Prólogo

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Del amor prohibido nacerá el hijo de la tierra que unirá el norte, el este y el oeste, con la sangre de los dioses y el alma de un guerrero, derrotará a la calamidad con corona de oro y espinas de plata.

Arekim Zen.

El clima lluvioso y tormentoso no dejaba de azotar a la tierra de la magia, haciendo imposible pasar por los caminos que no tenían piedras como base. Eso preocupaba en demasía a todos los habitantes, a aquellos que vivían de la agricultura y ponían toda su esperanza en sus cultivos. Las cosechas se habían fortalecido en un principio, los campos resaltaban de color verde y la frescura les empapaba el rostro, pero tanta abundancia era algo que los perjudicaría tarde o temprano.

Las lágrimas del cielo eran la representación de la tristeza de los tiempos en los que se encontraban, el gris teñía cada rincón, adueñándose de los corazones qué lo contemplaban.

Decenas de hijos de Zuxhill habían muerto debido a las tormentas eléctricas, unos alcanzados mientras cabalgaban por los imponentes rayos qué hacían retumbar el suelo y estremecer los hogares. Otros más por hipotermia, al encontrarse en viviendas qué no soportaban el frío y por la falta de comida, ya que su abastecimiento se había detenido por las condiciones y la poca facilidad que tenían para moverse. Todo era un terrible caos.

Algunos decían que se trataba de un castigo de los dioses del reino de las almas, los poderosos y justos qué observaban con ojos críticos las acciones de los mortales, pues su hija más querida había sido asesinada en las tierras mágicas, de la peor manera y sin que pudieran defenderla. En un ataque cargado de alevosía. Había también quienes culpaban a la princesa Surem por su desdicha, especialmente los de su nación. Argumentaban que su impureza era la que atraía su ira, que ellos serían quienes se encontraban pagando por haber amado a una pecadora.

La comida era algo que tardaba en llegar a las grandes ciudades, quedándose atorada en los caminos y pudriéndose por la humedad, todo lo opuesto a las habladurías y los chismes que se propagaron por todo el continente como un viento descomunal comunicador de desolación, llenando así a las mentes inciertas y desconcertadas de los sureños que no hacían más que lamentarse e incrementar su difusión.

La deshonra de la princesa Fargo fue y siguió siendo una conversación frecuente entre las personas. Susurraban frases despectivas y escupían al suelo luego de mencionar a la antes llamada el Corazón de Danae, la favorita de los reyes y la más hermosa flor nacida en el sur. Solo los que habían sido bendecidos por su calidez y bondad optaba por defenderla, mostrándose decepcionados por la ingratitud e hipocresía de los que la adularon en vida y que ahora la traicionaban al maldecirla. Pese a que gran parte de la población se regía y se dejaba llevar por las creencias y se contenía por temor a la orden de sacerdotes, no podían evitar pensar que ella no merecía ser odiada por haberse equivocado. Sin embargo, en lo que coincidía la mayoría era en dirigir su odio hacia el príncipe Surem, el joven pelirrojo que alguna vez había tenido el mundo a sus pies, el osado que había enfrentado las leyes por una mala mujer. Le apodaban "Merus, el traidor de sangre".

El significado detrás del apodo era simple y las personas no dudaron en estar de acuerdo con que era el mejor para referirse a él.  Se trataba de su casa, la palabra Surem al revés, tal como pensaban que era el corazón de dicho príncipe, un hombre que les había dado una falsa cara y que aquel mal comportamiento que mostraba cada vez que se embriagaba era su verdadero ser. Durante siglos la casa Surem fue admirada por su gran bondad y misericordia, así como también por sus habilidades en la medicina y la curación, totalmente opuesta a lo que su heredero había resultado. No se tenía rastro de él, pero esperaban que pagara por sus crímenes tanto en vida como en lo que venía después de la muerte.

Vientos de fuego y cenizas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora