Manchas De Tu Sangre

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Lo que parecía una noche tranquila de sábado, decidió ser tan sólo una pesadilla horrible.

Me despierto sobresaltada por todo el bullicio y ruido que hay fuera de mi habitación. Pero no es como aquella música y esas fiestas alocadas y sin sentido, si no más bien como si me hubiese teletransportado en mi sueño y hubiese despertado en un manicomio.

No lo pienso dos veces cuando, apresurada, salgo al pasillo a ver que sucede, aún en pijama y con los pies descalzos.

Muchas de las muchachas corren desorganizada hasta el segundo piso y escucho gritos, pisadas demasiado fuertes y caos.

- ¡Necesitamos un médico!

- El médico de la familia está ahora en Sicilia.- Reconozco la voz de George, que parece haber querido tener otra respuesta para aquel hombre tan alterado que le grita.

- ¡Pues traeme a otro!

Junto a mis compañeras decido subir a ver que pasa, y la escena de todos en aquel salón parece salida de una película de terror.

Lo primero que veo es sangre. Sangre sobre las paredes como si alguien se hubiese apoyado en ellas. Sangre en el suelo como goteada de un cuerpo y, sobre todo, restos de sangre en las camisetas y trajes de muchos de los hombres.

Un escuadrón herido.

En seguida la vieja amargada de la limpieza manda a limpiar los rastros aunque, por suerte, parece obviar mi presencia y no me toca trabajar. Estoy más preocupada de otra cosa.

Del hombre que falta.

Sin quererlo, y aún sintiéndome una tonta, mis ojos recorren la estancia en busca de Nicola porque se que, si él estuviese aquí, no permetiria semejante griterío.

- No podemos traer a un médico cualquiera a nuestra base de la Mafia ¿¡Estás loco!?

- No. Estoy desesperado. Ya ha habido una baja y no pienso dejar que mi amigo la palme. ¿Capisci?

Y justo en ese momento, tras las palabras dolidas y enfadadas de Mauro lo veo. Un cuerpo tumbado como sin vida en aquel sofá de cuero. Reconozco su pelo negro y, aunque sus ojos están cerrados, casi puedo intuir el verde de ellos.

Su ropa es la más ensangrentada, alguien le ha quitado los zapatos y lleva aún en la cinturilla del pantalón el arma. Sin embargo, por primera vez, aquel trasto de metal no me genera miedo. Tal vez porque lo que hace volcar mi corazón es la gran herida de bala en su costado que le está quitando el color a su rostro.

No puedo evitar taparme la boca, ahogando un pequeño grito de sorpresa. Por suerte no llamo la atención de nadie.

-¡Necesitamos un médico!

"No lo hagas." Me reclama una voz en mi interior. "No es tu problema que se muera."

- Yo soy médico.

Como siempre, no tengo en cuenta a mi consciencia y, por segunda vez en la vida, me sacrifico por un caso perdido.

Mi voz suena muy pequeña y suave al rededor de todos aquellos hombres tensos y mujeres apresuradas. Pero supongo que no lo suficientemente bajo como para no llamar la atención de todos y formar un incomodo silencio.

Juraría ver un extraño brillo en los ojos de Mauro cuando me reconoce entre la gente.

- ¿Como sabemos si dice la verdad?- Pregunta George ignorandome y con esa mirada de superioridad tan asquerosamente suya.

- ¿Acaso tenemos otra opción? No podemos perder tiempo comprobandolo.- Aquel italiano de pelo castaño sale en mi defensa y me hace un gesto para que de un paso al frente.

- ¿Y si intenta matarlo?

No se si es el desagradable hombre de barba o otro de los mafiosos el que pregunta. No negaré que más de una vez he querido hacerlo en este mes y medio. Pero también se que no sería capaz de hacerlo ¿verdad?

- Créeme.- Una sonrisa torcida adorna el rostro del socio de Nicola.- No lo hará.

No se si es una amenaza u otra cosa, pero ya estoy metida hasta el cuello y, de nuevo, no hay marcha atrás.

******************************

La habitación está poco alumbrada aunque definitivamente es mucho más grande y lujosa que la mía y cualquier otra de la servidumbre y seguramente de la mansión.

Una pared completa de armarios y una cama enorme en medio de aquella estancia, con sábanas recién cambiadas y olor a jabón. Un cuadro moderno, minimalista y de colores azulados en el cabecero de esta. Las lámparas son de diseño sin duda. Colocadas con gusto. Las paredes son oscuras, azul marino, y solo hacen del espacio algo más serio e íntimo.

Pero por lo menos estoy sola. Bueno... O casi.

Lo necesitaba. Un poco de espacio para trabajar, silencio y claridad. No todas aquellas miradas dispuestas a juzgarme y presionarme por qué resucitase a su queridísimo jefe de los mafiosos de entre los muertos.

Cojo el botiquín del baño, un barreño de agua y acerco aquellas agujas e hilo junto a las pinzas que me han dejado las muchachas a petición mía.

Hace mucho que no opero, y siempre lo he hecho en un lugar experto y no sobre una cama, pero más vale ahora que lo salve. Por mi propio bien y porque así me lo obliga mi profesión. En salvar a quien sea donde sea siempre que esté en mis manos.

Lo miro una última vez y suspiro. Parece demasiado tranquilo en aquel limbo a pesar de que sus labios ya están perdiendo color. Un trapo, para nada sano, taponar de forma improvisada la herida evitando una hemorragia.

No puedo evitar cuestionarme de nuevo por que he estado tan dispuesta a salvarlo. Es como si verdaderamente lo quisiera, como si no pudiese dejarlo morir. Es todo tan confuso que da asco.

Por eso dejo de pregúntame cosas tan complejas y paso a la extracción de la bala, que se me hará más sencillo.

Estirilizo los utensilios con un poco de alcohol y retiro el vendaje. Sin esperar ni un segundo la sangre comienza a correr de nuevo, espesa y carmín sobre parte de mi pijama, así que no tengo tiempo que perder.

He de admitir que da grima, y miedo, ver remover con cuidado la carne, tratando de no dañarlo, hasta llegar a tocar aquel pequeño trozo de metal. Agradezco, en el fondo, que esté inconsciente pues sería muy doloroso.

Sonrío victoriosa cuando al fin doy con algo duro y metálico. Se borra rápido aquella mueca de felicidad cuando retiro el trozo brillante, demasiado pequeño para ser la bala completa.

Porque no lo está. Se ha fracturado dentro de su cuerpo, y ahora me tocará sacar los diminutos pedazos uno por uno.

- Perfecto, Alexa. - Susurro con ironía y reproche hacia mi misma.

Tu DeudaWhere stories live. Discover now