—Para mí también. Estaba harto de todo.

Alzó una mano y cubrió el Sol con los dedos, el cigarrillo en la boca. Marcas de hematomas perfectamente circulares se dibujaban en uno de sus antebrazos; las costras de los nudillos de su mano derecha ya habían empezado a caer, dejando manchas rosadas. Un agarre demasiado fuerte, un puñetazo a la mandíbula.

Toji estaba cansado. Siempre lo había estado. No recordaba un sólo momento de su infancia donde no hubiera estado enfadado o asustado. A los quince años, después de que su padre entró en la cárcel —por un robo a mano armada, no por maltrato doméstico hacia sus dos hijos y su esposa—, su madre había comenzado a trabajar todos los días, desde muy temprano hasta muy tarde.

En realidad, siempre había estado solo, desde mucho antes de aquello. Nunca había tenido una relación fraternal con su hermano, quien solía irse de casa para evitar que su padre lo pegara, ni una relación maternal con su madre. A veces se preguntaba sinceramente si quería o no a su madre, porque ella no había merecido nada de lo que ocurría, pero luego recordaba la vez en la que ella le propinó un par de golpes demasiado fuertes por levantarse tarde para ir a la escuela, y el rencor regresaba.

Meses después de que su padre entrara en prisión, su madre había empezado a salir con hombres de muy diversa índole. Relaciones extremadamente cortas e intensas con tipos asquerosos. Toji se había peleado con todos y cada uno de ellos, porque eran unos cretinos hijos de puta, y en respuesta una vez le habían roto un brazo.

Todos los adultos en su vida se habían comportado como la mierda con él.

Al menos había hecho amigos en la escuela, gente con la que podía olvidar el resto de cosas, pero definitivamente no buenas influencias. Si lo pensaba bien, era comprensible que nadie normal quisiera juntarse con un tipo como él. En parte lo agradecía, la mayoría de personas le parecían estúpidas.

Durante los primeros años de secundaria, se había juntado con tipos mayores que él que lo habían acogido como uno más. Chicos que habían salido de ambientes parecidos al suyo, y con los que acababa a las tres de la mañana peleándose con otros gilipollas en un callejón. No le trajeron nada bueno.

En aquel momento sólo tenía un par de amigos con los que salía a fumar en el instituto. Luego, estaba Satoru.

Así que Toji estaba harto. Harto de pelearse con gente constantemente, de darse cuenta de que él tampoco tenía planes para el futuro. Sólo estaba sobreviviendo, pasando el día a día, esperando que el siguiente fuera mejor. Era lo que le quedaba a la gente como él.

Escuchó a Satoru abrir la mochila y apagó el cigarro en la hierba. Se incorporó y se sentó, sacudiéndose la camiseta para librarse de hierba y tierra. El tiempo se había vuelto más fresco, una fina brisa les revolvía el pelo.

—Toma —Satoru le tendió una lata de refresco. Se había descalzado para dejar al aire la herida de su pie —. Creo que se ha calentado un poco con la caminata, perdón.

—No pasa nada.

Comieron en silencio, frente al fin del mundo. El horizonte no tardó en teñirse de colores explosivos, naranjas y rojos intensos que se devoraban unos a otros sobre el mar. 

Miró a Satoru. El chico admiraba el atardecer como si nunca hubiera visto uno. A través de sus gafas, sus ojos eran el mar donde moría el Sol, cayendo al abismo azul de sus iris, hundiéndose como un buque herido que se rendía tras años buscando una costa donde encallar. 

Labios pálidos entreabiertos, suspiraba y la acuarela del cielo se reflejaba en su piel al tiempo que una lágrima se deslizaba por su mejilla. 

—Es precioso —musitó Satoru. Su expresión se contrajo en dolor, como si le hubieran apuñalado en el corazón. 

Cold, cold, cold || TojiSatoWhere stories live. Discover now