V.

—Tiene que ser hoy, ¿no entiendes? —Andrea Túnez cargaba con el bolso tricolor del estado: los colores de la bandera venezolana; y caminaba detrás de Ana con una mirada meticulosa—. Lunes es el día lunar, y hoy habrá luna llena. Requiero de suficiente energía negativa, preferiblemente el doble... para así transmutar a energía positiva—puso los ojos en blanco—. ¡Ley de Polaridad! ¡No sabes nada, Daniel!
—Soy Samuel—frunció el ceño y cargó con su bolso propio, de colores similares; aunque de diferente contenido—. Odio trasnochar un lunes, y mañana tendremos doble examen: inglés y historia.
—Es mejor estar preparados—terció Andrea, que aparentemente no soportaba a Sam y lo miraba con amargura—. La noche estará despejada, y la luna podrá mostrarse en su máximo esplendor. Además, los astros favorecen la magia y el poder: Venus será visible en el cielo, y los filtros de amor forjarán vínculos duraderos.
Sam rió, sardónico. Descendió último el sendero pedregoso y resbaladizo en medio de una garganta del bosquecillo recubierta de piedras de río.
—Necesitamos matarlo, no enamorarlo.
—¡No vamos a matarlo! —Replicó Andrea, y le lanzó una mirada látigo—. ¡Es el hijo de Ana, y lo sellaremos en el frasco que lo contiene! Además, no seas bruto. Si rompes el recipiente de una maldición tan poderosa... esta se te regresará. ¿Quieres enfermarte de gravedad o sufrir las Siete Plagas de Egipto?
Sam se esperaba una pulla semejante, y extrajo de su cuello el relicario con la moneda de plata.
—Esta es la Medalla de San Benito—sonrió, y bordeó un zarzal espinoso que crecía como una enredadera, estrangulando un limonar en el bosque de coníferas—. Es suficiente protección... Además tengo esto—levantó el bate de béisbol que le prestó Melissa: madera tosca y limpia—. Y traje muchas armas...
—Bien—sonrió Andrea con malicia—. Mátalo, estúpido, y la maldición rebotará en ti y caerá sobre la persona más cercana... ¿Quieres que se muera María o Ana?
—¡A ti es a quien quiero matar!
—¡Ja! —Andrea levantó las palmas y sonrió, dando vueltas como un caleidoscopio. Señaló la pulsera de cuentas rojas en su muñeca—. ¡Yo también estoy protegida, querido! —Chasqueó los dedos en sarcástica pantomima—. ¡Ni tú, ni nadie, podrá hacerme daño!
—¡Ya dejen de pelear! —Gritó María, enfurruñada—. ¡Están haciendo llorar a Ana!
La chica caminaba cabizbaja y decaída, se vistió de luto llevando un listón rojo en la cabeza. Sam guardó silencio y Andrea lo imitó... dejó de bambolear el bate de madera y continuó su caminata hasta el fondo de un precipicio, del que se alzaban abruptamente varias lomas en dirección septentrional. El sol se escondía, y poniente se teñía de rosáceo y púrpura en una virulenta guerra nubosa contra el añil agonizante... Los árboles robustos de ramas gruesas plagadas de hojas se sacudían por la brisa extranjera. El suelo estaba cubierto de hojas podridas y guijarros, y el camino zigzagueante los llevó a atravesar riachuelos nacidos de las crecidas, baches accidentados por la erosión, y desniveles toscos. Se contentaron con llegar al decrépito cementerio con algunas horas de luz, y rápidamente la bruja desplegó sus utensilios de trabajo: una sarta de velas, un rosario, una jarra metálica y varios libros.
Sam se sentó sobre una casita de piedra, y detalló aquel claro estéril, bañado por la luz mortecina que la techumbre de coníferas rodeaba con lobreguez. Algunos rayos atravesaban las ramas y caían subrepticiamente sobre las lápidas, que agrupadas, formaban pequeños templos de espíritus. Muchas construcciones de mampostería no tenían más de un codo de altura, semienterradas por el tiempo, y adornadas de líquenes verdosos; existía una treintena de lápidas carcomidas como cabezas decapitadas embadurnadas de brea. El aire viciado era menos espeso que al anochecer, pero se sentía inusitadamente turbado... y rodearon la hendija central, coronada de tierra oscura y hedor nauseabundo.
Ana reprimió un sollozo y María la abrazó.
Andrea destapó su frasco metálico, y dibujó un círculo con sales ceremoniales... Lo hizo lo más perfecto que pudo y trazó una estrella de seis puntas en torno a la sepultura: Símbolo Cabalístico del Sello de Salomón, consagrada Estrella de David. La bruja se colocó un anillo de plata con una Mano de Fátima dibujada, y se sentó, descalza, sobre la tierra seca frente al círculo. Los tres la estudiaron mientras dibujaba el Círculo Elemental, buscaba una vela y un cuaderno lleno de anotaciones.
