3. Apertura

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—Bien, ya es suficiente por esta noche, Harry —determinó el director de Hogwarts volviendo a su silla.

La mirada de Harry siguió durante otro minuto fija en el pensadero, la clase con Dumbledore resultó ser más instructiva de lo que esperaba, al menos el director había decidido que era el momento de empezar a contarle la forma en que se podría derrotar a Voldemort. Porque si bien sólo se sumergieron en recuerdos del pasado, Harry comprende la importancia de conocer la historia de tus enemigos, de nada sirve dar golpes si estos hacen daño, en el segundo en que decida atacar debe garantizar que no habrá errores, que será un golpe certero.

—Sí, señor. —Harry se aseguró de mantener su actuación, que su semblante mostrará incertidumbre, como si no viera el sentido de la clase, un poco de parecer estúpido-, Señor ¿Es importante saber todo esto acerca del pasado de Voldemort?

—Muy importante, diría yo —respondió el anciano brindando una sonrisa tranquila.

—Y ¿tiene algo que ver con la profecía?

El tema de la profecía, el punto de inflexión de su existencia, las palabras que destruyeron un posible futuro feliz. Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida, bueno, el mensaje no dejaba espacio para la duda y Harry no planeaba ser quien muriera.

—Sí, tiene mucho que ver con la profecía.

—Vale —dijo Harry, disimulando su molestia antes las comunes respuestas vagas del director

—Harry tendrás que disculpar mi curiosidad, pero si me permites preguntar ¿Qué ha pasado con el joven Malfoy?

—Como me indicó estoy evitando las peleas y cualquier situación en la que se acerque a mí.

—Es lo mejor Harry, no sabemos a qué métodos pueda recurrir para cumplir su misión.

— ¿Cree que Malfoy sea un mortifago?

—No lo sé Harry.

El azabache asintió a las palabras, por supuesto sin confiar en ninguna de ellas. Dumbledore sabía la verdad, la respuesta exacta dado que Snape era su espía, el director les contó a él, Ron y Hermione la misión de Draco, a los últimos para que cuidarán de Harry, lo cual en su opinión es ridículo. Y hablando de sus amigos, hay que mantener la fachada de la plena confianza en ellos.

—Señor, ¿puedo contarles a Ron y Hermione lo que usted me ha explicado?

—Sí, creo que el señor Weasley y la señorita Granger han demostrado ser dignos de confianza. Pero, Harry, pídeles que guarden el secreto escrupulosamente. No es conveniente que se sepa lo que yo sé, o sospecho, acerca de los secretos de Voldemort.

—De acuerdo, señor. Me aseguraré de que ninguno de los dos hable con nadie de esta historia. Buenas noches.

Al dirigirse hacia la puerta, un detalle llamó su atención. Encima de una de las mesitas abarrotadas de instrumentos de plata había un feo anillo de oro con una gran piedra, negra y hendida, engastada.

—Señor —dijo—, este anillo ¿no es no es el mismo que Sorvolo Gaunt le enseñó a Ogden?

—Cierto, lo es —afirmó Dumbledore asintiendo con la cabeza.

—Pero ¿cómo es que? ¿Siempre lo ha tenido usted?

—No; lo adquirí hace poco. Unos días antes de ir a recogerte a casa de tus tíos. Ahora es demasiado tarde, Harry, ya oirás esa historia en otra ocasión. Buenas noches.

—Buenas noches, señor —Harry salió de la oficina del director pensando en la información obtenida y la manera de darle provecho.

Al caminar los pasillos se encontraban en absoluta soledad, su única compañía siendo los susurros de los retratos, era sumamente extraño, así que tomó el mapa con intenciones de comprobar su alrededor, no quería cruzarse con los miembros de la orden o los profesores que custodiaban el castillo. Esa parte del colegio carecía de guardias, lo cual significaba que Dumbledore estaba confiado en su poder o estaba loco.

La Orden RealOnde histórias criam vida. Descubra agora