Capítulo: 019 - No quiero que el mundo te dañe..., pero ya es muy tarde para eso

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Una fría brisa traspasó las traslúcidas cortinas de su habitación, chocando con su nuca y generándole un repentino cosquilleo

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Una fría brisa traspasó las traslúcidas cortinas de su habitación, chocando con su nuca y generándole un repentino cosquilleo. Mismo sentir que le guió a voltear la cabeza hacia su causante.

De inmediato, su cuerpo fue invadido por un sentimiento de rotunda estupidez: otra vez había olvidado cerrar la ventana. Al mismo tiempo en que terminaba de abrocharse los múltiples botones de su chaleco, distraído, Alexis caminó hacia esta y extendió su mano con la intención de cerrarla, sin antes echarle una vaga mirada a la resplandeciente y redonda luna que tomaba protagonismo en aquella tranquila noche de otoño.

Grande fue su sorpresa cuando, su brazo, chocó accidentalmente con cierta pila de libros acoplados sobre el escritorio enfrentado al ventanal. Este mismo era ahora enterrado por variedad de pergaminos, tareas y cuadernos, haciendo su presencia casi indivisible.

Con un prominente: «¡PUM!», la inestable montaña de escritos fue derribada, estrellándose limpiamente contra el suelo.

El joven príncipe tardó unos cuantos segundos en reaccionar, observando, perplejo, cómo la cantidad de valiosos manuscritos y polvorientos objetos que había acumulado se caían así sin más. Pronto, esa perplejidad se transformó en un patente horror.

¡Diablos!, maldijo en sus adentros, apresurándose en rescatar todo ese revuelto de antiquísimos libros que había sacado de la biblioteca del palacio. Más específicamente de aquella sección prohibida que se mal acostumbró a visitar. Era sencillo: como nadie que significase un gran riesgo tendía a pisar su habitación, él tampoco se preocupaba en esconder tal cantidad de contenido; en consecuencia, tampoco poseía un buen lugar para resguardarlos y así se irían acumulando en su querido escritorio.

Alexis suspiró, cargando en sus brazos todo cuanto pudo sostener y dejándolo por el momento encima del terciopelo de su cama. Fue cuando regresó para ver si aún quedaba algo que su vista se cruzó con cierto cuaderno de singular y estropeada cubierta.

Su cuerpo se quedó inmóvil. Sus ojos, sorprendidos, nostálgicos y lastimosos, reflejaron esa vieja libreta de cuero que tantos años había compartido con él. Que tantos desesperos había almacenado en sus gastadas y amarillentas hojas; cuántas alegrías; cuántas tristezas y confusiones... Casi pudo sentir cómo su corazón se detenía. Cómo sus sentidos se desvanecían al, similar a un autómata, agacharse para tomar aquel rastro del pasado que había permanecido escondido entre el descontrol de papel y tareas.

Su pecho subió y bajó en un suspiro, presenciando el objeto en sus manos como si se tratase de la más exquisita de las extrañezas. Sus iluminados iris transparentaron la emoción de la niñez que hasta ahora se había mantenido oculta. Incluso pudo sentir que en un pestañeo se transportaba a esos años tan recónditos, tan conocidos para él.

El deseo fue más fuerte que la razón, y el Cordero acabó por abrir ese baúl estrafalario de sueños roídos, carcomidos por crueles y secas palabras que acabaron con la ilusión, con su ilusión.

El Cordero de Ojos AmarillosWhere stories live. Discover now