—¿Qué es eso? —María miró por encima de la cabeza de la bruja.
—Es mi Libro de las Sombras—sonrió Andrea. Sam se enervó en silencio, no soportaba que Andrea se tomase en serio lo de ser bruja... Lo había tomado como profesión—. Aquí tengo dibujado los distintos Sigilos Mágicos para aprisionar demonios. Hace muchos años, el Rey Salomón reunió una cohorte de hechiceros y sabios del mundo antiguo, y crearon los sellos cabalísticos para doblegar sus poderes. Mi padre tiene una colección de opúsculos y grimorios, y los he estudiado para extraer las exégesis de la Cábala y las Clavículas necesarias para basar mi repertorio de hechizos.
—¡Eres fantástica! —María abrió la boca y miró a Ana—. ¡Tienes que invitarnos a tu casa!
Sam carraspeó, y Andrea volteó para lanzarle otra mirada cáustica. Sus ojos vampíricos parecían los de una serpiente a punto de hincar el colmillo...
—Estás celoso de que mi magia sea más poderosa que la tuya.
—¡No me hagas reír! —Sam soltó una carcajada y mostró la palma quemada—. No soy católico, pero... creo que el poder de Dios es incomparable a tus imitaciones de prestidigitador. Esto no es un juego, Andrea. Intenté exorcizar a la Estrige con el poder del Credo, y la Señal de la Cruz, y...
—Tú no crees en Dios, Samuel—Andrea entornó los ojos, ecuánime—. Tu fe en Dios o Jesús es dudosa y frágil... Por eso, el dominio de la Estrige se impuso al tuyo—se lamió los labios como una víbora—. Eso... o tienes sangre demoníaca. Mi padre Saúl, siempre habla de los Wesen como si descendieran de una calaña de engendros. ¿Quién fue tu madre?
—Cállate, Andrea—Sam frunció el ceño y sintió sus orejas calentarse—. No digas cosas que no sabes...
—Mi padre siempre ha buscado la quintaesencia, y en sus conversaciones privadas lo he espiado... Está seguro de haberlo encontrado—reposó el mentón sobre un puño con el cuaderno abierto sobre el regazo—. ¡Habla, Samuel Wesen! ¿Estás seguro que ese hombre que no conoces es tu padre? Puede ser un secuestrador, y tu verdadera familia...
—¡Ya cállate! —Espetó, sulfuroso, y se levantó. Las lágrimas asomaron a sus ojos—. ¡Nunca conocí a mi madre y la extraño! ¡Cállense y déjenme en paz! ¡Me niego a creer que Dios sea benévolo y amoroso!
Iba a seguir soltando peroratas y maldiciones a la risueña bruja cuando María lo abrazó, fue tan repentino que no supo qué decir... y las lagrimas cayeron de sus ojos. Hundió la nariz en el cabello de la chica para que no lo vieran llorar... No recordaba cuándo había sido abrazado por última vez, y el calor lo reconfortó. La estrechó en su pecho con los brazos, y separó sus cuerpos, inundado por una extraña sensación.
Las chicas guardaron silencio, y Sam reflexionó mientras revisaba su arsenal pirotécnico: un juego de petardos, cuatro huevos de dragón y tres cohetes; la tienda de fuegos artificiales le obsequió un yesquero. Desconfiaba de la Cábala, y la piel chamuscada en su palma era un funesto recordatorio de su escasa convicción... El bate era liviano, y se creía capaz de partirle la cabeza a la Estrige con un movimiento explosivo.
—Están sucediendo cosas extrañas—Ana se abrazó las rodillas, bañada por un halo de atardecer que caía sobre su tez... Sentada en un templo diminuto—. En Ciudad Zamora se avistó al monstruo del río: el mítico animal de siete cabezas volteó una embarcación y cientos de personas lo avistaron, para horror de sus mentes.
—¡Yo también leí esa noticia! —Confesó María, entusiasmada—. ¡El monstruo no había aparecido desde el incidente con el cadáver que el río depositó a orillas del pueblo Soledad! ¡No era humano, o no del todo! ¡Era una sirena!
—Sí, pero el cuerpo desapareció...
—¡No desapareció, se lo robaron! El vídeo de seguridad muestra a este grupo de ladrones y al sacerdote con cabeza de cerdo hurtando el cadáver del frigorífico... y, bajando al sótano para desaparecer dejando una nube de azufre. ¡Fue todo un episodio de locura en Ciudad Zamora!
