Mi Mejor Amigo

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CUATRO DÍAS ANTES

Vuelvo a llamar. 

Mis manos tiemblan mientras sujeto el teléfono con fuerza. Un tono, dos tonos... y seis después vuelve a saltar el odioso contestador de voz, agudo y monótono. Suelto un quejido de desesperación y suspiro cansada, pasándome las manos por mi oscuro pelo que ya debe estar hecho un desastre por el nerviosismo y los pequeños jalones de este que no puedo evitar.

Por la ventana abierta de mi habitación entra la fresca brisa veraniega típica de la calurosa ciudad en agosto. El pijama de pantalón corto de color pastel ayuda también a mantener el fresco. Pero ni siquiera eso, junto a la tranquilidad de la noche, consigue cambiar mi pésimo humor. 

El reloj analógico, que descansa siempre parpadeante en una de las baldas de mi estantería, marca las dos de la madrugada y se que no podré dormir hasta que me conteste la maldita llamada.

- ¡Venga! ¿Dónde estás? - Susurro hacia el teléfono mientras escucho de nuevo esos irritantes pitidos.

Dando mi misión por perdida, dejo el teléfono en la mesilla de noche con demasiada fuerza y me dejo caer en la cama con pesadez y cansancio. Cerrando los ojos y disfrutando del frescor de las sábanas durante unos segundos. Tratando de olvidar a ese idiota.

No se en que momento, me gana el cansancio, dejándome en un limbo entre el mundo de los sueños y el de la realidad. No duermo, pero tampoco soy consciente de mi misma, durante unas horas. Cosa que agradezco.

Así descanso hasta que unos fuertes golpes en la puerta hacen que me levante sobresaltada y de golpe. Vuelvo a mirar el reloj que brilla en la oscuridad de mi dormitorio. Las cinco y media de la mañana. A penas el sol comenzará a salir en unos minutos.

Con pereza, pero a la vez preocupada, me levanto de la cama y me arrastro hasta la entrada de mi casa. Ni siquiera miro por la mirilla a ver de quién se trata. Se la respuesta. Así que sin dudar abro la puerta de golpe.

Esos ojos brillantes, que tan bien conozco, me miran como pidiendo disculpas. O eso es lo que pretendo ver, arrepentimiento. Sabe que no puedo negarme a ellos. Nunca he podido hacerlo. Así que, suspirando, dejo un hueco para que entre sin necesidad de decir nada y veo como se cuela al interior de mi casa con pasos torpes y seseantes.

Me cruzo de brazos después de volver a cerrar la puerta, esta vez con llave, y miro con decepción al hombre que se tumba en mi sofá con pereza dejando salir todo el aire de alivio. Su piel pálida y las ojeras oscuras bajo sus ojos, solo me confirman lo que ha estado haciendo todo este tiempo que he estado tan preocupada por él.

- Te he estado llamando. - Es todo lo que digo enfadada, esperando una explicación. Cualquier tipo de excusa pobre como las que suele darme.

Mi mejor amigo solo responde con un gruñido, tapándose los ojos cuando la luz del sol comienza a salir y se cuela por las ventanas de mi casa. Su pelo rubio, que tanto siempre me ha gustado, parece igual de suave que siempre a pesar de estar despeinado y algo sucio.

- Te dije que iba a salir.

- Otra vez. - Añado en desaprobación. - ¿Qué has tomado?

Parece pensarlo unos segundos frunciendo levemente el ceño. No se si me asusta más que piense si sería lo correcto decírmelo o que no sepa verdaderamente de que sustancias ha abusado esta noche.

Aún puedo recordar la primera vez que apareció así en mi salón, a altas horas de la madrugada, borracho y con un golpe en la mejilla derecha. El pánico que me entró y lo preocupada que estaba. Recuerdo llorar hasta que despertó de su resaca.

No más. ¿Estoy preocupada? Si. Pero no pienso dejárselo pasar esta vez.

O por lo menos eso me digo a mi misma, tratando de autoconvencerme cuando sus preciosos ojos vuelven a mirarme de esa forma que solo él parece poder hacer.

- Mira, Alexa. Lo siento, ¿sí? – Me habla todavía tumbado.- Prometo que no volveré a hacerlo.

Levanta las manos en señal de rendición. Sin darse cuenta de que, cuando hace ese gesto, puedo ver las marcas de nuevos pinchazos en sus brazos. Unas marcas amoratadas y circulares que se ven muy, pero que muy, mal.

- ¡¿Quién te ha dado esa mierda?! – Le grito enfada sujetando su brazo derecho.

A pesar de que intenta ocultármelo, sus reflejos ralentizados no consiguen esquivarme a tiempo.

- Un nuevo proveedor. - Se excusa haciendo un gesto tratando de restarle importancia.

Al mismo tiempo, masajea su frente con las manos por lo irritante que le debe sonar mi voz ahora mismo a su drogada cabeza. Cien veces peor que una resaca. Una que algún día podría ser mortal. Acabar con él tirado en algún callejón oscuro en algún barrio de mala muerte. Con suerte alguien lo encontrará antes de que se lo hayan comido las ratas.

Es esa imagen la que me atormenta en mis peores pesadillas mientras lo espero.

- Me vendió una nueva droga sintética cuyo nombre no recuerdo. De hecho, no recuerdo ni si la pagué. - Ríe sin gracia. O por lo menos a mi no me la hace.

- Eric ¡Esto es serio! Sabes lo peligroso que es meterse con esa gente.

Pero no me escucha. Nunca lo hace.

Nos conocemos desde que apenas éramos dos niños en su primer día de clase. Fuimos juntos a la escuela, haciéndonos inseparables en seguida y la amistad duró más allá de la universidad.

Hace ya dos años que él comenzó con estos malos caminos, cuando, en el último año de la carrera, comenzó a frecuentas fiestas de otro nivel. Supongo que las amistades de la facultad no fueron  las adecuadas. A lo mejor solo quería encajar. Tener más amigos que la niña que conoció a los seis años.

Cuando me juró que dejaría de beber, comenzó con la marihuana. Y cuando me prometió que no iría más allá, le siguieron la cocaína, la heroína y quien sabe cuántos más estupefacientes.

Pero también se cumplen cinco años desde que estoy perdidamente enamorada de él.

De aquel chico alegre y gracioso que hacía mis días más tranquilos, cuando la gente se metía conmigo con motes como "La huérfana" o "La abandonada". Cuando nadie más quería ser mi amigo. El mismo que ha protagonizado los días más felices de mi vida. Como cuando me acompañó a mi graduación y recibió conmigo el diploma.

Nada que ver con el hombre que ahora da media vuelta en el sofá dándome la espalda y ocultado su rostro entre los almohadones. Huyendo de la luz y de la realidad de su adicción.

Nada que ver con mi mejor amigo.

Tu DeudaWhere stories live. Discover now