La chica del cuaderno

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- Oye Makoto, Junpei nos dijo que iba a ir por las compras, pero hace rato que no vuelve y no contesta el teléfono, ¿te importaría ir por él? -Yukari estaba tumbada sobre uno de los sillones de la sala de estar, con una blusa rosa sin mangas y un short blanco, echándose algo de brisa con un abanico de papel.

- ¿Mmm? -El joven de cabello azul levantó la vista, sosteniendo una paleta helada entre sus labios, sacándosela para hablar.- ¿Por qué yo? -Dijo con un tono aletargado.

- ¿Cómo que "por qué"? Es tu amigo, ¿o no? -La chica levantó la ceja y le apuntó severamente con el abanico cerrado.

- Mmm... -Echó los ojos hacia arriba, como si intentara encontrarle sentido a las palabras de su amiga, recordando su relación con Junpei Iori.

Se conocieron desde su primer día en el Gekkoukan, era un tipo ruidoso que se tomaba demasiadas confianzas, le gustaba hacerse el gracioso en clase y en la residencia, pero a veces parecía genuinamente enojado con el, como si tuviera algo que quisiera demostrar con desesperación... Makoto no conseguía entenderlo, ¿puedes llamar "amigo" a alguien que no conoces ni entiendes?

- Makoto... ¿Vas a ir o no? -Le reclamó la castaña con una voz gruñona, parecía estar a punto de arrojarle el abanico en la cara.

El chico bajó la mirada hasta Yukari, mirándola fijamente, tan fijamente que la chica pensó que quizá su ropa veraniega era demasiado provocativa, por lo que se cubrió con el brazo y lo miró con un puchero; pero al líder del equipo no podría importarle menos su vestimenta, el se encontraba recordando la relación de la joven junto con Junpei.

Ella siempre lo insultaba, lo golpeaba cuando él hacía bromas o coqueteos respecto a ella, siempre se refería a él como "una molestia", pero se consideraban amigos...

En ese caso, tal vez si era amigo de Junpei.

- De acuerdo, iré -Determinó levantándose del sillón, devolviéndose la paleta a la boca y colocándose los auriculares de sus hombros hasta sus orejas, reproduciendo su música para dejar fuera al resto del mundo, poniéndose en marcha.

Yukari lo siguió con la vista, aún cubriéndose el busto hasta que salió del cuarto, suspirando con sus mejillas sonrojadas.

- Joder... En serio no entiendo a ese chico.

Makoto avanzaba entre la multitud como si estuviera en otro mundo, tan solo contemplando a su alrededor como si fuera un espectador de una realidad falsa, nada a su alrededor se sentía como algo verdadero, ni siquiera el sudor que resbala por su cara o el sabor del dulce que lleva en la boca, todo parecía como una larga y aburrida búsqueda en un videojuego, donde una persona le pedía hacer algo, él lo hacía y luego alguien más llegaba a pedirle algo, así al infinito.

Antes de que pudiera seguir sus divagaciones, llegó hasta el centro comercial de la Isla Puerto, recordando aquello que había venido a buscar: Junpei.

Caminó a lo largo del centro comercial sin demasiada prisa, pensó que, con suerte, Junpei ya se habría ido a casa y el podría continuar con su paseo sin tener que preocuparse porque Yukari lo reciba a los gritos, quería ahorrarse esa molestia. Revisó la sección de manga, la de videojuegos, las cafeterías de sirvientas y la tienda de trajes de baño... ni rastro del chico de barba.

Cuando por fin se cansó de dar vueltas en el centro comercial, salió para ser recibido por el infernal sol de verano quemándole las retinas, yendo algo cansado hasta una banca, en la que tomar asiento y descansar, apoyando las manos sobre sus rodillas, dejando salir un cansado suspiro, frunciendo el ceño en frustración.

- Junpei... ¿Dónde estás?

- ¿Mm? ¿Junpei dijiste? -Una voz femenina resonó a su costado, haciendo a Makoto volver la vista hacia ella con curiosidad, pues no era de ninguna compañera del SEES y tampoco era nadie que reconociera del Gekkoukan, era una joven de un cabello de un intenso color carmesí, con un atuendo peculiar, era blanco y repleto de detalles en la vestimenta, dejando ver muy poco de la piel de su portadora, pero lo poco que dejaba ver, demostraba una piel en extremo pálida, aparte, llevaba un maquillaje sumamente cuidado, acompañado de un delineador de ojos y uñas perfectamente pintadas; sin embargo, lo que más llamó la atención del joven peliazul, fue el ver los ojos de la chica, eran de un tono ámbar, casi dorado con la luz del sol, lo miraron fijamente por solo un instante antes de perder el interés.

La novia de mi mejor amigoWhere stories live. Discover now