—En Montenegro también tenemos historias tenebrosas—presumió Andrea, a quien el claroscuro del anochecer le daba un aspecto lúgubre—. Un diablo recorrió el centro y visitó una tienda durante el Viernes Santo, y varias personas murieron al verlo. El híbrido ha aparecido en muchas partes del país, y los que se han encontrado con él... mueren o enloquecen. Son muchos los cazadores furtivos que se han encontrado con este ser, y temen vagar solos por nuestros bosques. ¡Me gustaría encontrarlo e interrogarlo! ¡Podría estudiar las propiedades de su cuerpo!
»Pero eso no es nada. La carretera que atraviesa la Montaña del Sorte hasta Chivacoa, está maldita por cientos de trágicos accidentes, y a la medianoche muchos conductores han avistado el Carretón, una entidad maldita que representa la muerte y la peste. Es una enorme carreta impregnada por un halo amarillento y enfermo, que permea la carretera con un nauseabundo olor a descomposición. Los más viejos cuentan que es augurio de víctimas por las epidemias de paludismo y cólera que asolaron nuestra región hace cien años. Algunos camioneros cuentan que no va tirada por ningún animal, y otros... que es remolcada por dos caballos decapitados con las grupas zurcidas con alambre de púas. ¡Quisiera subirme y vagar a paisajes horribles, sembrados de cadáveres y plagas!
—¡Y los Canaimas en nuestro río Yaracuy! —María estaba eufórica—. Los pescadores no se internan en las bifurcaciones río adentro por temor a estas criaturas anfibias, de grandes ojos y manos palmeadas. Los más viejos los han visto cazar en grupo como niños ahogados, silbando para avisar a sus congéneres la ubicación de barcazas para hundir. ¡Muchos balnearios fueron cerrados por repentinas desapariciones de niños! Arrastran todo lo que atrapan hasta el agua profunda, y allí... lo devoran sin siquiera turbar la superficie. ¡Dios mío, el río arroja cientos de huesecillos durante las sequías! ¡Los han visto en las alcantarillas cuando los arroyos se secan por el verano!
—Y aún no hablamos de la Finca del Chaure—Andrea hojeó sus bocetos de símbolos cabalísticos—. Esos pájaros son de mal agüero. El ave es muy bonita, pero sus hábitos nocturnos son inquietantes. Las brujas presagian la muerte, el dolor o el parto por su ulular. Dicen que si un chaure te sigue... quizás no veas el día siguiente. Esos pájaros diabólicos anidan en las casonas y árboles frutales de la finca, y lloran durante las fiestas orgiásticas que se llevan a cabo por los magos que allí residen. ¡Daría un ojo por saber lo que esconden en sus bodegas, y desvelar el secreto detrás de sus ritos paganos! Los Chaure lloran, y encaran los espíritus inmundos que se niegan a traspasar al otro mundo.
Sam pensó que el imaginario de Montenegro era muy activo. Él mismo había contemplado a los gules en su esplendor... y concluyó que no eran seres tan desagradables. Presumir la existencia de sirenas, duendes y hadas rayaba en lo descabellado... Miró la hendija donde se escondía la Estrige del último asomo de sol, y reflexionó la posibilidad de que un dragón durmiese en las cavidades profundas del pueblo... En el corazón de una montaña hueca como una larva titánica.
—Está anocheciendo—Andrea encendió una docena de velas a su alrededor, y las fijó con cera derretida al suelo. La Estrella de David en el círculo era terrorífica, e insinuaba un aspecto de recalcitrante horror y magia negra—. Despertaré a la Estrige, y lo sellaremos en su propio recipiente mediante un Hechizo de Inversión, que revertirá la polaridad de su energía negativa.
Las chicas levantaron los rosarios en sus manos, de pie, detrás de Andrea. Sam esperó, sosteniendo un yesquero y la mecha de un huevo de dragón, brillante como un escarabajo de jaspe; el bate reposaba en su regazo. El anochecer llegó más rápido de lo esperado, y una marea de tinta oscura cubrió el cielo con pesadillas y temores indescriptibles. Los árboles dejaron de estremecerse, y toda criatura guardó silencio ante el enunciado de un terror encarnado que brotaría de su gruta, donde se disputaba el estado desordenado de la vida y la muerte. Se preguntó sobre la naturaleza de las abominaciones que tuvieron lugar en aquel camposanto, que perturbaron para siempre aquella extensión... desprovista de vida. En las carreteras y zonas rurales podían encontrarse zorros, perros salvajes, roedores y tigres... pero en el bosquecillo central de Montenegro, solo existía verde vacío y terrores provenientes de concepciones ignoradas.
Había escuchado de las horquillas que pululaban durante la época colonial para ejecutar piratas ingleses, y de una tragedia que aconteció durante las Candelarias, cuando se ahorcaron ocho grumetes que desembarcaron en Montenegro robando jóvenes por toda la ribera del Orinoco, y que fueron apresados y ejecutados por sus delitos al llegar al pueblo. Uno de los ingleses capturados perdió un libro marciano, tomado como botín hace muchos años en una guerra... Aunque indescifrable, nunca se deshizo de él,  poseído por su hipnótico poder, que se hundió en las aguas para nunca aparecer.
