Capítulo 21

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...Poco a poco, pasa el tiempo, corazón roto. Todo lo que quiero es hundirme en tu mirada. Baby, no te rayes, es cosa mía. Aunque quiera, no te digo nada. Daría lo que fuera por decirte que me dejes en paz. Si me miras de esa forma, es imposible...

🪐

Quieta, con los brazos cruzados y la mirada bajada. Había cruzado el umbral que separaba el salón del balcón. La brisa nocturna me azotaba con suavidad mientras mi silencio me estuvo matando. Con los auriculares puestos escuchaba la versión acústica de Mwah :3 de Rusowsky. No sé que hora era, pero era demasiado tarde. Los nervios me corrompían por dentro, ese sentimiento de calma y desasosiego desapareció. Una noche más sin dormir, una noche más donde los sueños decidieron no emerger. Sentí un escalofrío invadir mi cuerpo al pensar en lo que acabaría sucediendo esa misma mañana, cuando el sol estuviera firme en el cielo y cuando yo estuviera delante de los de segundo de bachillerato examinándolos de un maldito comentario de texto. Mi libro, mi segundo libro estaba a punto de salir al mercado, quedaban horas para que pudiera respirar tranquila al comprobar que todo había salido tal cual lo planeamos. Todo sería idílico, pero lo cierto fue que no lo esperábamos así. Misho esa misma mañana, bien temprano se iría de Barcelona, Miki tuvo una recaída bastante severa y lo tuvieron que ingresar en el hospital. El búlgaro apenas me hablaba, fue como si aquella noticia le hubiera arrebatado la voz. Estaba ausente, demasiado quizás, mira que tuvimos tiempo para mentalizados, pero nos plantamos a finales de noviembre con la incertidumbre de saber que iba a pasar.

Aquel viaje a Egipto nos vino muy bien a los tres, él estaba feliz porque iban a probar un tratamiento e intentar alargar todo lo posible su partida ralentizando la enfermedad. En un principio pareció funcionar, pero fue cuestión de tiempo que todo empeorara. Un mes más tarde nos encontrábamos en aquella tesitura, Miki en el hospital y Misho y yo a base de pastillas e infusiones para mantener la calma. A él si le funcionaban, a mí sin embargo no.

Sentí unos brazos rodear mi cuerpo, su aliento en mi cuello hizo que todo mi ser reaccionase al instante. Besó mi mejilla y me abrazó fuerte. Cerré los ojos al sentir su presencia, sentí esa calidez que siempre me proporcionó aún estando enfadados. El poder que tenían sus brazos para reconfortarme en los momentos más delicados fue inexplicable. Que me abrazara en aquel momento me llenó, nunca fui de pedirle afecto, me gustaba cuando nacía de él, así fue la mayor parte del tiempo. A diferencia de mí, a él nunca le importó mostrar cariño, puede que expresándose con la palabras no fuera bueno, pero con sus actos y sus muestras de cariño me lo dijo todo. Yo siempre fui más reacia, me gustaba abrazar, pero en su justa medida. Me agobiaba y mucho el contacto físico, cuando alguien me tocaba automáticamente mi cuerpo se tensaba. No le gustaba que me agobiaran, siempre mantuve las distancias y aunque le estuviera muriendo por dentro, era muy difícil que me saliera pedir una sola muestra de cariño.

Me quité los auriculares y dejé escapar un largo suspiro.

— ¿No puedes dormir? —dijo para acto seguido volver a darme un beso en la mejilla.

— Me está costando horrores y eso que llevo en el cuerpo todo tipo de tranquilizantes —me tapé la cara con las manos y de nuevo dejé escapar un largo suspiro.

— No es bueno abusar —me advirtió.

— Lo sé —giré un poco la cabeza para mirarlo —. Todo lo que llevo son infusiones y unas pastillas con melatonina para poder dormir.

— Anda, vamos a la habitación y que te vas a congelar —me colocó bien la manta sobre los hombros y acepté su propuesta por mucho que me apeteciera quedarme allí admirando la noche.

Cúrame ▪︎ MISHO AMOLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora