— Perfecto —dije al ver que no tenía intención de hablar, apreté los labios reprimiendo la furia —, me ducho y me voy.

Me levanté de aquel sofá de cuero y me encerré en el baño. Percibí cómo él quiso decirme algo, pero ignoré cualquier acto que pudiera hacerme cambiar de opinión. La noche anterior fue de ensueño, estuvimos toda la noche en su cama, besándonos y dejándonos llevar. Me olvidé por un momento de toda mi vida, me olvidé de todo lo que me rodeaba y rememorando viejos tiempos, me dejé llevar. Con él todo fluía, con él todo era pasión, la lujuria me embrujó hasta el punto de hacerme perder la razón. Sentí que dentro aquella burbuja solo estábamos él y yo, pero como todos los cuentos imaginarios cuando despiertas la hostia es tremenda y a mí me bastó un segundo para entender que lo que ocurrió en un momento de debilidad fue un pecado más que añadir a la lista.

Abrí el grifo y esperé a que el agua se calentara, me quité su camiseta y me metí dentro. Dejé que el agua cayera por mi cuerpo, intentando relajar cada músculo que se tensó en un momento en el que solo quise gritar. Huir sería fácil, no volver, huir lejos de allí, irme fuera de España quizás, empezar de cero a pesar de que odiaba los comienzos. Me replanteé tantas veces desaparecer del mapa que nunca me atreví por miedo a perder a los míos. Siempre fui partidaria de quedarme con lo mío ante el miedo a lo desconocido, pero hubo tanto dolor de por medio que por un momento quise cambiar todo. Pensé que igual empezar de cero sería mi única solución, pero por mucho que me alejara siempre había algo que me ataba a él.

Me duché rápido, intentando minimizar el tiempo y salir de aquel piso lo antes posible. Sus motivos tendría, pero ya estaba cansada de sus faltas de respeto, de como me hacía sentir y sobre todo, de todas las humillaciones a las que estaba sometida. Quise pensar que la culpa fue mía, que lo mío con Álvaro le afectó, pero realmente no podía justificar cada acto suyo con lo que yo hacía. Porque yo a él no le debía nada, es más, me arriesgué por él aun sabiendo que estaba perdiendo todo.

Salí de la ducha y me sequé con una toalla. Me puse unos boxers suyos y me vestí con la misma ropa que llevé el día anterior. Un body negro de palabra de honor y unos pantalones flare del mismo color. Me retiré la humedad del pelo y me lo peiné para acto seguido hacerme una trenza de raíz. Me puse un poco de vaselina en los labios y tras meter la ropa sucia en el cesto, salí de aquel diminuto baño. Misho estaba sentado en uno de los taburetes que había pegados a la barra americana que separaba la cocina del salón. Mantenía la mirada perdida, movía la pierna nervioso y se acariciaba la barbilla como si se estuviera arrepintiendo de sus palabras. Lo vi demasiado pensativo.

Rescaté las sandalias del suelo y me las puse en silencio, tratando de no hacer mucho ruido para no sacarlo del trance. En aquel momento quise plantarle cara, dejarlo todo claro, pero ya lo hice una vez y de nada sirvió. La que salió perdiendo fui yo, él parecía no sentir nada, se mostraba frío y ausente, su actitud me terminó cansando. Se convirtió en su peor enemigo. Él y solo él se encargó de joderlo todo por el simple hecho de no admitir lo que sentía.

— Me voy —dije colocándome el bolso sobre el hombro.

— Gala, lo siento, yo no quería haber dicho eso —me miró a los ojos, aquellos ojos azules estaban inyectados de un rojo irritante de haber estado llorando.

— Pues lo has dicho —me crucé de brazos, él asintió con la cabeza —. ¿Por qué? ¿Por qué lo jodes todo cuando estamos bien?

Apartó la mirada, apretó los labios y juntó sus manos. Tragó saliva siendo incapaz de hablar.

— No vas a decir nada, ¿no? —asentí con la cabeza ante su silencio.

— No ha estado bien lo que hemos hecho, tú tienes pareja y yo no quiero entrometerme —dijo en cuanto mi mano rozó el pomo de la puerta.

Cúrame ▪︎ MISHO AMOLIWhere stories live. Discover now