En Montenegro se sucedieron gobernantes sanguinarios, que ahorcaban piratas bandidos y quemaban a los páganos que se negaban a la sumisión y destrucción de sus dioses autóctonos. Antes de la primera colonia coexistieron las tribus indígenas, adoradores de dioses mágicos y temerosos de caníbales sin cabeza y diablos que habitaban las cumbres titánicas de los tepuyes; montañas gigantes cortadas limpiamente en su cima, similares a tocones de árboles primordiales. Tales  macizos fascinaron a los españoles durante la época colonial, y Colón aseveró en sus bitácoras que el Jardín del Edén estaba oculto en Venezuela.
Fueron los españoles quienes trajeron la muerte y la enfermedad a una tierra antigua, sembrada de pesadillas que esperaban su germinar. Cientos de miles de muertos por virulentas epidemias traídas del primer mundo, e insurrecciones entre los Caciques por coaliciones con los europeos. Fosas a rebosar de cadáveres sin nombres... Asentamientos desolados por la cólera, la fiebre amarilla y el paludismo. El mestizaje de sangre y culturas... Los habitantes de Montenegro no lo sabían, pero caminaban, dormían y vivían sobre tumbas.
Los gobernantes de la primera colonia temían las incursiones de ingleses y portugueses; y recibían mercancías de todas las costas indias en una mezcolanza de razas e idiomas que trajeron conocimientos ocultistas a un caldero que empezaba a hervir. Fueron incontables los esclavos negros comerciados, llevados a las costas de Cartagena y Nueva Inglaterra. Después de diezmar a la población indígena, Montenegro se convirtió en el epicentro del comercio de esclavos del país... y los magos de todos los rincones del mundo zarparon de sus puertos para subir la Montaña del Sorte, invocar pactos con los seres de la espesura y enterrar sus tesoros. Hace doscientos años, existían más de cien círculos herméticos de hechicería en el pueblo; cada gobernante poseía una cohorte de magos para rivalizar con las colonias vecinas que se disputaban el oro de las regiones auríferas del Oriente del país. Cientos de miles de extranjeros desembarcaban en el Malecón para hacerse con esclavos, especias, morocotas de oro y libros de alquimia y taumaturgia.
Pero llegó la Revolución Bolivariana, y los puertos se cerraron con el batir de los tambores y el estruendo de los cañonazos. Los batallas hundieron barcos, sepultaron familias y saquearon poblados en una puja inspirada por el masón Simón Bolívar y sus fuerzas rebeldes, contra los reales mantuanos de ascendencia española, caudillos y terratenientes. En Ciudad Zamora se reunió el Congreso de Angostura junto con cientos de masones que dictaron el futuro de su revolución contra la tiranía de las monarquías, y la Batalla de Maracalí cubrió las calles y el río de sangre. Montenegro no se quedó atrás: con la guerra sobrevino un éxodo masivo de círculos herméticos a todo el país y las Américas, y el pueblo quedó sumergido en tinieblas, en medio el interregno y las casas abandonadas. Los jóvenes más sagaces zarparon a una guerra de la que no volverían, los más sensatos regresaron con sus padres a tierras del otro lado del mar. Los mercantes empobrecidos, brujas prostitutas, magos avinagrados y eruditos de las ciencias negras fueron abandonados por los financiamientos del comercio. La peor calaña pervivió en Montenegro bajo el designio de un oficial bolivariano conocido Enrique Palacios, una figura ensombrecida por frecuentar círculos ocultistas y poseer una difamada colección de libros traídos de tierras más lejanas que la India; se decía que bajo su cargo se dispuso un fiel mago de raíces chinas, que conocía los secretos de la inmortalidad y la trascendencia. Durante su corto mandato se encargó de borrar los registros civiles que probaran la existencia de gobernantes españoles anteriores a su pronunciamiento... y muchos diarios escritos y periódicos en circulación de la época, plasmaron sus intereses por lo excéntrico y lo sacrílego: asistía a misa en una pequeña capilla, puesto que la Iglesia Maldita de San Lucas aún no se había fundado; al anochecer recorría la calle principal del Malecón rodeado de figuras envueltas en sudarios negros, que no eran otros que los sabios extranjeros abandonados por sus patrocinadores europeos; solía conducir reses a la Montaña del Sorte como ofrenda para los moradores de aquellas tierras encantadas, y durante ciertas fechas iba escoltado por sus magos para concertar rituales a favor de las batallas del Libertador.
Un diario de la época narra su deceso como un misterio. El manuscrito perteneció a un joven llamado Pedro Arciniega y relata los sucesos con un comprensible horror. Al atardecer de un Miércoles de Cenizas a Enrique Palacios se lo vio llevando un cofre inmenso en un carruaje tirado por dos portentos palafrenes, sus magos lo acompañaban en una procesión a la Montaña del Sorte para celebrar un ritual después de extraños movimientos telúricos acontecidos durante el Carnaval. El púlpito enervado por sus impuestos descarados y su pésima administración, creía ciegamente que el contenido del cofre no era otro que las morocotas que conservaba el banco de la época de auge que acrecentó el pueblo con maravillas traídas de todo el mundo. Los ladrones y los gentiles se mezclaron para ponerle fin a las usurpaciones e impedir que el caudillo enterrase el oro del pueblo en algún escondrijo de la montaña; y armados con picas, trinches, cimitarras y fusiles... hicieron llover plomo con una tormenta de pólvora sobre la turba en una escaramuza sangrienta. A Enrique Palacios lo ahorcaron allí mismo, y a su mago chino le aplastaron la cabeza con una piedra hasta convertirla en pulpa... para que así, no reviviera al susodicho con su nigromancia.
Pedro Arciniega plasmó en su diario que los hechiceros huyeron, insultando y maldiciendo... y escribió que el cuerpo del chino continuó retorciéndose como una serpiente unas dos horas después de machacada su cabeza; y que, al caer la noche, su cuerpo se pudrió tan rápido que de él solo quedó un charco de plata líquida con hedor a mercurio... donde flotaron sus ropas extravagantes de seda roja. La muerte de Enrique fue tan indescriptible como fascinante: improvisaron una horca con una rama de mangal y un nudo corredizo de cañamo... y lo colgaron mientras se debatía e invocada seres mefíticos que no acudían a su llamado.
—¡ADONAI, JIRET! —Gritaba, enloquecido, a una convulsión del desvanecimiento—. ¡IGNOMINUM, AZZAROTH!
Consiguieron ceñirle el nudo al cuello, los huesos de su columna crujían y sus piernas se retorcían. El rostro blanquecino nunca ennegreció por la asfixia, y sus ojos no perdieron esa turbación inexpresiva... Colgó durante unas tres horas, en las que los hombres del pueblo se turnaron con los brazos fatigados para mantenerlo ahorcado, ante la incapacidad de la caña para atarlo. El hombre continuó maldiciendo, con las manos atados a la espalda y los pantalones abajo, mostrando unos sucios calzones grises... Sus palabras romances resultaron inteligibles para el púlpito que le daba muerte, y pronto se horrorizaron ante el caer de la noche y el pronunciamiento de sortilegios inenarrables. Fue el padre de Pedro, Rafael Arciniega, quién le disparó en el pecho... y el cuerpo se vio proyectado al suelo, aparentemente descoyuntado. Abrieron una fosa maquinalmente y lo enterraron, mientras se ahogaba en su propia sangre con los pulmones perforados de metralla...
El horror sobrevino al romper la pesada arca que contenía el supuesto tesoro: tapiado con clavos, el olor azufrado de un león muerto los hizo retroceder... y el cadáver del animal cayó al suelo. Nunca supieron la razón del traslado del león, pero más adelante, en una de las quebradas de las cientos que hay en las montañas... encontraron un hueco excavado en el suelo arcilloso. De las amenazas de Enrique Palacios, Pedro cuenta estupefacto, que su padre murió al amanecer del día siguiente por un infarto fulminante... y que seis meses después una plaga de ratas destruyó los alimentos de todo el pueblo para sumirlo en la más miserable hambruna de la historia de Venezuela.
Sam despertó de su ensoñación con el rumiar la tierra... La luna salió de las montañas como una moneda de plata bruñida ribeteada de fulgor incandescente, y los árboles silbaron con el ulular de las hojas. Las chicas rezaban mientras la bruja sostenía una vela entre sus manos, y era rodeada de flamas amarillentas que parecían luciérnagas horripilantes en charcos de grasa. La tierra negra en el centro del círculo saltó en terrones, y el hedor a podredumbre le irritó la nariz. Los voces de las oraciones se entremezclaron, y los árboles se estremecieron. La luz crepuscular cayó sobre el cementerio, y asomó una cabeza violácea, embadurnada con mantilla de placenta... Escuchó una espiración de espanto, y un berrido. La Estrige emergió de su sepultura como un recién nacido, extendiendo sus miembros a un mundo desconocido con las zarpas retorcidas... Mascando el vacío con sus mandíbulas deformadas por colmillos. Arrastrándose, gateando y tambaleándose como un demonio ciego y estúpido. Su aspecto creció al de un enclenque de doce años, descarnado, y cuyo cordón umbilical colgaba de forma grotesca. Los dedos desnudos eran horribles garras de hueso, y se descomponía como una momia.
