26 | Eres mi perdición, Jones

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Karina

—¿Qué fue lo que pasó, Karina? —preguntó mi padre—¿Qué te hizo?

No sabía cómo reaccionar; mi padre podía llegar a ser muy violento cuando se trataba de mi madre o de mí. No sabía si decirle la verdad o inventar algo. Aunque estuviera muy enojada con Marcís, lo seguía amando y no quería que le pasara nada malo.

—Nada, papá.

—¡QUE ME DIGAS QUE MIERDA TE PASA! ¡LA GENTE NO LLORA POR NADA, KARINA RUSSO!

—¡No me grites, papá!

—¡Entonces dime qué te pasa, si no quieres que siga gritando!

—Vi a Marcís y a una chica besándose. Él inventó una excusa tonta. Dijo que ella lo había besado sin haber querido, pero no le creo.

—No es por defender a Mar, pero puede ser verdad. Él te ama demasiado y lo sabes. Haría cualquier cosa por ti, Karina —suspiró—. ¿Quién era esa chica?

—Su exnovia, papá.

—¿No te parece muy extraño? A veces las ex quieren arruinar las relaciones actuales. Me pasó algo similar con tu mamá.

—¿De verdad?

—Sí, amor. Mi ex le hizo creer que la había engañado con ella. Es algo bastante común, creo. A las personas les encanta ver a las otras.

—No lo sé, papá.

—¿Y si le das otra oportunidad a Marcís? Es un buen chico y de esos hay pocos. Tienes el gran ejemplo de tu ex.

—No hables de él, papá. Nunca supimos por qué se drogaba.

—La gente se droga por diversión. Solo se le fue la mano al maldito ese. Los drogadictos no tienen problemas, solo es una excusa.

—¡Cállate, papá! ¡Déjalo descansar en paz! ¡Lo quiero, aunque la vida me lo haya quitado!

Mi padre no podía soportar que le faltara el respeto a una persona que yo había amado tanto. A una persona que sufría constantemente porque él no se drogaba por gusto, lo hacía porque era la única forma de alejarse de sus problemas.

Mi padre podía ser un buen hombre en algunas ocasiones, pero en otras era una persona un poco cruel. Puedo entenderlo un poco porque es de una época diferente a la nuestra, pero está muy equivocado respecto a este tema. Yo misma sé todos los problemas con los que cargaba mi exnovio: la muerte de su abuela fue la gota que derramó el vaso y lo llevó a este mundo de las drogas.

Como ya no soportaba los comentarios de mi padre, abrí la puerta del coche y me lancé. Me lastimé bastante los codos y los brazos debido a que di varias vueltas por la carretera, pero esto no me impidió pararme y comenzar a correr. Quería huir de mi padre.

Luego de correr por varias calles, entré a un pequeño café que permanecía abierto y al llegar a la barra ordené un americano pequeño.

—Aquí tiene, señorita —exclamó el joven barista entregando mi americano—. Que lo disfrute —sonrió.

—Gracias —le devolví la sonrisa, pero la mía era triste y la de él feliz.

—¿Está bien, señorita? —se acercó a la barra nuevamente.

—No.

Y sí, soy estudiante de psicología, pero al parecer mis conocimientos no servían para mí misma. Estaba tan destrozada que no podía controlar mis sentimientos.

Comencé a llorar enfrente del pobre chico que dejó su puesto para intentar consolarme.

—¿Qué tiene? ¿Por qué llora? —preguntó el chico con la misma hermosa sonrisa.

Quizá contarle era una buena manera de sentirme mejor, así que lo hice.

—Qué horrible, señorita —suspiró.

—Puedes decirme Karina.

—Vale, Karina —dijo acomodándose un pequeño mechón de su largo cabello. Me recordaba a Marcís.

—Mi nov... —me di cuenta de lo que iba a decir y me corregí—: mi exnovio tenía tú mismo corte de cabello, pero en rubio. No sabes lo mucho que lo amo, porque lo sigo haciendo.

—Es normal, Karina. A mí me costó superar a mi exnovia. Es un proceso difícil, pero se puede.

—No quiero superarlo. Me gustaría que nada de esto hubiera pasado e intentar arreglar las cosas, pero creo que todavía no estoy preparada para ello.

El chico puso una cara de confusión. En este momento amo a Marcís y a la vez lo odio; cualquiera que me estuviera escuchando estaría confundido.

—Es normal, señorita.

—La verdad no sé de qué me sirve estudiar psicología si no sé ayudarme a mí misma.

—Ay, señorita. Me gustaría poder ayudarla.

En ese momento la campana del café sonó y al instante sentí a alguien respirándome encima; me giré y lo vi. Era mi padre.

—Ho-hola, padre —mi voz sonó nerviosa. Creo que hoy iban a regañarme.

—Nos vamos, Karina Russo.

—No he pagado.

Él sacó un billete de 50 dólares y lo lanzó en la barra.

—Ya está pagado, nos vamos —me tomó de la mano y obligó a caminar. Todo el lugar se quedó viéndonos.

—¡Señor, le sobra este dinero! —gritó el joven barista desde la barra.

Mi padre no volteó.

Nos subimos al coche y tomamos rumbo hacia mi casa. Los regaños comenzaron de inmediato y no pararon hasta que llegamos a casa.

Al llegar, corrí hacia mi habitación, saqué el móvil y le escribí a Marcís.

Karina: Ve por tus cosas mañana al departamento. No quiero verlas la próxima vez que vaya. Hazlo rápido porque quizá cuando vayas no puedas entrar.

Después de enviarle ese mensaje, bloqueé su número.

—Adiós, Jones. Acabas de perder a tu leona —me dije a mí misma.

Una parte de mí quería que se fuera de mi vida para siempre y otra, quería que volviera a suplicar de rodillas mi perdón.

Bajo las Luces del Club: Luces 1 ©Where stories live. Discover now