Capítulo 2

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Ana llegó a casa a las seis y media de la tarde, como era costumbre. La institución en la que estudiaba dictaba que todos los de secundaria estudiaban en el turno de tarde, no tenía opción, era eso o estudiar en otra institución y esa era la única decente en el pueblo donde vivía.

Miró la ventana del auto, su papá estaba esperando que ella se bajará. Abrió la puerta, se bajó y antes de cerrar murmuró un "Gracias, bendición".

En cuanto lo hizo la sonrisa que mantenía desapareció de su rostro y cuando se encontró en la entrada de su casa el auto se fue, se permitió a sí misma suspirar, sentía que hace una eternidad no respiraba.

Abrió la puerta, y la cerró, con llave. Se quedaría sola el resto de la tarde cómo era costumbre. Le encantaba no tener que lidiar con él todo el tiempo, solo en la mañana y era fácil, unas cuantas palabras, las suficiente para ser educada, reírse de lo que decía aunque no le hiciera las más mínima gracia y tragarse su opinión para evitar conflictos. No provocarlo, eso era lo único que tenía que hacer para mantener su relación en buenos términos.

La última discusión vino a su mente, cerró los ojos con fuerza. Respiro, recordó el aroma a alcohol flotando en el aire e impregnándolo todo, su voz suave y su expresión más sonriente que de costumbre, ella le abrió la puerta a regañadientes esa noche, como todas, mantuvo la boca cerrada, a pesar de todas las palabras y pensamientos que pasaban frente a sus ojos, apretó la mandíbula y lo escuchó hasta que las palabras se volvieron más violentas. Ya no eran suaves ni dulces.

Cada movimiento destilaba agresividad, pronto lo que decía se volvieron gritos cargados de desprecio, todo un discurso de odio dirigido a su mamá. Apretó los puños, la culpa la empezó a consumir con lentitud. No dijo nada, permaneció en silencio, cerró los labios con fuerza, no la defendió como todas las noches. Se convenció a sí misma que era por su propio bien, ella no estaba ahí para protegerla, y si abría la boca solo conseguiría empeorar todo.

Parpadeo varias veces para regresar a la solitaria casa y agradeció el hecho de que no hubiera nadie más.

Sus pasos se apresuraron, subió las escaleras con cierta rapidez, y una vez se encontró frente a la puerta de su habitación la abrió, la pijama que dejó en la cama seguía ahí, entró, cerró la puerta tras sí y caminó hasta al baño para darse una ducha.

Suspiró y recordó:

Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse,
Santiago 1:19

Se lo repetía a sí misma cada que podía.

La escena se empezó a reproducir de nuevo, su mente desesperada redirigiendo sus pensamientos a un lugar más seguro, menos doloroso, más predecible.

Joshua ya se había posicionado entre los cinco mejores estudiantes de la clase. La semana pasada se encontraba en el noveno lugar y Ana no podía dejar de pensar en que pronto estaría justo detrás de ella en el segundo.

Este año era su último año de secundaria, el ultimo año que vería a sus amigos antes de empezar la vida adulta y todo lo que está conllevaba. Mudarse. Universidad. Trabajo.

Ignoró el manojo de nervios que se instalaba en su estómago cada vez que pensaba en ello. Este era su año. Se graduaría con el mejor promedio de toda su clase, como cada año y daría las palabras que había planeado desde el año pasado.

Un chico recién llegado no le quitaría eso.

Un chico recién llegado, muy capaz y astuto.

No. No lo haría. Ella era la mejor.

Debía ser la mejor.

Tenia que ser la mejor.

Perfección. De eso se trataba. Ella inspiraba eso.

Ella era la chica inteligente, de notas impecables con la vida perfecta.

Eso era, ¿no?

El agua corría por su rostro llevándose las preocupaciones. La certeza la invadió. Sí, era eso. Disciplina y autocontrol. Perfección absoluta.

Eso estaba por verse.

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