Ana cerró los ojos para que no la vieran llorar, y se estremeció en medio de rezos y sollozos.
—Gobernante de las Tinieblas—proclamó Andrea con los ojos cerrados. Cada palabra suya era un redoblar de tambores en el infierno, y un estremecimiento de frío y espanto—. Te conjuro, Satán, enemigo de la salvación humana—el brillo de la luna se debilitó por las nubes—. Reconoce la justicia y la bondad de Dios Padre. Te conjuro, Satán, príncipe de este mundo, reconoce el poder y la fuerza de Jesucristo, que te venció en el desierto... prevaleció en el huerto y te despojó en la cruz—las ramas de los árboles se retorcieron con vida propia —. Retrocede de esta criatura que, sin nacer, Cristo lo hizo hermano suyo y, muriendo, lo adquirió con su sangre.
La Estrige soltó un chillido y un ventarrón se extendió por el camposanto como el rugido atronador de Satanás y sus legiones de príncipes. Un arcángel soltó los grilletes del infierno, y se liberaron males en raudales cáusticos que hicieron tambalear los diminutos templos y estremecieron los árboles. El chillido ensordecedor cayó como la marea embravecida sobre un arrecife... y la sal se evaporó en densas nubes violáceas. Una electricidad le erizó los cabellos. La doble energía negativa se intensificó con un chisporroteo, y un perfume de naranjos se arremolinó en vendavales de niebla y espesura.
La ventisca que sopló fue tan fuerte que Sam cerró los ojos por la polvareda, y vio desfallecer cada una de las velas que rodeaban a Andrea. El círculo de sal se deshizo con el resoplar de fuerzas oscuras... y la última vela, que reposaba en las manos de la bruja, se extinguió con un suspiro. Una tenue penumbra cayó sobre ellos, y la Estrige fue desdibujada por hilos de plata y luceros.
María abrió la boca, temblando de pavor con el rosario estrujado. Ana se desmayó con una convulsión... El Hechizo de Inversión falló, y la Estrige se retorcía, dominada por fuerzas tenebrosas y Esferas de comprensión esquivas a nuestra voluntad. Levantó sus zarpas y se lanzó a Andrea con un grito agudo y estremecedor... y se encogió ante la explosión de un huevo de dragón. La esfera de pirotecnia envuelta en papel lustroso brilló con la mecha encendida, y detonó frente a la Estrige con un estallido de luz.
Andrea resbaló al levantarse y cayó de pecho, y Sam volvió a lanzar otro huevo de dragón con el mechero encendido. Falló por mucho, lanzando muy fuerte el huevo verdoso, que explotó en los matorrales. Vio sobre su hombro como María auxiliaba a la desvanecida Ana, reposando su cabeza en su regazo mientras intentaba despertarla... Y Andrea seguía turbada.
—No entiendo—gimoteó, con los ojos como platos—. El hechizo debió funcionar... La polaridad y la energía... El Sello de Salomón... Los Sigilos...
Sam encendió un petardo, y lo lanzó cuando las chispas saltaron... El explosivo trazó un arco y dio en los pies de la Estrige con un estallido más luminoso que sonoro. Miró a las chicas indefensas, y maldijo por lo bajo antes de arrancarse el medallón del cuello y lanzárselo a Andrea. El relicario golpeó a la chica en la frente, esto la hizo recapacitar.
—¡Dibuja un círculo de sal en torno a ustedes tres! —Gritó, creyendo que eso podría salvarlas—. ¡Sálvanos, Andrea!
La chica tembló, y se levantó como una autómata. Se agachó junto a María y con su tarro de sal dibujó un círculo protector... Esto lo hizo maquinalmente, llevada por un impulso de supervivencia grabado en el instinto y en las células. Por supuesto, ese «sálvanos», era proteger a los que pudiera mientras Sam...
La Estrige dejó escapar un chillido y saltó a él como un mono gritón, pudo percibir el olor nauseabundo del cordón umbilical al rozarle cerca de la cara. Levantó el bate, que estalló en cientos de astillas al ser atrapado por las mandíbulas del ser... Sam contuvo las horcadas, con el largo de sus brazos impidiendo que los zarpazos le abriesen las carnes. Tomó impulso y empujó aquel necrófago putrefacto con las fuerzas de sus piernas en un debate de embestida. No pesaba mucho, pero le costó un esfuerzo sobrehumano empujar aquel ser más allá de los matorrales y...
—¡Samuel!
El frío vacío de la noche lo abrazó con espinas y piedras, al rodar por la caída arenosa de un precipicio escondido por la colina. Un mordisco en la cabeza lo aturdió, y dio cuatro vueltas sobre arbustos y tocones asentados en la arenisca de esa montaña que se deshacía. Los chillidos del monstruo delataron que sufrió impactos similares en su descenso, hasta que se separaron en un aterrizaje polvoriento y abrupto. Sam intentó no desmayarse, sintiendo la cabeza caliente y pegoteada de sangre. Perdió el bate, pero el bolso en parte amortiguó los golpes... Sus miembros estaban entumecidos, pero el rumor de los arbustos cercanos le asustaron tanto que se levantó, bañado en sudor y tierra.
