Por lo que, todos aseguraban que, antes de que el pequeño recién nacido tuviera tiempo de llorar, Aegon había tomado el arma y había acabado con aquella deshonrosa prueba de un desliz inconsciente e inútil.

Jacaerys había gritado, había llorado en la puerta de su mansión pidiendo explicaciones, pidiendo ver a Aegon, pidiendo que lo dejaran en paz, libre, y que no lo lastimaran.

Grande fue su sorpresa cuando el mismísimo Aegon, a través de la pantalla del intercomunicador, le dijo que si seguía parado allí se encargaría de dispararle él mismo, justo como al niño. Su mirada perdida, que no lo veía directamente al hablarle, hizo que Jacaerys no le creyera.

Le preguntó si le habían hecho daño, si estaba bien, le juró amor eterno y le suplicó que se fuera con él. Aegon no respondió, con todo silencio y toda seriedad cortó toda comunicación.

Fue Otto, el patriarca de los Hightower, quien le dijo a Jacaerys que Aegon se sentía débil y no tenía ganas de seguir divirtiéndose con él. La cicatriz de la cesárea aun no cerraba y se arrepentía por completo de haber humillado así a su cuerpo por algo tan desechable como el cachorro de un muchacho de bajo estatus.

Jacaerys no lo escuchó en lo absoluto, siguió llamando a Aegon hasta que los Alfas de la escolta de este salieron de la mansión a darle la paliza de su vida, justo antes de llevarlo a otro lugar, un callejón cualquiera, en el que le dispararon y lo abandonaron agonizando lenta y tortuosamente.

Aegon no podía asimilarlo ahora que sabía toda la verdad.

Su abuelo le había jurado, en nombre de todos los dioses, que no mataría ni tocaría a Jacaerys mientras él se portara bien y fingiera seguir siendo un intachable Omega Premium de la más alta casta, hermoso, seductor, frívolo y altivo, la joya de la corona de la poderosa, tradicional y elitista Casa Hightower.

Había sido iluso e idiota, ya que, realmente, no esperaba que Otto, al verse traicionado, actuara de aquella manera tan vil.

Jacaerys le narró lo difícil que fue reponerse, quería morir de dolor y de pena. Su corazón se había quedado en la puerta de Aegon y, ya sin corazón, era difícil seguir adelante.

Pero lo hizo, su alma se enfrío poco a poco, recordaba las noches en las que Aegon no quería escapar con él, supuestamente por miedo a ser perseguidos, y eso hacía que su cabeza creara escenarios en los que Aegon era un ángel caído, de rostro hermoso y alma detestable, completamente repugnante.

Poco a poco, su cuerpo se recompuso y, al sanar completamente, terminó asesinando a sus primos políticos con una sola idea metida dentro de la cabeza. La idea de llegar a lo alto, allí en donde Otto y Aegon se sentían contentos, intocables y a salvo.

Esa meta era su único motivo de vida, aquella que lo mantenía despierto, con la mente consciente, las venas latientes y los pulmones respirando.

Tomar y apropiarse legítimamente del apellido de los Velaryon, usar sus influencias, vengar a su pequeño hijo y destrozar las vidas que acabaron con él. Esas eran sus únicas razones de ser.

Otto Hightower había cometido un grave error al no intentar matarlo por segunda vez, quizá fingiendo cumplir con la promesa que le había hecho a Aegon de dejarlo con vida, o quizá porque no sabía a ciencia cierta si realmente lo estaba.

Jacaerys había trabajado para él, sabía demasiado sobre demasiados de sus negocios, dónde, cómo, cuándo y con quién se llevaban a cabo.

Al final, un trato imposible de rechazar se le presentó al patriarca de los Hightower, una unión de Casas que los beneficiaría mutuamente y, para Jace, como cereza del pastel, una violenta marca puesta en Aegon a la fuerza, una que, en cuanto se asentara bien, planeaba romper, deleitándose con el dolor de un Omega usado, pisoteado y rechazado que, para entonces, habría dado a luz al heredero de ambas Casas.

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𝐏𝐥𝐚𝐲𝐢𝐧𝐠 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐟𝐢𝐫𝐞  [𝐽𝑎𝑐𝑒𝑔𝑜𝑛] (Omegaverse) (Three-Shot)Where stories live. Discover now