin interés. Manteniendo una carta perfectamente doblada entre sus manos, haga un gesto con la cabeza esperando que se acerque y Camelia avanza, alargando la carta sin perder el equilibrio o mojarse en ningún momento.

—Necesita ayuda, señor—pregunta Camelia en un tono suave, su mirada me recorre sin pudor alguno intentando ver lo que se esconde debajo del agua.

Camelia ha estado conmigo durante muchos años, nos conocimos cuando tenía dieciocho años y estaba en el frente como capitán, había subido de rango después de cortar toda relación con Reiley. Aquel día donde decidí declararme y todo había terminado, fue uno de los que marcaron mi vida; mi vida como joven ingenuo. Después de sentir cómo mi corazón se hacía trizas y todo se venía cuesta abajo, sentir que estaba perdido. El experimentar, perder una parte importante, me lleno de odio y rabia, había mi y hacía Reiley. Era difícil no odiarla, aquel amor que sentía por ella se contaminó.

Camine directo a un burdel y por primera vez en un año, un año donde regresaba a la capital y me obligaba a usar un parche sobre el ojo derecho; lo quite. Entre en aquella casa de placer, sin parche y exhibiendo una horrible cicatriz que había deformado mi joven rostro. No recuerdo todos los detalles de esa noche, pero, lo que recuerdo es haber escogido a una joven de cabello negro; un color diferente al rubio con reflejos rojos de Reiley; no obstante, ahí no terminaron las diferencias. Aquella mujer tenía una piel pálida y suave, adornada con puntitos que me recordaban a las estrellas. Sus ojos eran rasgados, nariz fina, labios gruesos; el inferior más que el superior. Con una mirada eclipsarte cargada de deseo e inocencia, una mirada que no debía estar en una casa del placer.

—Señor, ¿está seguro? —la voz de Camelia me saca de los recuerdos, al final no fui suave con aquella joven. No se merecía mi actitud, mi trato, pero lo recibió todo.

—Estoy seguro, no necesito de tus servicios—informo volviendo a nadar.

Ambos nos salvamos la vida, Camelia no me dejo morir por una flecha la cual se incrustó cerca de mi corazón y yo no permite que abusaran de ella cuando fue capturada. La tomé bajo mi protección hasta el día de hoy.

—Puedes volver.

—Si usted lo dice, señor, con permiso.

Los días pasan, no vuelvo a recibir noticia alguna de las fronteras. Los soldados están en silencio y no sé cómo sentirme al respecto. La última noticia que obtuve fue un informe de una victoria y la recuperación de un grupo de esclavos Samortu'a que habían estado cruzando entre los mares del oeste y norte, evitando nuestros puertos. Kanea se estaba adaptando a la vida en el educado después de haberle prometido una decena de veces que no la tomaría por esposa, que no debía trabajar y nadie abusaría de ella en este lugar. Que estaría protegida hasta que decidiera irse, Kanea lloro y me abrazo, era la primera persona en mucho tiempo que me abrazaba a manera de agradecimiento, la pequeña niña me tomó en sus enclenques brazos los cuales transmitían una sensación de calidez y cariño indescriptible.

Después de ubicar a Kanea y ordenar a Camelia que cuidara de la niña y que si ella sufría el más mínimo daño, ella pagaría por tal error. Camelia asintió y juro proteger a la pequeña, no dudaba que así sería. Mi ayudante se veía reflejada en aquella niña sin hogar, familia y patria. Eran iguales, en gran medida. El personal de ducado estaba roto, todos los que habitábamos están indómitas tierras estábamos rotos.

—No vuelvas a buscarme como esposa a una niña—le gruñí a mi madre, cuando había pasado la sorpresa inicial. Ella solo una cuantas lágrimas y supe que iba a comenzar a lamentarse y expresar lo mucho que quería verme con un hogar, una familia—. Si algún día me caso y concedo tu deseo, madre, será por mis medios y decisiones y en ninguna de ellas entra el tomar como esposa a una niña. No vuelvas a hacerlo o nunca cumpliré ninguno de tus deseos.

—Lo entiendo, no volverá a suceder, hijo, pero busca esposa, por favor.

La conversación murió después, nadie hablaba o recordaba aquel día. Actuaban como si nunca hubiera sucedido. Y en parpadeo, los días para el encuentro con Stein había terminado, esta tarde. El día que la vería de nuevo, había llegado.

Aunque me encontraba emocionado por ver a Stein, sabía que ir era un error. Que no debería haber aceptado este encuentro por una clase de modales y como cortejar a una mujer. No había modal alguno que Stein pudiera enseñarme, que no hubiera aprendido de joven. Era mi decisión el actuar como un salvaje y siempre mantenerme en una de las esquinas alejadas del salón de baile en cada reunión. Prefería observar todo de lejos y sentir envidia cuando veía algo que se me negaba, estaba acostumbrado. Después de un tiempo había dejado de importarme y de quererlo.

Aunque me encontraba emocionado por ver a Stein, sabía que ir era un error. Que no debería haber aceptado este encuentro por una clase de modales y como cortejar a una mujer. No había modal alguno que Stein pudiera enseñarme, el cual no hubiera aprendido de joven. Era mi decisión el actuar como un salvaje, y siempre mantenerme en una de las esquinas alejadas, del salón de baile, en las reuniones sociales. Prefería observar todo de lejos y sentir envidia, cuando veía algo que se me negaba, estaba acostumbrado. Después de un tiempo había dejado de importarme y de quererlo.

Sin embargo, estaba siendo egoísta en este momento, el actuar ignorando la pequeña voz de la consciencia era estúpido. El ignorar mis sentidos que gritaban, que huyera de Stein, que me alejara de aquella preciosa mujer; era un error fatal, uno que podría costarme todo. Todo lo que no poseía. Pero acá estaba, camino hacia la peor tortura que pudiera existir, camino a ver cómo mis barreras caían en presencia de Stein y ella no se daba cuenta. Porque si supiera el efecto que tiene sobre mí, no estaría rogando cada día que la tomara como mi falsa esposa. 

Nota:

Faltan tres horas, para que sea domingo. (Para mí) Pero una o dos horas menos no harán la diferencia. Llevo días escribiendo desde la perspectiva de Damian y ya quiero terminar. Pero entre más escribo, más parece el duque querer hablar. 

Diría que mientras escribo escucho música pesada o en inglés, o algo con mucho significado. Aunque algunas canciones eran no tan cuestionables, estaba escuchando vallenato mientras escribía. (No me pregunte si la música tenía relación) Lo dudo.

Nos vemos en un próximo capítulo, Tex.

Comenten que les parece el capítulo y pasen por mis redes :3

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