Había caído de un precipicio considerable, y la escalada en la oscuridad por la tierra arenosa era imposible. Miró a su alrededor y un paisaje de robustas coníferas, espesos zarzales y montículos tapizados de hojas muertas... se desdibujó como un caleidoscopio de fatiga y somnolencia. La luna prestaba suficiente iluminación, pero se sentía perdido en medio de un bosque siniestro. El yesquero aún encendía, seguía aferrada a su mano cubierta de espinas... y sentía una de las rodillas lastimadas. Se tocó la parte superior de la cabeza, y notó que sangraba abundantemente... también tenía un corte en la pantorrilla que se provocó con un tronco, y los antebrazos llenos de cortes y espinas.
Se colocó el bolso en el estómago, y abrió el primer cierre para extraer varios de los cohetes en varillas... Uno se rompió y esparció la pólvora en el interior de la alforja. Escuchó el restallido de un arbusto, y el estremecer de una enramada... Vio una forma sinuosa y esquelética que rectaba en la penumbra, levantó el cohete y encendió la mecha.
El silbido lo sobresaltó, y escuchó un chillido ante el despliegue de fuegos fatuos y cegadores.
—¡Aquí! —Gritó a todo pulmón.
Echó a correr, sintiendo aquel nauseabundo olor detrás suyo, saltando sobre las ramas como un simio rabioso intentando abalanzarse. No supo cuánto corrió, pero la luna se escondió detrás de una montaña y las cigarras zumbaron al ralear de la ventisca. Se escondió bajo la sombra de un árbol carnoso de ramas bajas, que lo escondía en su interior como una comadreja. ¿Estaba bañado en sangre? No podía saberlo, no hubiera podido distinguir las formas de su cuerpo ni aunque tuviera la mano frente a la cara. Lo único que escuchaba era el crujido de las hojas y las ramas...
Tenía que reventarle la cabeza. Vivo o muerto... no se movería sin cabeza. Había pensado en quemarlo, pero la gasolina era muy cara y difícil de manejar. Se decidió pues, cogiendo un cohete y buscando la mecha con los dedos... Podía entrever la imagen de la Estrige ante sus ojos como un ser nocturno, estiró la mecha con los dedos y...
El cohete salió disparado a la oscuridad. Sam se sobresaltó, y escuchó un chillido que se aproximaba como una bola de violencia... El demoníaco engendro penetró en su escondrijo, y se sobresaltó de espanto... y sus manos desprendieron una incandescencia rojiza. El chillido se deshizo con un reguero de chispas carmesí. La pólvora del morral se encendió de súbito. Sam se arrancó el bolso del pecho y lo lanzó lejos del árbol carnoso de ramas protectoras, sofocado por el calor... Lo siguió un estallido de luces cerúleas, rosáceas y doradas con un resplandor cegador y una tormenta ensordecedora. Uno de los cohetes subió al cielo y reventó con una escaramuza de chispas verdosas... Los petardos estallaron como una ametralladora.
Luego, subió un silencio aterrador, un vacío de sonido donde solo podía sondear los latidos de su corazón y los estertores de sus jadeos deshilvanados. El hedor a pólvora y fósforo confundió los aromas, y el resplandor cegó sus rutinas. Sus oídos aún zumbaban cuando el horrendo chiquillo de piel chamuscada se lanzó a su cuerpo en una vorágine de horror. Sam gritó, sintiendo zarpazos rasgar la tela de su espalda... sintió un latigazo de dolor y se giró con la mano extendida. Fue entonces cuando escuchó un sonido de succión, y una vibración flotó en la oscuridad... Se desprendió una forma de energía cinética de su brazo con un escalofrío y empujó a la Estrige fuera del árbol de ramas caídas.
Se arrastró, con la espalda ardiendo de dolor y un sabor ferroso en la boca... y una mandíbula atestada de colmillos se cerró en su zapato. Intentó patear y unas garras se afincaron a su pantorrilla, destrozando el calzado a dentelladas. Sam gritó, y una elefantina forma negra se abalanzó sobre el aborto maldito como una sombra del anochecer. Escuchó un chillido aniñado, seguido de bufidos caninos y ladridos ásperos... Aquella silueta parda y gigantesca atrapó a la Estrige con su hocico por la nuca, y lo arrancó del árbol en un vórtice de oscuridad, pelaje, zarpazos y quejidos inhumanos. No podía ver nada, la sangre le cubrió los ojos... Lo último que escuchó fue un grito de dolor, como el de un recién nacido, que se perdía en la distancia.
