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VOLTEÉ lentamente, sintiendo como mi piel se erizaba y un escalofrío recorría mi espina dorsal.
Él no está aquí, él no está aquí, él no está aquí.
Pues al parecer si que lo estaba, y junto a él Carre y Lit. Después me daría el tiempo de saludarlos, ahora tan solo quería desaparecer.
Me pellizque disimuladamente el brazo, en un intento esperanzado de que todo esto fuera un sueño.
Pero no fue así. Él se encontraba parado frente a mi, con una gorra negra hacia atrás, vaqueros anchos y aquel brillo en sus ojos que solo aparecía cuando me miraba.
— Iván. — Saludé fríamente. — ¿Quieres algo?
Él asintió de inmediato, justo como esperaba.
— Hablar. — Suplicó con un semblante de arrepentimiento. — Por favor.
No pude evitar que una risa sarcástica brotara de mi garganta.
— ¿Ahora? — Cuestioné irónica. — Deberías haberlo pensado mejor antes de que echarme de tu puta casa con el corazón hecho trizas.
Sentí una mano en mi hombro y volteé encontrando a Dani allí.
— Gabi, ¿quién es él?
— ¿Y vos quién sos?
Le dirigí una mirada asesina al argentino para después, mirar al castaño.
— Nadie. — Susurré abrazándolo levemente por el cuello. — ¿Puedes subir y avisarle a Sofi de que estaré aquí?
Él me miró dudoso, pero cuando dejé un beso en la comisura de sus labios pareció ceder.
Me dirigió una última mirada antes de desaparecer entre el barullo.
— ¿Ya tenés a otro gato? — Exclamó el pelinegro molesto.
Rodé los ojos. Ya había colmado toda mi paciencia.
— Tú no eres absolutamente nadie para cuestionar con quien estoy o no. — Escupí con rabia. — Te recuerdo que fuiste tú quien me dejó.