Sam buscó instintivamente el árbol, fatigado y ensangrentado... Llorando de dolor y con un agudo ardor subiendo por su pierna derecha. No podía hacer movimientos bruscos porque se pasmada de dolor, y la cabeza le daba vueltas. No logró conseguirse de pie y se recostó contra el tronco, sin importar las culebras o las hormigas de aquella selva. Estaba muy frío, y embotado... Se adormecía por momentos, cubierto de sangre tibia.
La silueta que entró bajo el amparo del árbol lo escudriñó con ojos amarillos y brillantes, era un ser cuadrúpedo cubierto de pelaje pardo... Una de sus patas cojeaba y estaba cubierto de arañazos sangrantes y mordidas. Se acercó a Sam, el doble de alto que él, con la cabeza baja... Lo olisqueó, y le lamió la sangre del rostro con su áspera lengua.
Los lengüetazos se sintieron como besos cálidos, y sin darse cuenta, cayó dormido como un plomo. Abrió los ojos en la oscuridad, y detalló una forma familiar que se desdibujaba en las tinieblas.
—Dormiste cuatro horas—dijo un joven, lo conocía... Pero el aturdimiento le impedía recordar—. Mi saliva posee potentes coagulantes, y tu sangre me ayudó a reponer mis heridas—extendió el brazo, el mismo que el lobizon tenía mutilado; curado y sin cicatrices—. Es muy dulce... Hacía semanas que no comía carne roja. Los granos no son una fuente eficiente de hierro, y en los bosques escasean animales. Además, no soy de comer carne cruda, ni siquiera cegado por la transformación.
Abrió la boca para hablar, y sintió la garganta adolorida.
—¿Las chicas?
—Fui con ellas—dijo el joven, con voz serena—. Vieron al lobizon, pero no temieron... Preguntaron por ti, y con afirmación les hice entender que estabas bien. Era peligroso tenerlas acá, los espíritus inmundos abundan y son más peligrosos que ese niño muerto. Se fueron cuando su amiga despertó y las seguí con la mirada mientras salían de esta tierra maldita.
—No es un niño...
—Vi tus fuegos artificiales y corrí, temiendo lo peor. Intenté matarlo, pero es demasiado impredecible, y... creo que soy incapaz de arrebatar una vida.
—¿Cuánto falta para el amanecer?
—Está amaneciendo, por eso todo está tan oscuro.
Era cierto, el cielo se tornaba púrpura a medida que se acercaba el amanecer. Sam se forzó a levantarse y salió del árbol, entumecido por el dolor. Caminó despacio en dirección al camposanto que se alzaba desde el precipicio donde cayó. Si se apresuraba, llegaría antes del amanecer. Intentaría bordear la colina por un camino sinuoso poblado de matorrales, el camino sería más largo, pero era más seguro que escalar la tierra floja del despeñadero. Una mano lo ayudó a mantenerse de pie, y el crepúsculo cayó sobre el rostro moreno del achaparrado Nelson Arciniega.
—¿Qué haces?
—Debemos impedir que regrese a la tumba—dijo, cansado—. El sol destruirá la maldición que le da vida.
—Bien.
Intentaron apresurar la marcha, subiendo por tumultos o bordeando depresiones en el paisaje accidentado. Nelson iba semidesnudo, los retazos de la vieja ropa que llevaba le daban el aspecto de un indigente... Descalzo, le costó atravesar los zarzales. No habló de su transformación, y cuando estaban llegando al cementerio, vieron que el cielo empezaba a clarear... Apuraron el paso, pero el ascenso se le dificultó por sus piernas adoloridas. Temieron no llegar a tiempo, pero sufrieron un desconcierto al encontrar a Andrea Túnez estableciendo un dominio contra la Estrige.
La chica estaba de pie sobre la hendija, e invocada una zona de dominio para doblegar al monstruo. Se lo veía cansada, al borde del desmayo... Rociaba a la Estrige con sal y repetía en voz baja una sarta de plegarias en conmemoración a fuerzas metafísicas.
—Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas...
La Estrige se debatía: quería desfigurar el rostro de la muchacha, pero una fuerza cabal se lo impedía; una afluencia de energía positiva la sometía, incapaz a su vez de destruirla... Andrea lanzó el último puñado de sal y soltó una carcajada.
—¡Ya amaneció, engendro! ¡Nadie puede vender a la Gran Bruja de Montenegro!
La Estrige se torció al ser bañada por la fragancia del amanecer, y miró a la chica con la boca abierta... Se convirtió en piedra, y se deshizo en una montaña de cenizas.
—¿Te gusto eso, Samuel?
Andrea levantó el pulgar, sonrió, y cayó desmayada por la fatiga.

Sol de MedianocheWhere stories live. Discover now